Debo ser claro en que la creencia en la virginidad perpetua de María es un dogma de fe de la Iglesia Católica, es decir, una verdad divinamente revelada que todos los católicos deben aceptar y creer. Esta doctrina sostiene que María, la madre de Jesús, permaneció virgen antes, durante y después del parto de Jesús. Como católicos, nuestra fe en la virginidad perpetua de María es esencial porque forma parte de nuestra comprensión de quién es Jesucristo y cómo nos salvó.
La creencia en la virginidad perpetua de María se deriva de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia. Hay varios pasajes bíblicos que apuntan a la virginidad de María, como por ejemplo en Mateo 1,18, cuando se describe que María estaba "desposada con José, antes de vivir juntos, resultó que ella estaba encinta por obra del Espíritu Santo". Además, la afirmación de María en Lucas 1,34 de que no conoce hombre sugiere que ella se había consagrado completamente a Dios y había hecho un voto de virginidad.
La creencia en la virginidad perpetua de María también es respaldada por la Tradición de la Iglesia. Los primeros escritores cristianos, como San Ireneo y San Agustín, hablaron de la virginidad perpetua de María y la consideraron una enseñanza importante.
Como católicos, debemos aceptar y creer en todas las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia. Esto incluye la virginidad perpetua de María. Negar esta enseñanza es negar una verdad divinamente revelada que ha sido sostenida por la Iglesia desde los primeros días del cristianismo.
Es importante recordar que nuestra fe católica no se basa únicamente en la Biblia, sino también en la Tradición de la Iglesia y en el Magisterio, que es la enseñanza oficial de la Iglesia. La creencia en la virginidad perpetua de María ha sido enseñada por la Iglesia desde sus primeros días y ha sido reafirmada en numerosas ocasiones por el Magisterio.
Como católicos, debemos tener cuidado de no oponernos con terquedad a la enseñanza de la Iglesia y desafiarla públicamente. Esto puede ser perjudicial para nuestra propia fe y para la fe de otros fieles, y puede llevar a la confusión y la división dentro de la Iglesia y causar división es un pecado grave.
Debo dejar claro que tener una duda en sí mismo no es un pecado. De hecho, es natural que tengamos preguntas y dudas sobre la fe católica y sus enseñanzas, y no hay nada malo en buscar una mayor comprensión y claridad sobre ellas.
Si tenemos una duda o pregunta sobre una enseñanza de la Iglesia, debemos buscar respuestas y aclaraciones a través de canales apropiados, como hablando con un sacerdote o líder espiritual de confianza. No debemos desafiar públicamente la enseñanza de la Iglesia ni llevar nuestra duda a otros fieles.
Es válido tener dudas, hay dogmas que son difíciles de comprender y aceptar, pero te animo a abandonarte en Dios y entender que el Espíritu Santo le ha revelado estas verdades al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No te atemorices por pensar que estás pecando, te lo repito, la duda no es pecado, pero empeñarte en dudar y llevar esa duda a una confrontación doctrinal con la Iglesia del tipo "no me importa lo que diga la Iglesia, yo creo esto y punto", sí implica un pecado de desobediencia y de soberbia. Confía en que Dios no dejaría a la Iglesia a su suerte, Él la acompaña y no permitiría que la Iglesia llevara al error a millones y millones de fieles.
Autor: Padre Ignacio Andrade.
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