En primer lugar, cuando hablamos de que Cristo venció a la muerte, nos referimos a su resurrección gloriosa. Como cristianos, creemos que Jesucristo, al morir en la cruz y resucitar al tercer día, nos abrió las puertas de la vida eterna. La muerte ya no tiene el poder final sobre nosotros, porque a través de Cristo, tenemos la promesa de la vida eterna en su presencia.
Sin embargo, esto no significa que la muerte física haya desaparecido del mundo. La muerte sigue siendo parte de nuestra experiencia humana debido al pecado original. Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en el párrafo 1008, "la muerte corporal, en la que el alma se separa del cuerpo, es consecuencia del pecado". Aunque Cristo nos ha liberado del poder eterno de la muerte a través de su resurrección, aún vivimos en un mundo afectado por el pecado y la fragilidad humana. La muerte física es una realidad que todos enfrentamos, pero gracias a Cristo, esta realidad ha sido transformada en un paso hacia la vida eterna.
La muerte, aunque dolorosa y difícil para aquellos que quedamos atrás, también puede ser vista desde una perspectiva de esperanza. En 1 Tesalonicenses 4, 13-14, el apóstol San Pablo nos consuela diciendo: "Hermanos, no queremos que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él". Esta esperanza nos sostiene en los momentos difíciles y nos consuela en la pérdida de nuestros seres queridos.
Es importante recordar que la muerte física no es el final de nuestra existencia, sino más bien un tránsito hacia la vida eterna que Dios nos promete. Como nos dice San Juan en Apocalipsis 21, 4, "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron". Esta promesa nos da consuelo y nos ayuda a enfrentar la muerte con esperanza y confianza en el amor misericordioso de Dios.
Además, la muerte nos invita a reflexionar sobre el sentido de nuestra propia vida. Nos recuerda la importancia de vivir cada día de manera significativa, amando a los demás, perdonando, aferrados a Cristo y buscando la voluntad de Dios en nuestras vidas. Como nos exhorta el Catecismo de la Iglesia Católica en el párrafo 1013, "la muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el proyecto divino y para decidir su destino último". En última instancia, la muerte nos lleva a un encuentro cara a cara con Dios, donde seremos juzgados según nuestras acciones y nuestro amor por Él y por los demás.
Mi amigo, la muerte puede ser un tema difícil de abordar, pero es parte integral de nuestra existencia humana. A través de la victoria de Cristo sobre la muerte, tenemos la esperanza de la vida eterna y la promesa de que aquellos que creen en Él vivirán para siempre en su presencia. Sigamos viviendo nuestras vidas con fe, esperanza y amor, sabiendo que, aunque enfrentamos la muerte física, estamos destinados a una vida eterna junto a nuestro amado Salvador.
Autor: Padre Ignacio Andrade.
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