Se cuenta que, antes de ascender al cielo, Jesús quiso encontrar un modo de mantener vivo y eficaz su recuerdo en el mundo. Así que subió a la montaña y llamó a sus seguidores, que vinieron de todos los tiempos y lugares.
Comenzó diciendo: “Yo fui un gran Maestro que predicó y enseñó como ningún rabino. Es esencial que este aspecto mío continúe después de mi partida”. Un español, cuyo nombre era Domingo, levantó su mano y dijo: “Señor yo continuaré esa faceta tuya. Crearé una Orden de Predicadores y juntos iremos a los confines de la tierra enseñando y predicando como tú lo hiciste”. Y así nacieron los dominicos.
Jesús continuó: “Aquí, en la tierra, yo era un hombre pobre. No tenía casa propia. Vivía sencillamente, como los lirios del campo y las aves del cielo. En mi pobreza, tuve una relación personal e íntima con la Creación”. Un joven del centro de Italia se levantó, se quitó la ropa, dejó caer su manto y dijo: “Eccomi, mi chiamo Francesco! Continuaré esa parte de ti y reuniré a hombres y mujeres en una vida de pobreza, amor y respeto por la Creación”. Nacieron los franciscanos.
Encarnación del Amor
Y Jesús siguió y siguió y, por cada faceta que él comentaba, alguien se levantaba y se ofrecía de forma voluntaria para mantener viva esa parte de su memoria. Finalmente, Jesús dijo: “Al convertirme en ser humano, fui la encarnación de Dios, que es Amor. Cualquier forma de dolor o sufrimiento conmovía mi corazón con compasión. Traté a todos, especialmente a los pobres y marginados, con bondad y misericordia. Mi amor era la respuesta a los males de la sociedad. ¿Quién quiere mantener viva esta faceta de mi memoria?”.
Un párroco de una pequeña ciudad francesa llamada Issoudun, el sacerdote Julio Chevalier, levantó la mano y dijo “¡Yo lo haré, Señor!, porque he visto y creído en la grandeza de tu amor y deseo compartirlo con todos. Reuniré a hombres y mujeres, laicos, religiosos y sacerdotes, que se unirán a mí para mantener viva esta parte de tu memoria referida a tu Sagrado Corazón, ¡en todas partes y para siempre!”.
–Me encanta esta historia del P. Nick Harnan, msc. Ilustra muy bien cómo se suscitan los carismas de las congregaciones en las personas que las fundan. Para mí, además, es una manera fantástica de comprender la devoción al Sagrado Corazón desde el punto de vista del P. Julio Chevalier, msc. Cómo Cristo desde la cruz, con su corazón humano y traspasado, derrama el amor de Dios a toda la humanidad. ¡Precioso!
Más allá de la religión
–Efectivamente, Javier, al P. Chevalier le motivaba mucho esta imagen de Jesucristo, que aún después de muerto sigue dándose, incluso, a quienes lo martirizan. Por eso, nos centramos en ese pasaje y lo trascendemos para alcanzar una espiritualidad que, a su vez, transciende la simple religión. Porque las personas pueden atarse a una fe que no es sino cumplimiento de normas y preceptos. Pero la palabra y el testimonio de Nuestro Señor nos quieren llevar a un nivel que está muy por encima de ese mero cumplimiento.
–Entonces Chema, te estás refiriendo a la espiritualidad como la define el P. Nick Harnan, msc, “una manera de relacionarse con Dios, con uno mismo y con todo el mundo”. Me resulta curioso, cómo dice él, que la devoción al Sagrado Corazón ha evolucionado; desde esta relación de contemplación, que sitúa a Dios fuera de la persona, ha pasado a convertirse en una vivencia, en un modo de actuar, en un estilo de vida gracias a la Espiritualidad del Corazón. Me encanta también eso de considerarlo como un ‘estilo de vida’.
Nuevo diálogo con Dios
Además, te he escuchado decir que nuestra relación con Dios, como humanidad, va cambiando. Que Dios es el mismo, pero nuestra manera de entablar diálogo con Él, de vivir nuestra unión a Él se transforma, y así lo ha hecho a lo largo de la historia. Tú hablas de que primero fueron los mitos, a los que, por su relación con lo trascendente, el ‘principio último’, se le añadieron ciertos dogmas. Que la mitología vino a suplir el desconocimiento de lo divino en una criatura poco evolucionada intelectualmente en las primeras etapas de la historia. Y que las religiones surgen como una forma más sofisticada, con dogmas y reglas que, de la mano de los mitos, buscan el propósito de ‘salvar’ a la persona creyente, siempre en función de una deidad sancionadora de comportamientos. Es decir, los mitos, los dogmas, las reglas, la visión de una ‘deidad sancionadora’ deja a Dios fuera de la persona, por lo que su salvación está a expensas de un comportamiento reglado.
–Eso es. Madurar como especie humana en nuestra relación con Dios, supone asumir las lógicas etapas de mitos y religiones para evolucionar en lo intelectual y vivir conscientemente esta relación, disfrutando aquí y ahora esa presencia de Dios de un modo más cercano, como Padre, amigo, compañero, guía, consejero… De esta manera, mitos y religiones evolucionan hacia la ‘espiritualidad’, es decir, hacer de la relación con Dios una vivencia continua.
Espiritualidad que trasciende
Entiendo por ‘espiritualidad’ una etapa en la evolución de la creencia del ser humano. Etapa que, en orden de aparición, seguiría a la de la ‘religión’, aunque en algunos momentos y con algunos individuos la haya incluso precedido. Y etapa que aglutina, desarrolla y manifiesta lo mejor de las aptitudes que el ser humano tiene en lo referente a su capacidad de trascender la realidad en la que se mueve.
Es por ello que considero la espiritualidad como la vivencia propia de nuestro siglo y puede que de los posteriores, a menos que descubramos una nueva manera de aproximación y experiencia de lo divino. “El siglo XXI será místico o no será”, que dijo el gran escritor André Malraux, y que Karl Rahner matizó al especificar que “el cristiano del futuro será un místico o no existirá”. Creo que entendiendo ambos la mística como una expresión de la espiritualidad a la que me refiero.
¡Ojo, Javier!, hablo de una ‘espiritualidad cristiana’, porque la descubro en el Evangelio y veo en Jesucristo a su creador e impulsor. Pero entiendo que, para vivirla plenamente, se ha de superar el cristianismo como ‘religión’, que ha sido y aún sigue siendo la manera como se ha vivido el mensaje cristiano. Esto no ha de suponer un enfrentamiento entre dos concepciones distintas del Evangelio, ni tampoco entre creyentes, sino verse como dos opciones que han de respetarse en la medida que cada creyente puede y debe hacer su camino personal de encuentro con Dios. Es una cuestión de maduración y hay que comprender que cada cual tiene su propio ritmo que, indudablemente, Dios respeta dado que permite que así sea. (…)
Autores: CHEMA ÁLVAREZ, MSC / JAVIER TRAPERO
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