Me llamo Ana, tengo 25 años y hace unos meses estuve a punto de cometer el error más grande de mi vida: abortar a mi bebé. Pero gracias a la Eucaristía y el Rosario, pude encontrar la fuerza y el valor para cambiar de opinión.
Todo comenzó cuando mi novio y yo descubrimos que estábamos esperando un hijo. No lo esperábamos, pero decidimos que lo mejor era seguir adelante y convertirnos en padres. Sin embargo, cuando se lo contamos a nuestras familias, las cosas cambiaron drásticamente. Mis padres se negaron a aceptar la noticia y me dieron la espalda, para colmo justo en ese momento mi novio perdió su empleo y fue muy duro para él poder conseguir otro. Mientras enviaba curriculums y solicitudes, estaba conmigo y cuidaba de mí durante el embarazo. La situación se volvió cada vez más difícil y, a medida que avanzaba el tiempo, y aunque él estaba conmigo, empecé a sentirme cada vez más sola y asustada, atravesando una fuerte depresión.
Fue entonces cuando decidí buscar ayuda en un centro de planificación familiar. Pensé que podría encontrar la solución a mis problemas allí, pero en realidad, lo único que encontré fue más confusión y dolor. Los trabajadores del centro me hablaron sobre las diferentes opciones que tenía y me explicaron cómo funcionaba el procedimiento del aborto. Me dijeron que no había nada de qué preocuparse y que todo sería rápido y fácil. Pero en el fondo, sabía que no era así. Sabía que si seguía adelante con el aborto, estaría matando a mi propio hijo y eso es algo que nunca podría perdonarme a mí misma.
Fue en ese momento que decidí ir a la iglesia y pedir ayuda a Dios. Sinceramente llevaba años alejada de Dios y de la Iglesia, y ni siquiera estaba segura si aun creía en Dios. No sabía qué hacer ni a quién recurrir, pero sentí que necesitaba buscar consuelo en la fe. Me arrodillé ante el altar y le pedí a Dios que si existía, por favor me guiara y me diera la fuerza para superar este momento difícil. Fue entonces cuando me di cuenta de que había una Eucaristía en curso y decidí quedarme a escuchar la misa.
Durante la Eucaristía, me sentí extrañamente conectada con Dios. Era como si estuviera hablando directamente conmigo a través del sacerdote. Fue entonces cuando comprendí que no estaba sola y que Dios estaba allí para ayudarme a superar este momento difícil. Me di cuenta de que la vida de mi hijo era un regalo de Dios y que tenía que hacer todo lo posible para protegerla.
Después de la Eucaristía, hablé con el sacerdote y le conté sobre mi situación. Me escuchó con atención y me aconsejó que hablara con mi novio y mi familia. Me dio una serie de oraciones y me recomendó rezar el Rosario todos los días para encontrar la paz y la fuerza que necesitaba para tomar la decisión correcta.
Así lo hice. Empecé a rezar el Rosario todos los días y encontré un gran consuelo en ello. Me sentía más conectada con Dios y más fuerte para afrontar la difícil situación que tenía por delante. Me di cuenta de que Dios estaba allí para ayudarme y que no estaba sola en este camino.
Finalmente, después de muchas conversaciones y mucho tiempo de reflexión, mi novio y yo decidimos que lo mejor era seguir adelante con el embarazo y criar a nuestro hijo juntos. Fue una decisión difícil y no fue fácil, pero sabíamos que era lo correcto. A medida que avanzaba el embarazo, me di cuenta de que estaba creciendo en amor y respeto por mi hijo. Aprendí a amarlo incluso antes de nacer y a cuidar de él con todo mi corazón.
Gracias a la ayuda de Dios y la intercesión de la Virgen María, pude superar el miedo y la ansiedad que sentía al principio. Comprendí que Dios tenía un plan para mí y para mi hijo, y que todo lo que tenía que hacer era confiar en él y en su amor por mí. Aprendí a aceptar la voluntad de Dios en mi vida y a tener fe en que él siempre estaría allí para ayudarme.
Hoy, mi hijo tiene unos meses y es la luz de mi vida. No puedo imaginar haber tomado la decisión de abortar y perder la oportunidad de conocer y amar a mi hijo. Sé que Dios tiene grandes planes para él y para mí, y estoy agradecida por la oportunidad de ser madre y de compartir mi vida con él.
En resumen, mi experiencia me enseñó que la fe y la oración pueden ayudarnos a superar incluso las situaciones más difíciles. En lugar de buscar soluciones rápidas y fáciles, debemos confiar en Dios y en su plan para nuestras vidas. La Eucaristía y el Rosario son herramientas poderosas para conectarnos con Dios y encontrar la fuerza y el valor para hacer lo correcto. Siempre debemos recordar que cada vida es un regalo de Dios y que tenemos la responsabilidad de protegerla y cuidarla con todo nuestro corazón.
Autora: Ana N.
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