Muchos católicos que fueron bautizados de pequeños, pero que ya de adultos carecen de una fe firme producto de un continuo enfriamiento de la espiritualidad o de una acentuada indiferencia en materia de Religión, de repente nos salen con la novedad de que ya son "evangélicos" o "hermanos" porque en tal o cual iglesia "vieron la luz" y que recibieron "el bautismo como señal externa de su dedicación a Dios".
Pero esos excatólicos a ultranza, a pesar de que insistentemente presumen de "saber mucha Biblia", ignoran no obstante que el mismo sagrado libro está expresamente en contra de recibir nuevamente el bautismo. Y no nada más está en contra, sino que además es un grave pecado...
Esto lo podemos entender si profundizamos en el significado mismo del bautismo.
Ya desde los inicios de los Evangelios, San Juan Bautista hace una marcada diferenciación entre el bautismo administrado por él y el que administrará el Mesías: "Yo os bautizo con agua para vuestra conversión, pero él os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego" (Mt. 3, 11).
El fuego que menciona el predicador del desierto en ese versículo se refiere o hace alusión al juicio final en el que participarán todas las naciones. De hecho, él no solamente bautizó judíos, sino también gente que no formaba parte del pueblo de Dios como aquellos soldados que lo interrogaron (Mt. 3, 11).
El bautismo de Cristo no es como el de Juan que era de preparación, provisional o como antesala de lo que había de venir. El de Cristo tiene ya la característica de la eternidad, es decir, hace entrar al bautizado en el reino de Dios. Los primeros cristianos sabían perfectamente que entre la resurrección de Cristo y su segunda venida, lo que hay de esencial en el bautismo cristiano es el don del Espíritu Santo, pero ese don se realiza desde ahora.
Según Juan pues, el don del Espíritu Santo constituye el elemento nuevo en el bautismo cristiano pues el de él no confería el Espíritu Santo. Ese don está ligado a la persona y a la obra de Jesús.
Ahora bien, esa efusión del Espíritu supone en el desarrollo de la historia de la salvación la muerte y la resurrección de Cristo y como esta efusión ha tenido lugar en Pentecostés (el bautismo cristiano no es posible sino después de ese acontecimiento) resulta de todo esto que fue en la Iglesia Católica en donde descendió ese Espíritu de Dios.
Lo que sucedió en el Cenáculo de manera colectiva (las lenguas de fuego posándose sobre cada uno de los que formaban el colegio apostólico) ahora y en delante se desarrollaría de manera individual por medio del Bautismo. Lo anterior se ve reflejado claramente en las palabras dichas por San Pedro después de Pentecostés: "Conviértanse y que cada uno de ustedes sea bautizado en el nombre de Jesús para remisión de sus pecados y recibirán el don del Espíritu Santo" (Hech. 2, 38).
¿Qué relación tiene el agua del bautismo con el sacramento del Espíritu?
Con el desarrollo de la Teología, los estudiosos actuales definen la relación entre la remisión de los pecados, el don del Espíritu Santo y el bautismo por el agua. Ellos se remontan al propio bautismo de Jesús pasaje que San Pablo interpreta teológicamente (capítulo 6 de Romanos) y que nos hace caer en la cuenta de que no se puede considerar el bautismo cristiano como una "repetición" del bautismo de Juan, sino que todo lo contrario: es su cumplimiento pleno debido a la obra expiatoria de Cristo. Así pues, en el bautismo cristiano se estrechan íntimamente tanto la muerte como la resurrección de Jesús.
Cada cristiano participa ahí de ese perdón de los pecados que Jesús ha obtenido, de una vez y para siempre, muriendo en la cruz.
Aquí es donde despejamos toda duda: El bautismo de Juan, por lo tanto, no es aceptado en la naciente iglesia puesto que mediante el bautismo cristiano llegamos a ser "una misma planta" con Cristo (Rom. 6, 5), muriendo y resucitando con él.
Es así como el acto externo del bautismo y el elemento del agua dan un nuevo y pleno sentido a los dos efectos del bautismo cristiano. Éste ya no es simplemente el lavamiento como señal de arrepentimiento, sino que el nuevo cristiano es "sepultado con Cristo" (Rom. 6,4) para luego resucitar con él al salir del agua. Gracias a ese acto que produce los dos efectos (muerte y resurrección de Cristo) se hacen uno solo, se vuelven inseparables y eso es precisamente lo que reflejan las cartas paulinas, puesto que "ser sepultados con Cristo" significa indiscutiblemente el perdón de los pecados y resucitar con él todos sabemos que significa "vivir una nueva vida en Cristo", viviendo según el espíritu de Dios (Gal. 5, 16). Por lo tanto podemos sacar tres conclusiones:
El bautismo realiza el perdón de los pecados (tanto del original como los "actuales" en el adulto y de solamente el "original" en el recién nacido) y está fundamentado en la muerte expiatoria de Cristo.
El perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo se encuentran totalmente unidos en una sola cosa.
El bautismo en agua expresa la muerte redentora de Cristo y su triunfo definitivo sobre el pecado por medio de su resurrección.
Por lo tanto los niños, aunque no puedan todavía realizar un acto de fe por sí mismos, (acordémonos que la Gracia de Dios se adelanta a nuestros méritos personales o a cualquier "acto de fe" de ser humano (Rom. 5, 6-8), de todos modos indiscutiblemente reciben el Don del Espíritu Santo, el cual va unido a la muerte y resurrección de Cristo operada en ellos por medio del derramamiento del agua bautismal.
Así pues la frase "ser bautizado" es bíblicamente equivalente a "morir con Cristo" y tiene su origen en el propio bautismo de Jesús.
Por ejemplo en 1Cor.1,33 el bautismo es una "participación" en la cruz de Cristo. El pasaje dice: "¿Pablo ha sido crucificado por ustedes, o ustedes han sido bautizados en el nombre de Pablo?". Ambas preguntas que realiza el apóstol van íntimamente ligadas y son utilizadas como sinónimos.
En esas expresiones de San Pablo se nos muestra también en forma muy clara que es Cristo exclusivamente quien actúa en el bautismo, mientras que la persona que se está bautizando es un sujeto pasivo del mismo, puesto que Cristo es quien lo hace todo (Gal. 2, 20).
Luego sí pueden bautizarse los niños puesto que éstos son sujetos "pasivos" de dicha acción. Luego también otra conclusión no menos importante es que esos niños bautizados no pueden volverse a bautizar de adultos.
Otro versículo con profundo sentido teológico lo encontramos en la carta a los Hebreos. Ahí ocurre lo mismo que dijimos renglones arriba, es decir la imposibilidad de un segundo bautismo. Escuchemos:
"No es posible, en efecto, que los que han sido iluminados (bautizados) una vez, que han gustado el don celeste y que han tomado parte en el Espíritu Santo, si llegan a caer, sean otra vez renovados para arrepentimiento (rebautizados), porque no pueden crucificar a Cristo por segunda vez por ellos" (Heb. 6, 4-6).
Este pasaje muestra también cuán estrecho es el vínculo entre el don del Espíritu Santo y la muerte expiatoria de Cristo.
Monseñor Straubinger comenta ese pasaje de esta forma: "El apóstol muestra aquí a los judíos (y lo confirma en (Heb.10,26ss) el peligro de la apostasía de la fe, la cual comporta, el pecado contra el Espíritu Santo, porque rechaza la luz (3, 19) y que por tanto los dejaría privados de la gracia que viene de la fe, y entregados sin defensa en manos de Satanás, padre de la mentira. Así lo muestra también San Pablo, respecto de los gentiles en 2 Tes. 2, 11ss . De ahí la imposibilidad de levantarse de este pecado, que reniega del Bautismo y del Espíritu Santo y es semejante a un nuevo pecado de Adán, que elige libremente a Satanás antes que a Dios.
Tampoco puede borrarse por un nuevo Bautismo porque éste se da una sola vez…" (Comentario a Heb. 6, 4).
San Pablo en el texto en cuestión llama al Bautismo "iluminación" (en griego "Photismos") y la Patrística nos aclara que se trata sin equívoco alguno del bautismo como claramente lo enseña San Justino Mártir (11, 61).
Por otra parte, los "esquemas bíblicos" del Antiguo Testamento reflejados en el Nuevo, son engranaje importantísimo en este estudio.
En efecto, una "figura" del bautismo fue la "circuncisión". Sin ella, el niño no llegaba a formar parte del pueblo de Dios (Gen. 17, 11), es decir, al niño "no se le pedía opinión" si quería formar parte del pueblo de Dios o no. Ese rito mosaico prefiguraba el Bautismo, sin el cual el individuo no llegará a formar parte del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia (es decir, los que tenemos "la circuncisión de Cristo" = Col. 2, 11-12). Así como la circuncisión se realizaba "a los ocho días de nacido", también el bautismo cristiano se debe recibir en los primeros días de su ser natural.
Obviamente la circuncisión no se repetía en la edad adulta, por lógica el cúlmen de esa "figura" que es el bautismo cristiano tampoco se debe repetir en la edad adulta.
Rebautizarse pues en una secta a la edad adulta habiendo sido bautizados de pequeños, constituye un gravísimo pecado contra la persona misma de Jesús, pues equivale como dice San Pablo en su carta a los Hebreos a "crucificar a Cristo otra vez por ellos".
Fuente: Católico defiende tu fe.
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