Sufrí abuso infantil, y siempre me pregunto por qué Dios no me protegió


Querido amigo,

Primero, quiero decirte que lamento profundamente saber que has pasado por una experiencia tan dolorosa como el abuso infantil. Como sacerdote y amigo, estoy aquí para escucharte, acompañarte y tratar de ayudarte a encontrar un sentido a tus preguntas desde la fe. Este es un tema muy difícil y no hay respuestas fáciles, pero vamos a intentar reflexionar juntos sobre ello.

El misterio del sufrimiento

El sufrimiento es uno de los grandes misterios de nuestra existencia y de nuestra fe. Sabemos que vivimos en un mundo donde, a veces, suceden cosas horribles. La pregunta de por qué Dios permite el sufrimiento ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad.

Dios nos ha dado el libre albedrío, que es la capacidad de tomar decisiones por nosotros mismos. Esta libertad es un don maravilloso, pero también puede ser usada para el mal. Las personas que te hicieron daño abusaron de su libertad para hacer algo profundamente injusto y pecaminoso. Dios no quiere que suframos, pero respeta nuestra libertad, incluso cuando se utiliza para causar daño.

Dios y el sufrimiento

A menudo nos preguntamos, "¿Dónde estaba Dios en esos momentos?" Es una pregunta muy válida y difícil de responder. Sin embargo, es importante recordar que Dios nunca nos abandona. En el Salmo 34, 18 se nos dice: “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón; él salva a los de espíritu abatido”. Dios estuvo contigo, sufriendo contigo, aunque no siempre lo sintiéramos de esa manera.

Jesús mismo experimentó un sufrimiento indescriptible. Fue traicionado, torturado y crucificado injustamente. En la cruz, gritó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mateo 27, 46). En ese momento, Jesús se identificó con todos los que sufren y se sienten abandonados. Su sufrimiento nos muestra que Dios no está lejos de nuestro dolor, sino que está en medio de él, compartiéndolo con nosotros.

El mal y el pecado

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que el mal y el pecado son realidades que están en el mundo debido a la libertad mal utilizada por los seres humanos (CIC 311). El mal no es algo que Dios quiera ni crea, pero lo permite porque ha decidido darnos libertad. Sin embargo, esto no significa que Dios sea indiferente a nuestro sufrimiento. Al contrario, en su plan de amor, Dios puede sacar un bien incluso del mal más grande, aunque esto pueda parecer incomprensible en los momentos de dolor.

La esperanza y la redención

Una de las verdades fundamentales de nuestra fe es que el sufrimiento no tiene la última palabra. Jesús resucitó de entre los muertos, venciendo al pecado y a la muerte. Esta victoria nos da esperanza. San Pablo nos recuerda en Romanos 8, 28: "Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de los que han sido llamados según su designio". Aunque ahora no podamos ver cómo, creemos que Dios puede traer algo bueno incluso de nuestras peores experiencias.

No te estoy diciendo que el abuso que sufriste fue algo bueno, de ninguna manera. Fue un mal terrible. Pero, a través de la gracia de Dios, puedes encontrar sanación y una nueva vida. La Iglesia ofrece recursos, como consejería y sacramentos, para ayudar a las personas a sanar de estas heridas profundas. El sacramento de la reconciliación, por ejemplo, no solo nos perdona los pecados, sino que también nos da la gracia para sanar nuestras heridas interiores.

El papel de la comunidad

No estás solo en tu dolor. La Iglesia es una comunidad de fieles que están llamados a apoyarse mutuamente. Como dice San Pablo en 1 Corintios 12, 26: "Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro recibe honor, todos los miembros se regocijan con él". La comunidad cristiana está aquí para sostenerte y caminar contigo en este proceso de sanación.

Buscar ayuda y apoyo

Te animo a que busques ayuda. Hablar con un sacerdote, un consejero o un grupo de apoyo puede ser muy útil. La sanación es un proceso, y no tienes que enfrentarlo solo. Dios nos ha dado a la Iglesia precisamente para que podamos apoyarnos mutuamente en las dificultades.

La oración y la sanación

La oración es una herramienta poderosa para la sanación. Puede ser tan simple como abrir tu corazón a Dios y expresarle tu dolor y tus preguntas. En la oración, puedes encontrar consuelo y fortaleza. También puedes pedirle a Dios que te ayude a perdonar, no porque lo que te hicieron esté bien, sino porque el perdón puede liberarte del peso del odio y el resentimiento.

Recuerda las palabras de Jesús en Mateo 11, 28-30: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera". Jesús te invita a traerle tu carga, tus heridas y tu dolor.

Un futuro con esperanza

Aunque el pasado no puede cambiarse, Dios puede darte un futuro lleno de esperanza. Jeremías 29, 11 dice: "Porque yo sé los planes que tengo para ustedes –declara el Señor–, planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza". Este versículo nos recuerda que, a pesar de nuestras experiencias dolorosas, Dios tiene un plan de amor y redención para cada uno de nosotros.

Tu testimonio

Por último, quiero animarte a considerar cómo tu experiencia y tu sanación pueden convertirse en un testimonio de la misericordia y el poder de Dios. A veces, quienes han pasado por sufrimientos profundos pueden ser una fuente de esperanza y consuelo para otros que están pasando por experiencias similares. Tu historia puede ser una luz en la oscuridad para alguien más.

Amigo, te aseguro que estaré orando por ti, pidiendo a Dios que te dé la paz y la sanación que necesitas. Si en algún momento necesitas hablar, no dudes en buscarme. No estás solo en este camino; Dios está contigo, y nosotros, tu comunidad, también.

Con afecto y bendiciones,

Padre Ignacio Andrade.

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Espero que esta reflexión te sea de ayuda y te brinde un poco de consuelo en medio de tu dolor. Recuerda que Dios está contigo en todo momento, y su amor es más grande que cualquier sufrimiento.

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