«Dios me da la fuerza y endereza mi camino». Lo de la fuerza es literal. El bíceps que postea en su cuenta de Instagram le avala. El padre Rafael Capó echa mano del salmo 18 para vincular pasión y misión. Es lo que tiene ser cura, culturista e «influencer». Con 54 años, es hoy por hoy uno de los presbíteros católicos con mayor tirón en las redes sociales. Prueba de ello es que fue una de las estrellas del primer Encuentro de «Influencers Católicos» celebrado en reciente la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Lisboa.
«No me lancé al continente digital con un objetivo claro. Sentí que tenía que estar, y empecé a poner fotos y mensajes. Vi como aquello empezó a crecer, la gente me reclamaba más. Entonces, entendí que era un espacio de evangelización», reconoce a LA RAZÓN este sacerdote portorriqueño que cuenta con una parroquia virtual de más de 71.300 seguidores: «Las redes no son ninguna tontería, pueden generar auténticas conversiones, yo puedo certificar que son una plataforma para iniciar un acompañamiento personal porque surgen preguntas, deseos, preocupaciones…».
Y todo, con una percha más propia de la portada de «Men’s Health» que de «L’Osservatore Romano». «Mi hashtag es #fitforthekigndom, o lo que es lo mismo, aptitud y fortaleza para el Reino», añade aunando el graciejo latino con el gancho predicador de los norteamericano.
Alguna novia
Como Bad Bunny hubo un tiempo en que Rafael tuvo alguna que otra novia, pero no hubo boda. «Estuve enamorado más de una vez. Llegué a intentar huir de la llamada del Señor, me empeñé en formar una familia». De hecho, su vocación nació precisamente en la primera JMJ que presidió Juan Pablo II en Roma en 1986. Se apuntó al encuentro porque iba una chica que le gustaba, pero Dios hizo de las suyas a través del Papa polaco y su «Abran las puertas de par en par a Cristo». El joven deportista lo dejó todo, menos la barra y los discos. Alumno de los escolapios, ingresó en su noviciado, pero finalmente se ordenó como presbítero diocesano. Además de pilotar la pastoral de la Sir Thomas University de Miami, es uno de los máximos responsables de la evangelización juvenil hispana de Estados Unidos.
Su dedicación al fitness arrancó en la Secundaria, en pleno apogeo del culturismo con Arnold Schwarzenegger como referente. «El deporte me enseñó desde joven a ser disciplinado, es un estilo de vida», explica como valor que le ayuda a vivir su ministerio y el propio celibato: «No solo me da fuerza física, sino que me robustece al crear unos hábitos que ayudan como la perseverancia, la fidelidad y el sacrificio».
Eso sí, reconoce que tanto en el seminario como en las parroquias donde ha estado destinado le han mirado «raro» por dar culto al cuerpo, incluso haciéndole cuestionar si se trataba de una afición y obsesión que se ponía por encima de su fe. «Hay hermanos sacerdotes que nunca me han comprendido, pero es verdad que ahora está forjándose una nueva generación que entiende, valora y necesita el deporte», sentencia, rebatiendo que esté atrapado en la espiral del espejo, el ego y la tableta abdominal. «Cuidarse físicamente y estar saludable es un deber como sacerdote, porque así puedes servir mejor al Reino de Dios. No me cuido por vanidad ni por verme más atractivo, sino desde una mirada integral, al hilo de la ecología integral que nos pide el Papa».
Los "haters"
Por el contrario, defiende que el gimnasio se ha convertido para él en un punto de conexión con los jóvenes: «Francisco nos invita a estar en salida, a irnos a las periferias donde está la gente». Así, cuando le ven entre las kettlebell sudando la gota gorda, los estudiantes se acercan para charlar con el «pater Supermán». Y Rafael les responde con una rutina para sus cuádriceps y otra para el alma. «Somos una unidad de cuerpo, mente y espíritu. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y ya nos dice san Pablo que el cuerpo es templo de Espíritu. Tenemos obligación de cuidarnos para dar gloria a Dios, aunque es verdad que ha habido momentos en la historia de la Iglesia en los que se ha despreciado el cuerpo hasta verlo como un pecado».
El padre Capó rechaza de plano los esteroides, pero sí tira de suplementos y sigue una dieta que le permite levantar hasta 145 kilos en press banca, subraya que para él no hay mejor alimento que le haga crecer que la Palabra de Dios, la oración y la eucaristía. Es más, cuando toca hacer cardio en la cinta en el remo, cae algún que otro rosario o escucha algún podcast religioso.
Con esta misma soltura teológica, se mueve en redes sociales. En este mano a mano, alterna las mancuernas, el altar y el móvil. «Cada ‘‘influencer’’ tiene su pequeño mundo y el mío pasa por conectar con los jóvenes a través del fitness, del ejercicio y de la salud del cuerpo y del espíritu. Se sienten acompañados porque no siempre la Iglesia ha estado presente y cercano en esta realidad». Zambullirse en el universo digital, aun con unas espaldas de acero, no le libra de los «haters»: «Siempre hay gente que te ataca. Al principio perdía mucho tiempo respondiéndoles, pero ahora no me detengo las piedras del camino, me concentro en contagiar la alegría del Evangelio de Francisco y poner la mirada en Cristo».
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