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El Papa critica el clericalismo: "¿Quién tiene más dignidad, el obispo, el sacerdote...? No, todos somos iguales"


"La diversidad de carismas y de ministerios no debe dar lugar, dentro del cuerpo eclesial, a categorías privilegiadas; ni puede servir de pretexto a formas de desigualdad que no encuentran cabida en Cristo y en la Iglesia". Así de claro lo dejó estaba mañana el papa Francisco durante la catequesis pronunciada en la audiencia general, prosiguiendo sus reflexiones sobre qué significa ser apóstol hoy y en el marco del Concilio Vaticano II.

En este sentido, el Papa subrayó que "la cuestión de la igualdad en dignidad" pide repensar muchos aspectos decisivos para la evangelización. "Por ejemplo -abundó el Pontífice-, ¿somos conscientes del hecho de que con nuestras palabras podemos dañar la dignidad de las personas, arruinando así las relaciones? Mientras tratamos de dialogar con el mundo, ¿sabemos también dialogar entre nosotros creyentes? ¿Nuestro hablar es transparente, sincero y positivo, o es opaco, equívoco y negativo? ¿Hay voluntad para dialogar directamente, cara a cara, o mandamos mensajes a través de un tercero? ¿Sabemos escuchar para comprender las razones del otro, o nos imponemos, quizá también con palabras suaves?". 

"¿Quién tiene más dignidad, el obispo, el sacerdote...? No, todos somos iguales", señaló el Papa, en una de esas improvisaciones fuera del discurso oficial al que nos tiene acostumbrados en su reflexión sobre cómo entiende el Concilio la colaboración del laicado con la jerarquía

El Papa concluyó la catequesis en la soleada y ventosa mañana invitando a que "no temamos plantearnos estas preguntas. Nos pueden ayudar a verificar la forma en la que vivimos nuestra vocación bautismal, nuestra forma de ser apóstoles en una Iglesia apostólica".

Durante los saludos, el Papa tuvo especialmente presente al pueblo de Malawi, "estoy muy cercano a su población", señaló al dar cuenta de los efectos que había tenido un ciclón en los últimos días. Igualmente volvió a tener presente la guerra en Ucrania, y, en esta sentido, reclamó a todos los responsables políticos que respetasen los diversos lugares de culto.

Al dirigirse a los peregrinos de lengua española, el Papa tuvo un mensaje especial para sus compatriotas argentinos, a los que, señaló, "quiero agradecer de una manera especial a todas las personas pertenecientes a los partidos políticos y referentes sociales de mi país, que se han unido para firmar una carta de saludo con motivo del décimo aniversario de mi pontificado. Gracias por este gesto y se me ocurre decirles que, así como se han reunido para firmar esta carta, qué lindo que se unan para hablar, para discutir y para llevar la Patria adelante".

TEXTO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Proseguimos las catequesis sobre la pasión de evangelizar y, en la escuela del Concilio Vaticano II, tratemos de entender mejor qué significa ser “apóstoles” hoy. La palabra “apóstol” nos trae a la mente el grupo de los Doce apóstoles elegidos por Jesús. A veces llamamos “apóstol” a algún santo, o más en general a los obispos. Pero ¿somos conscientes que el ser apóstoles se refiere a cada cristiano, y por tanto  también a cada uno de nosotros? En efecto, estamos llamados a ser apóstoles en una Iglesia que en el Credo profesamos como apostólica.  

Por tanto, ¿qué significa ser apóstol? Significa ser enviado para una misión. Ejemplar y  fundacional es el acontecimiento en el que Cristo Resucitado manda a sus apóstoles al mundo, transmitiéndoles el poder que Él mismo ha recibido del Padre y donándoles su Espíritu. Leemos en el  Evangelio de Juan: «Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. Como el Padre me envió, también yo  os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (20,21-22).  

Otro aspecto fundamental del ser apóstol es la vocación, es decir la llamada. Ha sido así desde el principio, cuando el Señor Jesús «llamó a los que él quiso; y vinieron donde él» (Mc 3,13). Les constituyó como grupo, atribuyéndoles el título de “apóstoles”, para que estuvieran con Él y para enviarles en misión (cfr Mc 3,14; Mt 10,1-42). San Pablo en sus cartas se presenta así: «Pablo, llamado a ser apóstol» (1 Cor  1,1) y también: «Pablo, siervo de Cristo, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Rm  1,1). E insiste en el hecho de ser «apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos» (Gal 1,1); Dios lo ha llamado desde el seno de su madre para anunciar el evangelio en medio de las gentes (cfr Gal 1,15-16). 

La experiencia de los Doce y el testimonio de Pablo nos interpelan también a nosotros hoy. Nos invitan a verificar nuestras actitudes, nuestras elecciones, nuestras decisiones, sobre la base de estos puntos firmes: todo depende de una llamada gratuita de Dios; Dios nos elige también para servicios que a veces parecen sobrepasar nuestras capacidades o no corresponder a nuestras expectativas; a la llamada recibida como don gratuito es necesario responder gratuitamente.  

Dice el Concilio: «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado»  (Decr. Apostolicam actuositatem [AA], 2). Se trata de una llamada que es común, «como común es la  dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación;  común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad» (LG, 32).  

Es una llamada que se refiere tanto a aquellos que han recibido el sacramento del Orden, como a las personas consagradas, como a cada fiel laico, hombre o mujer. Y es una llamada que capacita para desempeñar de forma activa y creativa la propia tarea apostólica, en el seno de una Iglesia en la que «hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas también los laicos hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo» (AA, 2).

En este cuadro, ¿cómo entiende el Concilio la colaboración del laicado con la jerarquía? ¿Se trata de una mera adaptación estratégica a las nuevas situaciones emergentes? En absoluto, hay algo más, que va más allá de las contingencias del momento y que mantiene su propio valor también para nosotros. «La Iglesia –afirma el Decreto Ad gentes– no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho» (n. 21). 

En el cuadro de la unidad de la misión, la diversidad de carismas y de ministerios no debe dar lugar, dentro del cuerpo eclesial, a categorías privilegiadas; ni puede servir de pretexto a formas de desigualdad que no encuentran cabida en Cristo y en la Iglesia. Esto se debe a que, aunque «algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo» (LG, 32).  

[Improvisando] ¿Quién tiene más dignidad, el obispo, el sacerdote...? No, todos somos iguales".

Así planteada, la cuestión de la igualdad en dignidad nos pide repensar muchos aspectos de nuestras relaciones, que son decisivas para la evangelización. Por ejemplo, ¿somos conscientes del hecho de que con nuestras palabras podemos dañar la dignidad de las personas, arruinando así las relaciones? Mientras tratamos de dialogar con el mundo, ¿sabemos también dialogar entre nosotros creyentes? ¿Nuestro hablar es transparente, sincero y positivo, o es opaco, equívoco y negativo? ¿Hay voluntad para dialogar directamente, cara a cara, o mandamos mensajes a través de un tercero? ¿Sabemos escuchar para comprender las razones del otro, o nos imponemos, quizá también con palabras suaves? 

Queridos hermanos y hermanas, no temamos plantearnos estas preguntas. Nos pueden ayudar a verificar la forma en la que vivimos nuestra vocación bautismal, nuestra forma de ser apóstoles en una Iglesia apostólica.  

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