¡Queridos amigos en Cristo!
Hoy, en medio de un mundo que parece cada vez más entregado a las fuerzas de la oscuridad, quiero invitarte a reflexionar juntos sobre lo que significa vivir como verdaderos discípulos de Cristo en estos tiempos turbulentos. Es innegable que nos enfrentamos a desafíos enormes: el egoísmo desenfrenado, el individualismo rampante, el culto al dinero y al mercado, y una pérdida alarmante de los valores cristianos que alguna vez fueron el fundamento de nuestra sociedad.
Cuando miramos a nuestro alrededor, vemos cómo el egoísmo y la búsqueda desenfrenada del interés propio han penetrado en los corazones de tantos. La cultura del "yo primero" se ha vuelto omnipresente, convirtiendo a las personas en esclavas de sus propios deseos y ambiciones, sin preocuparse por el bienestar de los demás. Pero como cristianos, sabemos que nuestro llamado es diametralmente opuesto: somos llamados a amar al prójimo como a nosotros mismos, a poner las necesidades de los demás por encima de nuestras propias comodidades.
El individualismo ha erosionado el tejido mismo de la comunidad. Hemos perdido de vista la importancia vital de vivir en armonía y solidaridad con nuestros hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto insensibles al sufrimiento de los demás, encerrándonos en nuestras propias burbujas de confort. Pero Jesús nos enseñó el valor de la comunidad, nos mostró que somos más fuertes cuando estamos unidos, cuando nos apoyamos mutuamente en tiempos de necesidad.
El liberalismo desenfrenado, que idolatra la libertad individual y que vende la falsa idea de que cada persona es un universo en sí mismo y que el individuo está por encima de todo, ha llevado a una distorsión peligrosa de lo que significa ser libre. La libertad no es hacer lo que queramos sin consecuencias, sino vivir de acuerdo con la verdad y el amor. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en el párrafo 1733, "la libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestro bien supremo". Por lo tanto, nuestra libertad debe estar enraizada en la voluntad de Dios, en seguir sus mandamientos y en buscar su voluntad en todas las cosas.
El culto al dinero y al mercado ha invadido todos los aspectos de nuestra sociedad, convirtiendo a las personas en meros instrumentos de producción y consumo, creando una "dictadura de la economía" sobre el hombre, como bien lo ha dicho en repetidas ocasiones el Papa Francisco. Se nos dice que nuestra valía se mide por nuestro éxito material, por la cantidad de posesiones que acumulamos. Pero Jesús nos enseñó que no podemos servir a dos amos: no podemos servir tanto a Dios como al dinero. Debemos recordar que nuestras verdaderas riquezas están en el Reino de los Cielos, no en los tesoros terrenales que se desvanecen con el tiempo.
Lamentablemente, también hemos perdido de vista la importancia de la justicia social y la promoción del bien común. Nos hemos vuelto cómplices de un sistema que perpetúa la desigualdad y la injusticia, que deja atrás a los más vulnerables entre nosotros. Pero la justicia social es un imperativo moral para todos los cristianos. Como nos enseña la Biblia en Proverbios 31,8-9, "Levanta la voz por los que no tienen voz, por los derechos de todos los desposeídos. Levanta la voz, juzga con justicia; defiende los derechos del pobre y del necesitado".
En este mundo cada vez más entregado a las fuerzas de la oscuridad, es más importante que nunca que vivamos como auténticos testigos de la luz de Cristo. No podemos permitir que el desaliento nos paralice o que el miedo nos paralice. Al contrario, debemos ser valientes en nuestra fe, comprometidos en llevar la luz de Cristo a todas las áreas de nuestras vidas y de nuestra sociedad.
Para hacer frente a estos desafíos, necesitamos regresar a nuestros fundamentos cristianos, a las verdades eternas que han sido confiadas a nosotros por nuestra fe. Necesitamos recordar que somos llamados a amar a Dios sobre todas las cosas y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Necesitamos cultivar una vida de oración y sacramentos, nutriendo nuestra relación con Dios y fortaleciendo nuestra capacidad para resistir las tentaciones del mundo.
Además, debemos comprometernos activamente en la construcción del Reino de Dios aquí en la tierra, trabajando incansablemente por la justicia social y la promoción del bien común. Debemos ser voz para los sin voz, defensores de los marginados y buscadores de la verdad y la justicia en todas las áreas de nuestra vida.
En última instancia, recordemos que no estamos solos en esta batalla. Cristo está con nosotros en cada paso del camino, fortaleciéndonos con su gracia y su amor infinito. Y como comunidad de creyentes, estamos llamados a apoyarnos mutuamente, a animarnos mutuamente en la fe y a caminar juntos hacia la luz de Cristo.
Así que no perdamos la esperanza, queridos amigos. Aunque el mundo pueda parecer oscuro y desalentador en ocasiones, sabemos que la luz de Cristo brilla más brillante que cualquier oscuridad. Sigamos adelante con valentía y confianza, sabiendo que, con Dios a nuestro lado, podemos superar cualquier desafío que se nos presente.
Que Dios los bendiga abundantemente y los guíe en su camino hacia una vida más plena y abundante en Cristo.
¡Con amor en Cristo,
Padre Ignacio Andrade.
Sacerdote católico
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