La idea de la edad en el cielo es fascinante y, en realidad, no hay una respuesta directa y explícita en las Escrituras o en el Catecismo. Pero exploraremos algunos conceptos que podrían arrojar luz sobre este asunto.
Primero, recordemos que el cielo es un estado de plenitud y comunión perfecta con Dios. San Pablo nos dice en 1 Corintios 13, 12: "Ahora vemos como en un espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido". Esto sugiere que en el cielo, nuestra comprensión será completa y directa, sin limitaciones ni distorsiones.
En cuanto a la edad física, muchos teólogos han reflexionado sobre la posibilidad de que, en el cielo, nuestras formas físicas reflejen la plenitud de la perfección. Es decir, podríamos considerar la idea de que todos tendríamos la apariencia de la mejor versión de nosotros mismos, en la plenitud de la salud y la belleza. Esto se basa en la creencia de que, en el cielo, nuestras glorificadas formas reflejarán la imagen de Dios en la que fuimos creados.
Un pasaje clave que puede arrojar luz sobre esto es Filipenses 3, 21, donde San Pablo habla sobre cómo Cristo "transformará nuestro cuerpo miserable, para que sea semejante a su cuerpo glorioso". Esta glorificación del cuerpo sugiere una transformación que va más allá de las limitaciones de la edad terrenal.
Ahora, es importante notar que en el cielo no experimentaremos el tiempo de la misma manera que lo hacemos aquí. El tiempo terrenal es lineal, pero en la eternidad, el tiempo podría tener una dimensión diferente. Podríamos experimentar la plenitud del ser de una manera que escapa a nuestra comprensión terrenal.
Además, la Escritura nos da vislumbres de un cielo donde no hay dolor ni sufrimiento, y donde experimentamos la alegría y la paz en su máxima expresión. En Apocalipsis 21, 4, leemos: "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron".
Esto nos lleva a la conclusión de que, independientemente de nuestra apariencia física, la experiencia en el cielo será una de perfección, gozo y comunión con Dios y los demás. Todos seremos partícipes de la plenitud de la vida eterna, disfrutando de la presencia divina y compartiendo en la alegría del amor perfecto.
Dicho esto, es esencial recordar que estas reflexiones son interpretaciones humanas basadas en las Escrituras y la tradición. La realidad del cielo es un misterio que supera nuestra comprensión limitada. La maravilla y la belleza del cielo son algo que solo podremos comprender plenamente cuando estemos allí.
Como buenos amigos en este viaje de fe, siempre es emocionante explorar estas preguntas juntos. La fe nos invita a asomarnos a los misterios divinos con asombro y humildad, confiando en que la plenitud de la verdad se revelará en el abrazo amoroso de nuestro Padre celestial.
Espero que esta charla haya sido útil y que sigamos explorando juntos los misterios fascinantes de nuestra fe. Estoy aquí para ti, siempre listo para compartir y aprender en esta maravillosa travesía de fe. ¡Sigamos caminando juntos hacia la plenitud de la vida eterna!
Autor: Padre Ignacio Andrade.
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