La Candelaria es una celebración llena de significado para nosotros, los católicos. Claro, los tamales son una delicia, pero la verdadera esencia de este día va mucho más allá.
La fiesta de la Candelaria, que tiene lugar el 2 de febrero, está vinculada a la presentación del Niño Jesús en el Templo y la purificación de la Virgen María después de su parto. ¡Vaya, suena un poco complicado, ¿verdad? Pero déjame explicarte con detalle, como nos gusta hacerlo.
En el Evangelio de Lucas (capítulo 2, versículos 22-40), se nos cuenta que María y José llevaron al Niño Jesús al Templo de Jerusalén, según la ley judía, cuarenta días después de su nacimiento. Esto era parte de la tradición judía en la que los padres presentaban a su primogénito y ofrecían un sacrificio en acción de gracias. María y José eran una pareja piadosa, así que obedecieron esta ley.
Fue allí donde encontraron a dos personajes muy interesantes: Simeón y Ana. Simeón, un hombre justo y devoto, había recibido una promesa del Espíritu Santo de que no moriría sin ver al Mesías. Cuando vio a Jesús, lo tomó en sus brazos y exclamó las hermosas palabras conocidas como el "Nunc Dimittis" (Lucas 2,29-32), que son parte de las oraciones vespertinas en la Liturgia de las Horas.
Ana, una viuda de avanzada edad, también estaba en el Templo adorando día y noche. Al ver al Niño, ella también dio gracias a Dios y habló de Él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Esta presentación del Niño Jesús en el Templo y el encuentro con Simeón y Ana son eventos que celebramos en la Candelaria. Pero, ¿por qué el nombre? La razón es sencilla: en esta festividad, bendecimos las velas que se utilizarán durante todo el año en nuestras celebraciones litúrgicas, recordando que Jesús es la "Luz para iluminar a las naciones" (Lucas 2,32).
Ahora bien, ¿qué significa para nosotros hoy en día? Bueno, en primer lugar, nos recuerda que Jesús es la luz que ilumina nuestras vidas, disipando las tinieblas del pecado y la ignorancia. Como dice el Salmo 119,105, "Tu palabra es lámpara a mis pies y luz en mi camino". Jesús es esa luz que nos guía en nuestro caminar diario.
La purificación de María también nos enseña sobre la importancia de la pureza y la consagración a Dios. No solo físicamente, sino también en nuestro corazón. Debemos buscar la pureza de intención en nuestras acciones y la consagración de nuestro ser al servicio de Dios y los demás.
La Candelaria es un recordatorio de que cada uno de nosotros, como creyentes, somos llamados a ser portadores de la luz de Cristo en el mundo. Así como las velas iluminan la oscuridad, nosotros, con la gracia de Dios, debemos iluminar las vidas de quienes nos rodean con amor, compasión y justicia.
Volviendo a lo de los tamales, ¡es verdad! En algunos lugares, la tradición de compartir tamales en la Candelaria simboliza la hospitalidad y la generosidad. Recordemos que Ana, después de encontrarse con Jesús, habló de Él a todos los que esperaban la redención. Compartir comida es una forma hermosa de compartir la buena nueva de Jesús con los demás, ¿no crees?
En el Catecismo de la Iglesia Católica, en el párrafo 529, se nos recuerda que la presentación de Jesús en el Templo es un momento de revelación: "Simeón y Ana, representantes de la expectación de Israel, reconocen en Jesús el Mesías y el Salvador. Los signos prefiguran los 'signos' del anciano Simeón y de la profetisa Ana, que, gracias al Espíritu Santo, reconocen en Jesús al Mesías tan esperado."
Así que, querido amigo, la Candelaria es mucho más que solo tamales (aunque admito que suena delicioso). Es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con ser portadores de la luz de Cristo, para purificar nuestros corazones y para compartir la buena noticia con aquellos que esperan la redención.
Autor: Padre Ignacio Andrade.
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