15,000 personas, con un gran número de sacerdotes, obispos y vida religiosa, han acudido a la concatedral de Budapest para encontrarse con el Papa
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La primera y muy intensa jornada de Francisco en Budapest ha tenido un remate de marcado significado religioso y espiritual. El Santo Padre llegó a la concatedral de San Esteban en torno a las cinco de la tarde. Le esperaban en un templo abarrotado los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados/as y seminaristas. Un total de 11.000 personas en la iglesia se sumaban a otras 4.000 en la plaza adyacente: una nutrida multitud que ha asistido a toda la ceremonia con silencioso recogimiento.
La basílica comenzó a construirse en el 1850; después de diversos avatares y sucesión de arquitectos que impusieron cada uno su estilo preferido fue inaugurada a comienzos del siglo XX en presencia del Emperador Francisco José. Durante la II Guerra Mundial sufrió como toda la ciudad ingentes destrozos y sólo a partir de 1983 comenzó su reconstrucción que se prolongó hasta el 2003 en que fue reabierta al culto.
La llegada de Bergoglio fue celebrada con un impresionante volteo de campanas la más pesada de las cuales ronda las noventa toneladas siendo la mayor de todo el país; hizo su entrada en silla de ruedas y fue saludado por el cardenal Peter Erdo arzobispo de Esztergom- Budapest ; recorrió la amplia nave central acompañado por el ‘Christus vincit’ y el ‘Tu es Petrus’. Al llegar al altar le dirigió unas palabras de acogida el Presidente de la Conferencia Episcopal Húngara (37 miembros) el obispo de Gyor András Veres.
En el uso de la palabra se sucedieron un sacerdote, un presbítero de rito greco-católico, una religiosa y una catequista; el primero era hermano de Janos Brenner, sacerdote de 26 años brutalmente asesinado por las autoridades comunistas y beatificado en el 2018.
El discurso del Papa Francisco
Después de estos testimonios Francisco inició la lectura de su discurso. Estas son algunas de las frases más notables:
“Nuestra vida, aunque marcada por la fragilidad, está puesta firmemente en las manos de Cristo Crucificado. Si olvidamos esto, también nosotros, pastores y laicos, buscaremos medios e instrumentos humanos para defendernos del mundo, encerrándonos en nuestros confortables y tranquilos oasis religiosos; o por el contrario, nos adaptaremos a los vientos cambiantes de la mundanidad y entonces nuestro cristianismo perderá vigor y dejaremos de ser sal de la tierra”.
“Estas son pues las dos interpretaciones, diría yo, las dos tentaciones de las que siempre debemos cuidarnos como iglesia. Primero una lectura catastrofista de la historia presente, que se alimenta del derrotismo de quienes repiten que todo está perdido, que ya no existen los valores del pasado, que no sabemos dónde iremos a parar. Y luego está el otro riesgo, el de la lectura ingenua de la propia época que en cambio se basa en la comodidad del conformismo y nos hace creer que al fin de cuentas todo está bien, que el mundo ha cambiado y debemos adaptarnos, sin discernimiento. Así , contra el derrotismo catastrofista y el conformismo mundano el Evangelio nos da ojos nuevos, nos da la gracia del discernimiento para entrar en nuestros tiempo con actitud de acogida pero también con espíritu profético. Por tanto con acogida profética”.
“El compromiso de entrar en diálogo con las situaciones e hoy exige que la Comunidad cristiana esté presente y de testimonio, que sea capaz de escuchar las preguntas y los retos sin miedo ni rigidez.Esto no es fácil en la situación actual porque tampoco faltan las dificultades internas. En particular quisiera destacar la sobrecarga de trabajo de los sacerdotes. En efecto, por una parte, las exigencias de la vida parroquial y pastoral son numerosas pero, por otra, las vocaciones disminuyen y los sacerdotes son pocos, a menuda edad avanzada y presenta algunos signos de cansancio”.
A este propósito la Santa Sede nos facilitó los siguientes datos estadísticos: los sacerdotes diocesanos y religiosos son 1.967 lo cual supone que a cada sacerdote le corresponde la asistencia pastoral de 3.028 personas. Los seminaristas mayores son sólo 287.
“Si estamos distanciados o divididos, si nos volvemos rígidos en nuestras posiciones y en los grupos no damos fruto. Causa tristeza cuando nos dividimos porque en vez de jugar en equipo, jugamos el juego del enemigo: obispos desconectados entre sí, sacerdotes en tensión con el obispo, sacerdotes mayores en conflicto con los más jóvenes, diocesanos con religiosos, presbíteros con laicos, latinos con griegos ;nos polarizamos en temas que afectan a la vida de la Iglesia, pero también en aspectos políticos y sociales, atrincherándonos en posiciones ideológicas”.
Autor: Antonio Pelayo.
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Fuente: https://www.vidanuevadigital.com/
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