Mi nombre es Juan Méndez, y esta es la historia de mi conversión del mormonismo al catolicismo, un viaje espiritual que nunca pensé que tomaría. Vengo de una familia mormona muy devota. Mis padres, mis abuelos y la mayoría de mis parientes eran miembros activos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Desde pequeño, fui educado en la fe mormona, asistiendo a reuniones dominicales, seminarios y otras actividades de la iglesia.
Prejuicios y Malentendidos
Crecí con muchos prejuicios contra el catolicismo. Nos enseñaban que los católicos eran paganos que adoraban imágenes y estatuas, que confundían a los santos con Dios y que rendían culto a María, a quien consideraban igual o incluso superior a Jesús. Me parecía un sistema de creencias muy alejado de la verdadera adoración a Dios. La Eucaristía, en particular, me resultaba incomprensible y me parecía una práctica extraña y sin sentido.
Siempre sentí una conexión profunda con Dios, pero a medida que crecía, comencé a tener dudas y preguntas que el mormonismo no podía responder de manera satisfactoria. ¿Qué significaba realmente la salvación? ¿Por qué la iglesia mormona tenía tantas reglas y rituales que parecían arbitrarios? Empecé a buscar respuestas fuera de mi fe, pero siempre con cautela y miedo de estar traicionando mis raíces.
Primer Contacto con el Catolicismo
Mi primer contacto significativo con el catolicismo fue en la universidad. Hice amistad con un grupo de estudiantes católicos que me impresionaron por su fe sincera y su alegría contagiosa. Uno de ellos, Alejandro, se convirtió en un amigo muy cercano. Alejandro nunca trató de convertirnos, pero su vida era un testimonio constante de su fe. Me invitó a una Misa un día, y aunque al principio fui reacio, mi curiosidad finalmente ganó.
La primera vez que entré en una iglesia católica, me sentí abrumado. La arquitectura, las imágenes, los vitrales y la solemnidad del ambiente eran completamente diferentes a lo que estaba acostumbrado. Durante la Misa, observé todo con atención, tratando de entender qué estaba sucediendo. Cuando llegó el momento de la consagración, vi a los feligreses arrodillarse y el sacerdote levantar la hostia. Sentí una mezcla de asombro y escepticismo. ¿Cómo podían creer que ese pedazo de pan era realmente el Cuerpo de Cristo?
El Proceso de Conversión
Después de esa primera Misa, comencé a investigar más sobre el catolicismo. Leí libros, vi documentales y hablé con Alejandro y otros amigos católicos. Me di cuenta de que muchas de mis creencias sobre el catolicismo eran malentendidos o distorsiones. Aprendí que los católicos no adoraban a los santos ni a María; más bien, los veneraban como ejemplos de santidad y pedían su intercesión. Descubrí la rica tradición teológica y espiritual del catolicismo, que respondía muchas de mis preguntas de una manera profunda y satisfactoria.
Lo que más me intrigó fue la doctrina de la Eucaristía. Según la enseñanza católica, la Eucaristía no es solo un símbolo, sino que es verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Recordé las palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (San Juan 6,54). Empecé a ver la Eucaristía no como un ritual vacío, sino como una forma de estar en comunión íntima con Cristo.
Un día, durante una conversación con Alejandro, le pregunté directamente sobre la Eucaristía. Me habló de la Transubstanciación, de cómo el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo durante la consagración. Aunque todavía tenía dudas, algo en su explicación resonó profundamente en mí.
Experiencia Transformadora
Decidí asistir a la Misa más regularmente y participar en un grupo de estudio bíblico católico. Cuanto más aprendía, más me atraía la fe católica. Sin embargo, el punto de inflexión en mi conversión fue una experiencia profundamente personal durante una adoración eucarística.
Una noche, Alejandro me invitó a una vigilia de adoración. La iglesia estaba en penumbra, con la única luz proveniente del altar donde el Santísimo Sacramento estaba expuesto. Me arrodillé y, por primera vez, recé con todo mi corazón, pidiendo a Dios que me guiara y me mostrara la verdad. Mientras estaba allí, sentí una paz y una presencia que nunca antes había experimentado. Fue como si Jesús mismo estuviera allí, invitándome a acercarme más a Él.
Salí de la iglesia esa noche con lágrimas en los ojos, sintiendo que había encontrado algo que había estado buscando toda mi vida. La presencia real de Cristo en la Eucaristía había tocado mi corazón de una manera que no podía negar.
El Camino a la Plena Comunión
Decidí que necesitaba más orientación y me inscribí en el Rito de Iniciación Cristiana de Adultos (RICA) en la parroquia de Alejandro. El proceso de RICA fue una experiencia transformadora. Estudiamos las Escrituras, la doctrina de la Iglesia, la historia del cristianismo y, lo más importante, la Eucaristía. Cada sesión me fortalecía más en mi decisión de unirme a la Iglesia Católica.
Durante este tiempo, también enfrenté muchas luchas internas y externas. Mi familia no entendía mi decisión y temían que me estuviera alejando de Dios. Tuvimos muchas discusiones dolorosas, pero siempre traté de explicarles que no estaba abandonando mi fe en Dios, sino encontrando una manera más profunda de vivirla. La oración y el apoyo de mis amigos católicos fueron fundamentales en este periodo.
Finalmente, llegó el día de mi bautismo, confirmación y primera comunión. Era la Vigilia Pascual, una noche llena de simbolismo y esperanza. Cuando recibí la Eucaristía por primera vez, sentí una alegría y una paz indescriptibles. Sabía que estaba recibiendo a Cristo mismo, y que ahora era parte de la Iglesia que Él había fundado.
Reflexiones y Agradecimientos
Mirando hacia atrás, veo cómo Dios me guió pacientemente a través de mi escepticismo y mis prejuicios. Mi conversión fue un proceso gradual, lleno de dudas y cuestionamientos, pero también de descubrimientos y profundas experiencias espirituales. La Eucaristía fue el centro de todo, el misterio que me atrajo y me transformó.
Agradezco a mis amigos católicos, especialmente a Alejandro, por su testimonio y su paciencia. También estoy agradecido por mi familia mormona, que aunque no entendió mi decisión, siempre me amó y me apoyó. Y sobre todo, agradezco a Dios por su infinita misericordia y por haberme llevado a su Iglesia.
Hoy, como católico, encuentro una riqueza espiritual y una comunión con Cristo que nunca había conocido. La Eucaristía es el corazón de mi fe, el alimento que me fortalece y me sostiene. Y aunque el camino no siempre es fácil, sé que estoy en casa, en la Iglesia que Cristo fundó y que me ha dado la plenitud de su amor y su gracia.
Juan Méndez Olivares
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