Primero, recordemos que la Iglesia Católica se organiza de una manera muy particular, basada en una tradición que se remonta a los tiempos de los apóstoles y a Jesús mismo. En el Nuevo Testamento, vemos cómo Jesús escogió a sus apóstoles, no a través de un proceso democrático, sino por elección directa. Por ejemplo, en Juan 15,16, Jesús dice: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os designé para que vayáis y llevéis fruto, y que vuestro fruto permanezca”. Esta elección directa es significativa porque establece un modelo de liderazgo espiritual que se fundamenta en el llamado divino y la autoridad espiritual, más que en la elección popular.
La elección de los obispos y párrocos sigue esta tradición apostólica. Los obispos son considerados sucesores de los apóstoles, y su elección se hace a través de un discernimiento cuidadoso que implica oración y la guía del Espíritu Santo. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1578) explica que “nadie puede atribuirse a sí mismo este ministerio, sino que debe ser llamado por Dios”. La idea es que el liderazgo en la Iglesia no es simplemente una cuestión de habilidades o popularidad, sino de una vocación específica y divina.
Ahora, pensemos en cómo se eligen los obispos hoy en día. Generalmente, el proceso incluye consultas a varios sacerdotes y laicos dentro de la diócesis, lo que significa que la voz del pueblo tiene un papel indirecto pero significativo. Las opiniones de los fieles son tomadas en cuenta, y esto asegura que el obispo sea alguien que realmente pueda pastorear a su rebaño. Finalmente, la elección es confirmada por el Papa, asegurando una continuidad con la autoridad de Pedro, a quien Jesús confió el liderazgo de su Iglesia (Mateo 16,18-19).
En cuanto a los párrocos, son nombrados por los obispos, quienes conocen las necesidades de sus diócesis y buscan enviar pastores que puedan servir mejor a sus comunidades. Aquí también hay un proceso de discernimiento y oración. El obispo, en su sabiduría pastoral, intenta colocar al sacerdote adecuado en la parroquia adecuada, buscando siempre el bien espiritual del pueblo de Dios.
Podemos entender que, aunque no se trata de una elección democrática en el sentido moderno, hay una preocupación genuina por la comunidad y un deseo de que el liderazgo sea realmente efectivo y espiritual. El modelo de la Iglesia busca evitar los problemas que podrían surgir de un proceso electoral, como divisiones, campañas o incluso corrupción. La Iglesia, al ser una entidad espiritual, tiene un enfoque distinto al de las organizaciones civiles y busca reflejar la unidad y la universalidad del Cuerpo de Cristo.
San Pablo, en sus cartas, habla mucho sobre la unidad del Cuerpo de Cristo y cómo cada miembro tiene un papel distinto pero complementario (1 Corintios 12,12-27). En este contexto, los laicos tienen un papel esencial y valioso en la vida de la Iglesia, pero el liderazgo pastoral se entiende como un carisma y una responsabilidad que requieren un discernimiento especial.
Es importante también recordar que los fieles laicos no están excluidos de tener influencia y participación activa en la vida de la Iglesia. A través de consejos parroquiales, comités y otros grupos, los laicos pueden y deben colaborar estrechamente con sus párrocos y obispos. El Concilio Vaticano II enfatizó mucho esto, señalando que todos los bautizados comparten en la misión de la Iglesia (Lumen Gentium, 31). Esta colaboración es vital para la vitalidad de nuestras comunidades y para llevar el Evangelio al mundo.
Además, la Iglesia Católica ha sido siempre una comunidad que valora la tradición y la continuidad. Cambiar el modo de elección de los líderes podría afectar esta continuidad y podría desconectarnos de nuestras raíces apostólicas. La estructura jerárquica actual nos conecta con una historia rica y profunda, que ha sido guiada por el Espíritu Santo a lo largo de los siglos.
Sin embargo, no podemos ignorar que vivimos en un mundo cada vez más consciente de los valores democráticos y de participación activa. Muchos fieles sienten una cierta incongruencia cuando la Iglesia promueve la democracia en el ámbito civil pero no la practica internamente. La Iglesia está llamada a encontrar un balance entre su rica tradición y una apertura hacia estructuras más democráticas y renovadoras. Esto implica un discernimiento continuo y un diálogo abierto, donde la voz de los laicos se escuche con mayor fuerza, siempre buscando el bien común y la misión evangelizadora.
En resumen, la razón por la cual los laicos no eligen democráticamente a sus párrocos y obispos radica en la tradición apostólica, la naturaleza espiritual del liderazgo en la Iglesia y la búsqueda de unidad y continuidad en la fe. Aunque el proceso no sea democrático en el sentido moderno, está profundamente enraizado en la oración, el discernimiento y la guía del Espíritu Santo.
Espero que esta explicación te haya sido útil y te anime a profundizar aún más en tu fe y en tu comprensión de la Iglesia. Recuerda, siempre estamos llamados a participar activamente en nuestra comunidad y a colaborar estrechamente con nuestros líderes, construyendo juntos el Reino de Dios en la tierra. ¡Dios te bendiga!
Autor: Padre Ignacio Andrade.
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