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La mundanidad espiritual, un narcisismo cristiano


“Es lo peor que le puede pasar a la Iglesia”, dijo en 2007, cuando era un simple cardenal, en las columnas de un periódico italiano (30 Giorni, n. 11). Tras ser elegido papa, Francisco ha hecho de la mundanidad espiritual uno de los leitmotiv de su magisterio. Desde las homilías hasta las exhortaciones, no cesa de advertir contra lo que llama un “cáncer”, una “lepra”, un “gusano roedor que destruye lentamente”, una amenaza “más peligrosa, porque es más sutil, que la apostasía”.

La centralidad de esta noción es tanto más sorprendente cuanto que no pertenece al vocabulario tradicional de la Iglesia. Aunque el papa atribuye su origen al cardenal Henri de Lubac quien, en Meditación sobre la Iglesia (1953), habla de ella como “el mayor peligro”, el padre de la expresión es en realidad Dom Anschaire Vonier, abad de un monasterio benedictino inglés (Dom Anschair Vonier introduce este concepto The Spirit and The Bride (1935) al que se refiere ampliamente el cardenal de Lubac). Este último precisa que el sentido que él da a la expresión no corresponde a lo que “generalmente se entiende”.

Creerse el centro del mundo

Lo que se apunta no es tanto el hecho de gustar de la mundanidad o de la celebridad. Dominique Salin, profesor de teología espiritual en el Centro Sèvres (L’Expérience spirituelle et son langage), confirma que “más que el abad de salón que destila aforismos espirituales en un círculo de señoras o en un plató de televisión, la mundanidad espiritual designa el repliegue sobre uno mismo. Es, pues, ante todo, una postura teológica: el rechazo a apartarse de uno mismo para mirar hacia Dios”.

“Es en torno al espíritu del ‘mundo’ en san Juan o a lo que san Pablo llama ‘vivir según la carne’ donde encontramos los fundamentos de este concepto, que no existe como tal en las Escrituras, sino que procede de una lenta elaboración cultural”, explica Régis Burnet, biblista de la Universidad Católica de Lovaina. “La noción abarca lo que los Padres del Desierto llamaban ‘gloria vana’, san Agustín ‘amor propio’, y los espiritualistas franceses del siglo XVII ‘amour propre’, sin guión, es decir, búsqueda de sí mismo o ‘espíritu de propiedad’ para el jesuita Lallemant”, confirma el padre Salin. Con distintos nombres, se trata siempre del mismo pecado: creerse el centro del mundo y, por tanto, olvidarse de Dios.

El cristianismo corre el riesgo de convertirse en una religión laica

La mundanidad amenaza así a la Iglesia cuando sucumbe a dos tentaciones. En primer lugar, la de la “autorreferencia”, como dice el papa: en lugar de ser la luna que refleja el sol, Cristo, “ella cree detentar su propia luz”. La Iglesia deja entonces de escuchar la Palabra de Dios y de anunciarla para “vivir en sí misma, de sí misma y para sí misma” (Discurso al cónclave de cardenales, 9 de marzo de 2013). En segundo lugar, la tentación del humanismo, olvidando a Cristo. Lo que el papa llama “cristianismo sin cruz”. “Podemos construir mucho”, dice, “pero si no confesamos a Jesucristo, nos convertiremos en una ONG humanitaria, pero no en la Iglesia, la Esposa del Señor”. De forma sutil, este humanismo procede así del mismo defecto: situar al hombre en el centro, relegando a Dios a un segundo plano. Y pone al cristianismo en peligro de convertirse en una religión laica.

¿La mundanidad espiritual es prerrogativa de los clérigos? Los comportamientos concretos en los que se encarna son, de hecho, una amenaza para todos los cristianos, consagrados o no. “Detrás de las apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia”, escribe el papa, se trata de “buscar la gloria humana en lugar de la gloria del Señor” (La alegría del Evangelio, n. 93).

Fiebre de activismo o gusto por el poder

Esto puede adoptar formas evidentes: la vanidad de algunos pastores para quienes “los signos honoríficos se convierten en el primer objetivo”, o el gusto por el poder de quienes utilizan la Iglesia para hacer carrera, con una “psicología de príncipe”. Pero este narcisismo toma también la forma de actitudes más refinadas. La búsqueda de sí mismo se camufla entonces bajo la apariencia de bondad y alta espiritualidad. “En La alegría del Evangelio (números 93-97), donde clasifica los diferentes tipos de mundanos, el papa rastrea estas motivaciones ocultas con un talento de moralista digno de La Bruyère”, analiza Dominique Salin.

«¿Qué diferencia hay entre alma y espíritu? ¿Quién muere y quién queda vivo? La conciencia ¿es el alma o el espíritu?», pregunta un internauta.

En primer lugar, la “atracción del gnosticismo”, de una “fe encerrada en el subjetivismo”. Una tendencia muy de moda a “improvisar la propia religión, en la que el sujeto se convierte en la medida de todo”, explica el padre Salin. O el “neopelagianismo autorreferencial” de los cristianos que se enorgullecen de “ser fieles a un cierto estilo católico propio del pasado”. “Esta fórmula enrevesada se dirige a todos aquellos que ponen su confianza en ritos y prácticas”, descifra el padre Salin. “‘Comulgo como es debido, hago mi Pascua, por tanto estoy salvado’, dicen. Pero, ¿es a Dios a quien buscan o a su seguridad?”.

El papa cita también el caso de esos sacerdotes llevados por la fiebre del activismo, o intoxicados por el éxito, o convertidos en simples gestores que, armados de estadísticas, defienden no tanto “al Pueblo de Dios como a la Iglesia como organización”. “Es imposible enumerar todas las variantes”, concluye el padre Salin. “Lo importante es comprender que todos estamos, en mayor o menor medida, afectados por esta mundanidad cuyas encarnaciones son las consecuencias socialmente tangibles del pecado original en la vida de la Iglesia”. ¿Cómo evitar los estragos de este mal que “nos marea más que el coñac en ayunas” y nos lleva a “la doble vida”, el pecado de los fariseos que honran a Dios con los labios pero con el corazón están alejados de Él? El papa prescribe varios remedios: el contacto con los pobres; la conexión con Cristo a través de la oración; y, por último, la salida de uno mismo y la apertura a las periferias “que nos liberan de permanecer centrados en nosotros mismos, ocultos tras una apariencia religiosa vacía de Dios”.

Autor: Charles Wright

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Fuente: https://www.vidanuevadigital.com/tribuna/la-mundanidad-espiritual-un-narcisismo-cristiano/

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