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El Papa Francisco revela sin filtros cómo es la Iglesia con la que sueña


Sorprendentes confesiones del pontífice argentino a sus hermanos en religión, a quienes revela que en dos ocasiones rechazó la propuesta del Papa de ser obispo

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¿Quiere saber lo que realmente preocupa al Papa Francisco? «Mi mayor consuelo es cuando veo a gente sencilla que cree. Me hace bien. Mi consuelo es el pueblo fiel de Dios, pecador pero creyente».

Con la misma sinceridad, comparte los motivos que le hacen sentir «desolación» interior: los sacerdotes cuando se consideran «clérigos de Estado», y no «pastores del pueblo», denuncia.

Estas esperanzas y heridas de corazón las hemos podido recoger ahora gracias a la publicación de los encuentros que el Papa argentino mantuvo con sus hermanos en religión, los jesuitas, de la República Democrática del Congo y del Sur de Sudán, con los que se reunió en su viaje a África a inicios de febrero.

Las dos conversaciones, sin tapujos, transcritas ahora por La Civiltà Cattolica, revista de los jesuitas, nos muestran a un Francisco a corazón abierto.

Al religioso que le pregunta «cuál es el secreto de su sencillez?», el Papa porteño responde: «¿Yo? ¿Sencillo? ¡Me siento demasiado complicado!».

Cómo reza el Papa

Luego abre su corazón para confesar intimidades sobre cómo reza el sucesor del apóstol Pedro. «Digo misa y rezo el oficio. La oración litúrgica cotidiana tiene su densidad personal», explica.

Se refiere al oficio divino o Liturgia de las Horas, el conjunto de oraciones (salmos, antífonas, himnos, oraciones, lecturas bíblicas y otras) que la Iglesia ha organizado para ser rezadas en determinadas horas de cada día por parte de religiosos y clérigos.

«Luego, a veces rezo el Rosario, a veces tomo el Evangelio y lo medito --sigue revelando el Papa--. Pero depende mucho del día. Para la oración personal, yo, como todo el mundo, tengo que encontrar la mejor manera de vivirla día a día».

El pontífice aclara que cuando recibe noticias de violencia o historias de sufrimiento trata de sumergirse en la realidad con la oración: ahí encuentra inspiración y fuerza.

«Por eso me dan miedo los predicadores de oraciones abstractas, teóricas, que hablan, hablan, pero con palabras vacías. La oración siempre está encarnada», constata.

Carrera eclesial no buscada

El Papa revela también algo de lo que no había hablado hasta ahora. Como es sabido, los jesuitas hacen el voto de no buscar cargos de gobierno y autoridad en la Iglesia. Por eso, un jesuita, le preguntó: «¿qué le impulsó a aceptar el episcopado, luego el cardenalato y después el papado?».

«Cuando hice ese voto, me lo tomé en serio –responde Francisco–. Cuando me propusieron ser obispo auxiliar de San Miguel, no acepté. Luego me pidieron que fuera obispo de una zona del norte de Argentina, en la provincia de Corrientes. El nuncio, para animarme a aceptar, me dijo que allí había ruinas del pasado jesuita. Le contesté que no quería ser guardián de las ruinas y me negué. Rechacé estas dos peticiones debido al voto que hice».

«La tercera vez –sigue revelando el pontífice– vino el nuncio, pero ya con la autorización firmada por el superior general [de los jesuitas], el padre [Peter Hans] Kolvenbach, que había accedido a que yo aceptara. Era para ser auxiliar en Buenos Aires. Así que acepté con espíritu de obediencia. Luego me nombraron arzobispo coadjutor de mi ciudad, y en 2001 cardenal».

«En el último cónclave vine con una pequeña valija, para volver inmediatamente a la diócesis, pero tuve que quedarme –confirma por último–. Creo en la singularidad jesuita de este voto, e hice todo lo posible para no aceptar el episcopado».

Su sueño de Iglesia

Cuando se le pregunta su sueño de Iglesia, responde: «Para mí, la Iglesia tiene la vocación del hospital, del servicio para el cuidado, la curación y la vida. Una de las cosas más feas en la Iglesia es el autoritarismo, que es, por lo demás, un espejo de la sociedad herida por la mundanidad y la corrupción».

«La vocación de la Iglesia es hacia las personas heridas –revela–. Hoy en día, esta imagen es aún más válida, teniendo en cuenta el escenario de guerras que estamos viviendo. La Iglesia debe ser un hospital que va allí donde la gente está herida. La Iglesia no es una multinacional de la espiritualidad».

«¡Miren a los santos! ¡Sanar, curar las heridas que sufre el mundo! ¡Sirvan a la gente! La palabra ‘servir es muy ignaciana. ‘En todo amar y servir’ es el lema ignaciano. Quiero una Iglesia de servicio».

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