¿Es pecado estar poseído por el demonio?


Vamos a hablar de este tema, que a menudo puede generar muchas preguntas y preocupaciones. Para empezar, es importante entender que la posesión demoníaca es un fenómeno espiritual muy serio, pero estar poseído no es un pecado en sí mismo. Vamos a desglosar esto para entenderlo mejor.

Primero, hablemos sobre lo que significa la posesión demoníaca. La Iglesia Católica enseña que el demonio y sus secuaces pueden influir en las personas de diferentes maneras. La posesión es una de las formas más extremas de esta influencia, donde un demonio toma control del cuerpo de una persona. Este tipo de casos son muy raros y se consideran fenómenos excepcionales.

Ahora bien, ser poseído por el demonio no es un pecado porque el pecado es una acción o una omisión voluntaria que va contra la ley de Dios. Según el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), el pecado es "una ofensa a Dios: 'Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí' (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor de Dios para nosotros y aparta de él nuestros corazones" (CIC 1850).

La posesión demoníaca, en cambio, no es una elección voluntaria de la persona. No es algo que alguien decida hacer, y por lo tanto, no puede ser considerado un pecado. De hecho, las personas poseídas suelen sufrir mucho y necesitan ayuda y compasión, no juicio.

Vamos a ponerlo en perspectiva con un ejemplo bíblico. En los Evangelios, Jesús se encuentra con varias personas poseídas por demonios y, en todos los casos, su respuesta es de compasión y poder curativo. Por ejemplo, en el Evangelio de Marcos, encontramos la historia del hombre poseído por un espíritu impuro en la sinagoga:

"Enseguida, se encontraba en la sinagoga un hombre con un espíritu impuro, que gritó: '¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios.' Jesús lo reprendió, diciendo: 'Cállate y sal de él.' Y el espíritu impuro, sacudiéndolo violentamente y dando un gran grito, salió de él." (Marcos 1, 23-26).

En este pasaje, Jesús no reprende al hombre por estar poseído, sino que expulsa al demonio y libera al hombre. Este acto de Jesús muestra que la posesión es algo que ocurre a la persona, no algo que la persona escoge. Así que si Jesús mismo no condena a las personas poseídas, sino que busca liberarlas, nosotros también debemos adoptar una actitud de comprensión y ayuda.

Además, la posesión demoníaca puede ser vista como una prueba o una cruz que una persona debe llevar. En la vida cristiana, todos tenemos nuestras pruebas y cruces que llevar, y algunas de ellas pueden ser muy difíciles. San Pablo, en su segunda carta a los Corintios, habla de su "aguijón en la carne", que muchos interpretan como una gran prueba o aflicción que debía soportar:

"Para que no me enaltezca sobremanera por la grandeza de las revelaciones, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás para que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera." (2 Corintios 12, 7).

San Pablo no ve este aguijón como un pecado, sino como una prueba permitida por Dios para su crecimiento espiritual. De manera similar, una posesión demoníaca puede ser una prueba espiritual muy dolorosa, pero no un pecado.

Dicho esto, es cierto que ciertas acciones o comportamientos pueden abrir puertas a la influencia demoníaca. Practicar el ocultismo, jugar con la ouija, involucrarse en rituales satánicos o incluso vivir en un estado de pecado grave y no arrepentido pueden aumentar la vulnerabilidad de una persona a estas influencias. En estos casos, el pecado no está en la posesión misma, sino en las acciones que pudieron haber llevado a esa situación.

Es importante también hablar de la importancia de los sacramentos y la vida de oración en la protección contra las influencias malignas. La confesión frecuente, la Eucaristía, la oración diaria y el uso de sacramentales como el agua bendita y las medallas pueden ser poderosos escudos espirituales. San Juan Bosco solía decir: "Satanás teme a los sacramentos y huye ante la vista de la cruz". Estas prácticas fortalecen nuestra relación con Dios y nos protegen de las influencias del maligno.

En resumen, estar poseído por el demonio no es un pecado. Es una situación de sufrimiento que requiere ayuda, oración y, en muchos casos, la intervención de un exorcista autorizado por la Iglesia. Como comunidad católica, nuestra respuesta debe ser siempre de compasión y apoyo, siguiendo el ejemplo de Jesús, quien sanaba a los poseídos y nunca los condenaba.

Así que si alguna vez encuentras a alguien en esta situación o si tienes dudas sobre ello, recuerda siempre buscar la ayuda adecuada y apoyarte en la fe, en la oración y en los sacramentos. Y sobre todo, no pierdas nunca de vista que Dios es más poderoso que cualquier influencia maligna y que Su amor y misericordia están siempre presentes, incluso en los momentos más oscuros.

Autor de esta respuesta: Padre Ignacio Andrade.

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