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Si solo Cristo salva, ¿para qué sirven los Santos?


Primero y ante todo, es crucial afirmar con claridad que solo Jesucristo es nuestro Salvador. La Biblia nos enseña claramente que "no hay salvación en ningún otro, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos" (Hechos 4, 12). Cristo es el camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6), y su muerte en la cruz y su resurrección nos han abierto las puertas del cielo.

Entonces, ¿para qué sirven los Santos si solo Cristo salva? Esta es una pregunta maravillosa que nos lleva a explorar la comprensión católica de la comunión de los santos. La Iglesia Católica nos enseña que la obra redentora de Cristo se extiende más allá del tiempo y del espacio, y la comunión de los santos es una expresión de esa realidad.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, en el párrafo 946, se nos dice: "La Iglesia es 'el pueblo de Dios reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo'; su cabeza es Jesucristo y todos los bautizados son miembros de su cuerpo" (CIC 946). Aquí, vemos que la Iglesia, en su esencia, es la comunión de los fieles, tanto en la tierra como en el cielo.

Entonces, los Santos, que han vivido vidas ejemplares y han alcanzado la presencia de Dios, no están separados de nosotros, sino que son parte de esa comunión. Su papel no es competir con la obra redentora de Cristo, sino ser testigos y participantes de esa obra en la eternidad. Podemos verlos como compañeros de viaje en nuestra peregrinación terrenal, modelos a seguir y, sí, incluso amigos en el cielo que pueden interceder por nosotros.

La intercesión de los Santos se basa en el amor y la comunión que compartimos como miembros del cuerpo de Cristo. La Biblia nos habla de una "gran nube de testigos" que nos rodea (Hebreos 12, 1). Estos testigos no son observadores pasivos, sino participantes activos en nuestra vida de fe. La intercesión de los Santos es como un reflejo de esa realidad: ellos, que ahora están en la presencia de Dios, pueden presentar nuestras necesidades y oraciones ante el trono divino.

Imagina que tienes un amigo muy cercano que es conocido por su profunda conexión con Dios. Ahora, imagina que estás pasando por un momento difícil y decides pedirle a ese amigo que ore por ti. No estás adorando a tu amigo ni considerándolo un ser divino; simplemente confías en que su conexión con Dios y su amor por ti lo llevarán a orar en tu nombre. De manera similar, al pedir la intercesión de los Santos, confiamos en su cercanía a Dios y su deseo de ayudarnos, ya que comparten un amor común por nuestro Señor.

La Biblia respalda la idea de la intercesión en varios lugares. En el Antiguo Testamento, vemos a Abraham intercediendo por Sodoma y Gomorra (Génesis 18, 22-33), y en el Nuevo Testamento, Pablo anima a los creyentes a orar unos por otros (Efesios 6, 18). Esto nos muestra que la intercesión es parte de la tradición bíblica y puede extenderse más allá de las barreras del tiempo y el espacio.

La intercesión de los Santos no disminuye la centralidad de Cristo como nuestro único Salvador. De hecho, la resalta al mostrar cómo la obra de Cristo en la cruz ha creado una comunión viva entre los miembros de su Cuerpo, la Iglesia. Los Santos, al interceder por nosotros, son testigos vivos de la gracia redentora de Cristo.

La Iglesia Católica también nos enseña que la intercesión de los Santos no es una competencia con la intercesión de Cristo. En el Catecismo, en el párrafo 956, leemos: "Los que están en el cielo pueden interceder por los hombres. La oración de la Iglesia se apoya en la intercesión carismática de los santos y en la de Cristo que intercede por nosotros en el cielo sin cesar" (CIC 956). Aquí, vemos que la intercesión de los Santos y la intercesión de Cristo son complementarias, no opuestas.

La Iglesia también nos enseña que la intercesión de los Santos no es una necesidad absoluta, sino un regalo adicional. La gracia redentora de Cristo es suficiente para nuestra salvación. Sin embargo, la intercesión de los Santos es un testimonio de la relación viva que compartimos como miembros de la familia de Dios. Es un regalo que nos muestra cómo la obra salvífica de Cristo no se limita a nuestra vida terrenal, sino que se extiende a la eternidad.

Para entender esto mejor, podemos mirar el sacramento de la reconciliación (confesión). Aunque Jesucristo es el único que puede perdonar nuestros pecados, la Iglesia nos invita a confesar nuestros pecados ante un sacerdote. Esto no significa que el sacerdote esté perdonando los pecados en lugar de Cristo, sino que actúa como un instrumento a través del cual recibimos la gracia de Dios. De manera similar, la intercesión de los Santos no reemplaza la obra salvífica de Cristo, sino que es un medio a través del cual experimentamos su amor y ayuda.

En conclusión, los Santos no compiten con Cristo como Salvador, sino que son testigos y participantes de la obra redentora de Cristo. Su intercesión no es una necesidad absoluta, pero es un regalo que nos muestra la profundidad de nuestra comunión en Cristo. Al pedir la intercesión de los Santos, no los adoramos ni les atribuimos la capacidad de salvarnos, sino que confiamos en su amor y cercanía a Dios para orar por nosotros.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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