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Aborto: ¿qué más se puede decir?


El 9 de febrero, el Tribunal Constitucional (TC) desestimó el recurso de inconstitucionalidad contra la Ley del aborto de 2010, presentado por el PP hace casi 13 años. Por otra parte, el BOE del 1 de marzo publicó la Ley Orgánica 1/2023, de 28 de febrero, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo (este mismo día se publicó también la ley trans).

Asistimos horrorizados al proceso de banalización de la vida humana que se está produciendo de manera acelerada en España. Los fundamentos éticos y antropológicos que se ofrecen son endebles: parece que los únicos estándares a tener en cuenta son los correspondientes a la ideología de género, que pone a la mujer y su derecho a decidir sobre la maternidad en el centro de la cuestión, y al utilitarismo como paradigma ético dominante. Esto acarrea, en el caso que nos ocupa, considerar el aborto como un derecho.

Un problema humano

Razones más que suficientes para que nos paremos a reflexionar sobre este asunto. Dejando claro desde el principio que el aborto es un problema humano, no es una cuestión religiosa: los argumentos para oponerse a esta práctica son éticos y antropológicos. La situación exige una respuesta que conjugue sabiamente razón y corazón. Un servicio al bien común al que deberíamos acudir en tropel, de manera inteligente y coordinada, quienes formamos parte de la Iglesia, especialmente aquellos que desarrollamos nuestro trabajo en el ámbito educativo.

Parece claro que no solo se trataba de desatascar un asunto que llevaba 13 años esperando y mostrar así que el nuevo presidente del TC venía con ganas de trabajar, ni tan siquiera de avalar la ley socialista de 2010 en su totalidad, sino también –y me atrevo a decir que sobre todo– había que despejar el camino al proyecto del Ministerio de Igualdad, cuya aprobación era inminente.

Decisión ideológica

Recordemos las fechas: el jueves 9 de febrero fue la decisión del Tribunal Constitucional y el Congreso aprobó definitivamente la reforma de la ley del aborto promovida por Irene Montero una semana después, el jueves 16. En mi opinión, estamos ante una decisión claramente ideológica y que pone en solfa la neutralidad e independencia del alto tribunal. Me parece un elemento que incrementa todavía más la gravedad del asunto.

La arquitectura institucional de un Estado es lo que le da solidez y lo que garantiza su progreso en todos los niveles. En los últimos tiempos estamos asistiendo a prácticas que claramente bordean los límites de lo que podría calificarse como abuso de poder; hay quien va más allá en su valoración y habla incluso de prácticas netamente caciquiles.

Aunque falta por conocer la sentencia, sea la que sea su argumentación, lo que sí resulta claro es que la conducta del TC en este asunto implica la multiplicación de los efectos tóxicos de una ley ya de por sí cuestionable, contribuyendo de esta manera a debilitar la vida democrática de España. Pareciera que Conde-Pumpido navega a gusto con la lógica polarizadora, moralizadora y revanchista del populismo. El panorama no es bueno.

La conducta del PP

Tampoco es halagüeña la conducta del PP en esta materia. No se olvide que el recurso de inconstitucionalidad lo había presentado este partido. Recordemos también que el art. 2 de sus Estatutos vigentes (aprobados en 2017) dice, entre otras cosas, lo siguiente:

“Creemos en la persona como eje de nuestra acción política, social e institucional. Defendemos el derecho a la vida, a la dignidad, al pleno ejercicio de derechos y libertades en igualdad de condiciones entre hombres y mujeres.

Estamos inspirados en los valores de la libertad, la democracia, la tolerancia y el humanismo cristiano de tradición occidental”.

El actual presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, se marcó unas declaraciones para valorar la inadmisión del recurso que parecen evidenciar un giro histórico de este partido sobre el aborto: calificó de “correcta y constitucional” la ley de plazos, que, además está, a su juicio, “bien construida” y “merece sus respetos”. Donde no hay convicciones, todo es cálculo.

Tejer alianzas

Esto debe ponernos en alerta. Al cristianismo y a la causa de la vida siempre les ha ido rematadamente mal cuando se han casado con opciones políticas partidistas. Pese a los cantos de sirena de algunos, lo inteligente es tejer alianzas en todo el espectro político, entre personas de diferentes partidos, organizaciones sociales y medios de comunicación que todavía creen en la dignidad humana y en la protección de los más frágiles: les aseguro que son muchos más de lo que parece.

Es urgente cambiar el debate y ayudar a la gente a entender lo que realmente está pasando, preguntarles si este es el mundo que quieren construir para ellos y para sus hijos o si, por el contrario, estamos construyendo entre todos –por acción o por omisión– ese mundo feliz que narró Aldous Huxley. Que la depresión, la ansiedad y los suicidios se estén incrementando en nuestra sociedad es algo que debería movernos a reflexión.

En un momento en el que todo se cuestiona, incluso los propios datos, y lo único que parece valer es la propia opinión sin mayor apoyatura que el sentimiento, resulta primordial ayudar a buscar la verdad. Porque solo desde la verdad podremos deliberar para alcanzar la bondad. Ni la una ni la otra se construyen, por más que predique el constructivismo, tan solo se descubren en un trabajo humilde, constante y mancomunado.

Llamamiento episcopal

Aciertan nuestros obispos cuando, en el núm. 39 de su documento ‘El Dios fiel mantiene su alianza’ (a partir de ahora DF), afirman: “El derecho a decidir y el deseo-sentimiento adquieren categoría jurídica al servicio de la construcción de un nuevo modelo social, para lo que es preciso ‘deconstruir’ lo esencial del sistema vigente”. Hay muchos trabajando en esa deconstrucción, desde hace tiempo.

Ni la racionalidad ni el aprecio por la vulnerabilidad están de moda, y ello a pesar de este tiempo catastrófico que nos ha tocado vivir a causa del COVID-19. Deberíamos haber tomado conciencia de que la fragilidad del ser humano es principio y fundamento de todo el orden axiológico. Esta toma de conciencia debería conducir –como subraya Victoria Camps– a un marco mental distinto, por el que, en lugar de concebirnos en exclusiva como sujetos autónomos, nos viéramos como lo que somos: seres interdependientes y relacionales, merecedores de protección siempre y en toda circunstancia. (…)

Autor: José Ramón Amor Pan.

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Fuente: https://www.vidanuevadigital.com/

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