Adictos a los vínculos chatarra


Una hamburguesa, papas fritas o cualquier plato abundante en grasas y calorías, de vez en cuando, es un “pecado” que muchos podemos confesar sin tanto remordimiento, porque es parte del equilibrio natural de la vida. Es más, muchas veces resulta una eficaz solución a problemáticas propias de nuestro tiempo y no debemos ser más papistas que el Papa. Distinto es ser un adicto a este tipo de comida, ya que nos enferma, nos debilita y, además, dejamos de valorar el verdadero sentido de los alimentos que también nos congregan, nos hacen ver los dones que el Señor nos da y nos permiten elaborar maravillas gastronómicas para disfrutar y compartir.

Más de uno se preguntará por qué traigo el tema de la comida chatarra a colación, y es que es la mejor imagen que se me viene a la cabeza cuando veo la realidad de los vínculos post ingreso del celular a nuestra existencia. Estando unos días de vacaciones, y con la posibilidad de observar con más detención mis propios hábitos y los de los demás, es evidente que estamos adictos a vínculos chatarra, perdiendo la posibilidad de “platos deliciosos” que se dan con un poco más de esfuerzo y elaboración que un reel o chat de Instagram.

El estado actual

Estando en un restaurant en Argentina con la mayoría de mis hijos, partimos con un nuevo hábito de salud mental. Antes de pedir, dejamos los teléfonos en el centro de la mesa para poder conversar entre nosotros y dejar la adicción a estar conectados con alguien más. El mozo, asombrado, nos felicitó porque era la primera vez que lo veía y le pareció espectacular.

En todas las mesas alrededor, y en todas partes en realidad, el celular ha pasado a ser el vínculo fundamental de cada cual, desperdiciando novias, hijos, esposos, nietos, abuelos, amigos y personas anónimas con las que podríamos conversar. Los vínculos chatarras plasmados en vídeos, películas, reels, fotos, post, historias, tik toks, WhatsApp y el mundo infinito que hay detrás de una pantalla y un touch han desplazado las miradas de verdad, los encuentros casuales, la espontaneidad, los coqueteos; los chistes, hasta los chismes y la tradición oral. Todo está siendo contaminado por información ajena y virtual que es competencia desleal.

El dolor de esta enfermedad

En el mismo local, había un par de abuelos que viajaban con una niñita que no superaba los cuatro años. Despierta, amorosa y divertida, pero adicta total a ‘Dora la exploradora’, que era su clon virtual. La acompañó para desayunar, almorzar y cenar, y esta no paraba de cantar “feliz Navidad” en pleno febrero. Los abuelos intentaban sin éxito poder silenciar el vídeo y conversar con su nieta, pero ya habían perdido la batalla antes de comenzar.

La niña era una víctima de la pantalla y ni siquiera hacía contacto visual con ellos, quienes se esmeraban en recuperarla con toda clase de trucos. Nada de historias de familia, ni anécdotas, ni tradiciones, ni compartir corazones ni nada más elaborado que los pudiera unir en la posteridad. La desesperanza de ellos se veía reflejada en su rostro, así como en los pocos “mutantes” que se resisten a conservar vínculos profundos en la humanidad.

Una dieta equilibrada

No se trata de volver a las cavernas y no conectarse a nada. Me sorprende cada día lo mucho que conocen, aprenden y se conectan las nuevas generaciones en la diversa navegación virtual. Mis propios hijos saben tantas cosas a través de las redes sociales, que los escucho embelesada como si fuese una niña recién aprendiendo a hablar.

El tema es dosificar. Hacer una buena pirámide “alimenticia” a nivel de relaciones sociales. Debiese haber una base importante de vínculo con nosotros mismos que permita el autoconocimiento, la conciencia y el cultivo del espíritu. Eso llevará a un buen vínculo con los demás, donde se debe aprender a escuchar y conversar de corazón, dejando fuera el ego y las imágenes y sobre todo lo funcional.

Reconocerlo como un hermano

Hay que dejar de “usar” al otro como un medio, como una cosa, y ser capaz de reconocerlo como un hermano/a. Luego seguirá el vínculo con el entorno, donde se incluyen los animales y toda la naturaleza y, finalmente, vínculos virtuales de entretención, como el equivalente a los chocolates y dulces.

Ojalá podamos hacer el esfuerzo de revisar nuestra dieta de “vínculos”, ver cuántas relaciones estamos desperdiciando a diario (en especial la de los más cercanos) y realizar una disciplina de autocuidado para evitar tantos vínculos chatarra a través de las redes y las pantallas, porque no suelen aportar mucho contenido y nos pueden dejar muy solos.

Autora: Trinidad Ried. 

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