Como sacerdote católico, es mi deber y responsabilidad guiar a los fieles en su búsqueda de la salvación y el perdón de sus pecados. En la Misa, el acto penitencial es una parte esencial de la liturgia en la que reconocemos nuestros pecados y pedimos perdón a Dios y a la comunidad. Sin embargo, es importante entender que no todos los pecados son iguales y que algunos requieren un proceso más profundo de reconciliación.
La Iglesia enseña que hay dos tipos de pecados: veniales y mortales. Los pecados veniales son aquellos que no rompen completamente nuestra relación con Dios, pero aún así nos alejan de su gracia. Estos pecados pueden ser perdonados en el acto penitencial de la Misa, ya sea a través de la confesión general o individual.
Por otro lado, los pecados mortales son aquellos que son cometidos con pleno conocimiento y deliberada intención de ofender a Dios. Estos pecados son tan graves que rompen completamente nuestra relación con Dios y nos separan de su gracia. Para recibir el perdón de un pecado mortal, es necesario acudir al sacramento de la reconciliación, también conocido como confesión.
La razón por la cual los pecados mortales no se perdonan en el acto penitencial de la Misa se basa en la enseñanza bíblica y en la tradición de la Iglesia. En el Evangelio según San Juan, Jesús le da a los apóstoles el poder de perdonar los pecados: "Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar" (Juan 20,22-23).
Esta enseñanza es reafirmada por San Pablo en su carta a los Corintios: "Porque yo, en efecto, recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: 'Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía'. Asimismo, después de cenar, tomó la copa y dijo: 'Esta copa es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto cada vez que beban de ella en memoria mía'. Por eso, cada vez que comen de este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por tanto, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese cada cual a sí mismo antes de comer de este pan y beber de esta copa; porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Corintios 11,23-29).
Estas palabras nos muestran que el sacramento de la Eucaristía es un acto sagrado y de profunda comunión con Cristo. Si alguien está en estado de pecado mortal, no puede recibir dignamente la Eucaristía, ya que estaría profanando el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La Iglesia, siguiendo las enseñanzas de Jesús y los apóstoles, estableció el sacramento de la reconciliación como el medio por el cual los fieles pueden recibir el perdón de los pecados mortales. En la confesión, el penitente se arrepiente sinceramente de sus pecados, confiesa ante el sacerdote y recibe la absolución, que es el perdón sacramental otorgado por Dios a través del sacerdote.
El sacramento de la reconciliación es un acto de humildad y contrición, en el que reconocemos nuestra debilidad y nuestra necesidad de la misericordia divina. A través de la confesión, somos reconciliados con Dios y con la comunidad eclesial, restaurando así nuestra relación con ellos.
Es importante destacar que el acto penitencial de la Misa no sustituye ni invalida la necesidad de la confesión sacramental para los pecados mortales. La confesión es un sacramento instituido por Cristo mismo y es el medio ordinario de obtener el perdón para estos pecados.
La Iglesia nos enseña que debemos acudir a la confesión al menos una vez al año, pero también nos anima a hacerlo con mayor frecuencia, especialmente si hemos cometido pecados graves. La confesión nos brinda la oportunidad de experimentar el amor y la misericordia de Dios de manera personal y tangible, y nos ayuda a crecer en santidad y en nuestra relación con Él.
En conclusión, los pecados mortales no se perdonan en el acto penitencial de la Misa porque requieren un proceso más profundo de reconciliación a través del sacramento de la reconciliación. La confesión sacramental es el medio ordinario establecido por Cristo para recibir el perdón de estos pecados, y nos ofrece la oportunidad de experimentar la misericordia y el amor de Dios de manera personal y transformadora. Como sacerdote, mi deber es guiar y animar a los fieles a buscar este sacramento y a vivir una vida de arrepentimiento y conversión constante, para así crecer en santidad y estar en comunión plena con Dios y con la comunidad eclesial.
Autor: Padre Ignacio Andrade.
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