No se pudo contener. Francisco reflexionaba esta mañana en la habitual catequesis de los miércoles sobre cómo sanar las heridas del corazón y brotó de él una denuncia sobre una de las lacras ocultas de la sociedad: el suicidio. “Pienso en tantos jóvenes que no toleran las propias heridas y buscan en el suicidio una vía de salvación. Está pasando hoy en nuestras ciudades”, relató el pontífice que expuso a continuación que “hay tantos jóvenes que no ven la salida, que no tienen esperanza y prefieren ir más allá con el olvido y con las heridas”.
Es la alerta que lanzó de forma espontánea durante el transcurso de una audiencia general celebrada en la Plaza de San Pedro y que contó con menos fieles de los habituales. Con la voz algo más recuperada, por con algo de tos, tras la bronquitis que le llevó ser ingresado tres días, el Papa se detuvo en las últimas palabras del Domingo de Ramos -“Sellaron la piedra”- para desarrollar su meditación sobre la esperanza.
¡Cuánta gente triste!
El pontífice argentino desarrolló una reflexión que estuvo plagada de intervenciones fuera del guión. “Antes cuando podía salir por la calle a caminar -ahora no me dejan-, me gustaba ver el rostro de la gente. ¡Cuánta gente triste! ¡Cuánta gente hablando por el móvil, gritando y sin paz! Necesitamos esperanza para ser sanados de tanta tristeza”, expuso para defender la necesidad de encontrarse con Cristo para verdaderamente descubrir la verdadera esperanza.
“Y tú, ¿tienes la esperanza viva o está guardada en un cajón? ¿Tu esperanza te invita a caminar o es un recuerdo romántico, como si fuera una cosa que no existiera? ¿Dónde está tu esperanza hoy?”, se dirigió de forma directa a los peregrinos presentes en la plaza. “Que Jesús regenere en nosotros la esperanza”. Con este deseo, resumiría después Francisco esta mañana su meditación.
Las cicatrices pasadas
Y no fue esta su única interpelación: “¿Quién no está herido en la vida? ¿Quién no lleva las cicatrices de las elecciones pasadas, de los malentendidos, de los dolores que quedan dentro y son difíciles de superar?”, preguntó a los fieles, a quienes les explicó que “Dios no oculta a nuestros ojos las heridas que han traspasado su cuerpo y su alma”.
Sin embargo, sí les hizo ver que “en Pascua se puede abrir un nuevo paso: hacer agujeros de luz en las propias herida”. De hecho, planteó que “Jesús que en la cruz no recrimina, sino que ama, ama y perdona a los que le hacen daño”. “Así convierte el mal en bien, así transforma el dolor en amor”, añadió.
Por eso, expuso que hay dos opciones para afrontar las heridas: “Que se infecten de rencor y tristeza o puedo unirlas con las de Jesús, para que hasta mis heridas se vuelvan luminosas”. A la par, lamentó que “nos vestimos de exterioridad que buscamos y cuidamos, con máscaras para disfrazarnos y mostrarnos mejor de lo que somos. Después, el maquillaje se va y ese es el rostro con el que te presentas a Dios”. “Estamos tan acostumbrados a convivir con las falsedades, que acabamos conviviendo con la falsedad como si fuera verdad y acabamos envenenados”, añadió.
Autor: José Beltrán.
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