¡Un retrato biográfico de primera mano de un alma condenada al infierno! Lo que parecería más apropiado para una novela o una historia de ficción sí sucedió en el siglo pasado. Su interlocutora era una monja llamada Clara.
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Clara había viajado, en el otoño de 1937, a una región del lago de Garda, en Italia. A mediados de septiembre recibió la noticia del repentino fallecimiento de una amiga de la infancia, Ani. La monja ofreció sus oraciones e intenciones en la Santa Misa por el alma de la difunta a pesar de que, a lo largo del día, sintió un fuerte malestar que no hizo más que empeorar.
Esa misma noche – cuando no podía dormir bien – despertó repentinamente con un fuerte ruido en la puerta de su dormitorio, que parecía haber sido sacudida por un golpe violento. Clara, asustada, formuló una oración por las almas del purgatorio y volvió a dormirse.
Fue entonces que, en un sueño, se vio a sí misma despertando por la mañana y encontrando, al abrir la puerta de su dormitorio, un fajo de hojas de papel. Cuando comenzó a leer las líneas de lo que parecía ser una carta, Clara se sobresaltó: allí estaban los rasgos caligráficos característicos de su difunta amiga de la infancia, Ani, con las siguientes palabras: “¡Clara! No ores por mí. estoy condenada. Si te comunico esto y si te doy información detallada sobre ciertas circunstancias de mi condena, no creas que lo hago por amistad. Aquí no amamos a nadie más.” 1
Para asombro de Clara, se trataba de una auténtica “Carta del Más Allá”. Allí, la condenada narró toda su vida, destacando la forma en que se alejó de Dios, de los Sacramentos y de la oración, arrojándose por los caminos del pecado, los placeres, las cosas vanas y frívolas.
Finalmente, el alma condenada contó cómo había sido su juicio ante Dios y qué tormentos le estaban reservados en el fuego eterno: aunque se había distanciado de Dios, Él mismo no la abandonó hasta el día de su muerte. Fue un domingo cuando Ani paseaba con su marido, y sintió una voz interior – la que sería la última llamada de gracia – que le decía: “Podrías, al final, ir a Misa una vez más”,2 algo que ella decidió resueltamente rechazar. El mismo día, luego de un fatal accidente automovilístico, Ani compareció a su Juicio Particular para recibir la sentencia de condenación eterna.
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La existencia del infierno
El Doctor en Teología, Padre Bernhardin Krempel, CP, testimonia la autenticidad de lo anterior, en el libro “Carta del Más Allá”. Por esta razón, la obra mencionada a menudo se detiene en la doctrina católica, en sus notas de pie de página.
En efecto, según el catecismo, el alma después de la muerte es juzgada por Dios según las obras hechas en esta tierra, cuando “cada uno recibirá lo que merecía, según el bien o el mal que hizo mientras estaba en el cuerpo” (2 Co 5, 10). Así, después de la muerte del cuerpo, en el Juicio Particular, el alma es juzgada y recibe una sentencia: o una purificación temporal, en el Purgatorio; o el Cielo, en la visión beatífica; o, el Infierno, donde será condenada para siempre (cf. Catecismo, n. 1022).
En cuanto a este último lugar, la Iglesia nos enseña que “las almas de los que mueren en pecado mortal descienden inmediatamente después de la muerte al infierno, donde sufren las penas, ‘el fuego eterno […]’” (cf. Catecismo , nº 1035).
Para entender mejor por qué ciertas almas son condenadas, veamos la siguiente analogía: si un alumno, rebelado contra el maestro, pronuncia una ofensa contra él, ¿no debe ser castigado? Más gravemente, si la afrenta es contra el director de la escuela; peor, sin embargo, si es contra una autoridad civil notable…
Ascendiendo en los grados de autoridad, cuanto mayor sea la parte ofendida, más proporcional debe ser la pena. Así, si alguien ofende voluntaria y plenamente conscientemente al Ser infinito y eterno, que es Dios, ¿no debería haber un castigo “proporcionalmente eterno”?
Precisamente por eso el castigo del Infierno es perpetuo. Es decir, es una verdad de fe proclamada por la Iglesia, y en la que hay que creer.
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La puerta de la salvación
Después de que Clara leyó la carta, esta se deshizo en cenizas en sus manos. Entonces despertó del sueño con las campanadas de las Avemarías del Ángelus de la mañana.
Con todo propósito, en sus escritos, ella afirmaba: “Nunca sentí en la Salutación Angélica (Avemaría) tanto consuelo como después de este sueño. Lentamente recé las tres Avemarías. Entonces me quedó claro, muy claro: a Ella le corresponde tenerte, a la Madre santísima del Señor; [debes] venerar filialmente a María, si no quieres correr la misma suerte que un alma que nunca verá a Dios”.3
Por Denis Santana
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1 KREMPEL, Bernhardin (ed.). Carta do além. São Paulo: Artpress Indústria Gráfica, 2003, p. 9.
2 Ibíd., pág. 27
3 Ibíd., pág. 9
Fuente: https://es.gaudiumpress.org/
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