Víctor Manuel 'Tucho' Fernández tiene una relación curiosa con la Doctrina de la Fe. En el pasado incluso sufrió “una reprimenda” por parte de la Congregación. Se había negado a participar en una causa contra un teólogo argentino porque, explica, “muchos teólogos europeos sostenían las mismas cosas y no eran sancionados, así que la misma libertad debíamos tener los latinoamericanos”.
Fernández no estaba de acuerdo con cómo se gestionaban ciertas cosas: “Había una lupa que miraba con detalle lo que dijeran los teólogos latinoamericanos”, recuerda. Hoy este profesor y escritor argentino de 60 años es el nuevo prefecto –la cabeza– de lo que históricamente se conoció como el Santo Oficio o la Inquisición. Un nombramiento que para muchos analistas es una muestra más de los cambios que se están produciendo en la Iglesia durante el pontificado de Francisco.
En su primera entrevista después de haber sido nombrado cardenal el pasado domingo –“A mí me queda grande”, se excusa–, Fernández repasa algunas de las claves de su nueva misión, al lado del Papa, abriendo debates y tomando decisiones sobre los divorciados vueltos a casar, los gays en la Iglesia o el celibato opcional. “Francisco entiende que sin un debate libre difícilmente crecerá y se desarrollará la teología, la enseñanza de la Iglesia”, insiste.
¿Le sorprendió que el Papa lo nombrara cardenal de la Iglesia católica?
A mí me queda grande ese nombramiento, porque implica la valentía de dar la sangre si es necesario. Pero como gesto de Francisco me alegra mucho por los otros dos argentinos que serán cardenales: uno es el padre Luis Dri, un confesor ejemplar y paciente que ha hecho bien a muchísima gente con gran humildad y alegría. El otro es Monseñor Rossi, que es una gran persona, un maestro del discernimiento, y un hombre maduro como pocos.
Es usted el primer prefecto de Doctrina de la fe latinoamericano. ¿Qué supone para la teología del continente, tan perseguida en otros tiempos?
Recuerdo que antes de la Conferencia de Obispos de Aparecida reinaba el temor de que fuera un acontecimiento sin trascendencia, porque se temía que la Curia vaticana, especialmente el Dicasterio de Doctrina de la Fe, estuviera allí controlando todo lo que se dijera. En ese entonces le pedían al cardenal Bergoglio que luchara por un clima de libertad. Por esa razón Bergoglio, quien debía coordinar la redacción del documento final, postergó la redacción del documento para que hubiera mucho espacio de diálogo, debate, libre intercambio.
En una ocasión desde el dicasterio se me pidió que, como teólogo, opinara sobre los escritos de un autor argentino cuestionado. Después de analizar la obra, indiqué algunos puntos que podían requerir una clarificación, pero respondí que no correspondía hacerlo, debido a que muchos teólogos europeos sostenían las mismas cosas y no eran sancionados, por lo cual la misma libertad debíamos tener los latinoamericanos. Eso me mereció una reprimenda por parte de Doctrina de la Fe. Pero era verdad. Así como se nos consideraba el “continente de la esperanza”, había una lupa que miraba con detalle lo que dijéramos los teólogos latinoamericanos. Por eso entiendo la pregunta y debo decir que un prefecto latinoamericano es una señal significativa de una promoción de las periferias.
Tanto el Papa como usted mismo han dejado claro que durante muchos años, la Doctrina de la Fe fue más conocida como la Inquisición, dedicada a erradicar con medios no éticos, supuestos errores. ¿Cómo deshacerse de ese estigma?
Hoy nadie dice que en la Iglesia se usen “métodos inmorales” en Doctrina de la Fe. Está claro que el Papa se refiere a los tiempos de la Inquisición. No obstante, hay que reconocer que en décadas pasadas muchos teólogos se quejaban de un clima de persecución, de sentir al Dicasterio soplándoles la nuca permanentemente, con lo cual la teología se empobrecía, porque lo único que se podía hacer era repetir siempre lo mismo para evitar riesgos.
En los tiempos de la lucha contra el modernismo había un verdadero sistema de inteligencia que luego parecía seguir presente, aunque de modo más disimulado. De todos modos, si puedo hablar de lo que más recuerdo, que son los últimos años, debo decir que mientras el Cardenal Ladaria fue prefecto, el clima fue bastante sereno.
¿Cuáles son los retos que habrá de afrontar en su nueva misión?
Responder a lo que me pide al Papa en su carta, a los seis puntos que allí indica. Esta carta por una parte parece simplificar la tarea del dicasterio, pero en realidad la vuelve mucho más desafiante y exigente. No será fácil.
¿Puede la Iglesia cambiar su doctrina en algunos aspectos sin que corra el riesgo de caer en un cisma?
Debo decir, por honestidad teológica, que la doctrina en sí misma no cambia. Lo que crece y se perfecciona es nuestra comprensión de ella y consiguientemente la expresión de esa doctrina. Pero dicho esto, hay que reconocer que no puede hablarse de un crecimiento constante, o al menos no podemos sostener que hay un crecimiento lineal y permanente. En todo caso es un crecimiento en espiral, con "corsi e ricorsi" , al decir de Gian Battista Vico.
Se lo digo por la polémica en su día por la nota a pie de Amoris Laetitia sobre los divorciados vueltos a casar, que llegó a provocar las famosas ‘Dubia’ y movimientos que llegaron a tachar al Papa de poco menos que de hereje…
Allí lo que ocurrió fue un crecimiento homogéneo en nuestra comprensión del dogma. Porque la novedad solo se entiende en el contexto de lo dicho antes, aunque lo modifique en algún aspecto. De hecho, la moralidad objetiva mantiene sus criterios. Lo que se agregó es el nuevo peso que se otorga a los condicionamientos, hasta el punto que justifiquen, en algunos casos, una praxis diferente en la disciplina sacramental. Es decir, que en algunos casos los divorciados en nueva unión puedan acceder a los sacramentos.
Lo que sí parece es que, hoy, en la Iglesia ‘de Francisco’, se pueden abordar cuestiones que antes eran poco menos que tabú, como el papel de la mujer, el celibato, la realidad LGTBQ, una mayor participación de los fieles en la Iglesia. ¿A qué se debe?
Porque, así como lo impulsó en Aparecida, Francisco entiende que sin un debate libre difícilmente crecerá y se desarrollará la teología, la enseñanza de la Iglesia. Después de ese debate se puede advertir la necesidad de clarificar o rectificar algunas cosas, pero también puede ser el estímulo que se necesita para poder madurar, crecer, explicitar otros aspectos de la verdad.
¿Es Francisco un Papa mucho más querido fuera que dentro de la Iglesia? ¿Por qué tanto insulto, tantos ataques internos?
En realidad advierto que son mayoría los católicos que sienten cariño por él y lo respetan. Los que no lo hacen son una minoría ruidosa, muy activa en las redes y con más recursos. Fuera de la Iglesia ha sido capaz de despertar un nuevo interés por la opinión de la Iglesia, y muchas veces se lo escucha con grato asombro. Esto no siempre ocurre porque diga cosas nuevas, ya que muchas veces son cosas ya dichas. Pero ocurre que su estilo hace que despierte un especial interés.
Ha estado con Bergoglio hace poco. ¿Cómo se encuentra Francisco? ¿Tenemos papa para rato?
Le encontré mucho mejor que en mi visita del año pasado. El año pasado se advertía que le molestaban algunos síntomas de su problema digestivo y esto le provocaba cansancio. Ahora, la intervención quirúrgica que le hicieron resolvió ese problema y está trabajando más horas que antes y con mayor entereza.
¿Qué espera del Sínodo de la sinodalidad?
Creo que, dado que se lo presenta como un espacio de real y amplia participación, con un clima de libertad y de apertura, yo he optado por no esperar ni pretender nada, y por dejarme sorprender por el Espíritu. Veremos si nosotros no terminamos frustrando los impulsos de Dios.
¿Cómo es la Iglesia que sueña Víctor Manuel Fernández?
La Iglesia que tú soñabas cuando eras un niño o un joven y te acercabas a ella, la Iglesia que sueñan los pobres y agobiados cuando llegan a buscar en ella ayuda y consuelo, la Iglesia que anhelan los que necesitan un espacio de respeto, de apertura y de compasión que no encuentran en muchas estructuras mundanas. Pero además, la Iglesia que confía en el Espíritu, se deja tomar, transformar y desestructurar por él de tal manera que se vuelve un canal luminoso del amor de Dios y de la luz.
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