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¿Qué Consejos Me Pueden Dar Para Dejar De Ver A Las Mujeres Con Deseo?


¡Qué gusto saludarte! Primero, déjame decirte que lo que sientes es algo con lo que muchos hombres, especialmente jóvenes, luchan en algún momento de sus vidas. El hecho de que estés buscando cómo manejar este asunto de una manera que honre a Dios y a las mujeres ya es un gran paso. Así que, vamos a charlar sobre esto con toda confianza.

Entendiendo el Deseo

El deseo sexual en sí mismo no es malo. Es parte de nuestra naturaleza humana y fue creado por Dios para un propósito muy bueno: unir a un hombre y a una mujer en el matrimonio, y, a través de esa unión, dar la vida. San Juan Pablo II hablaba mucho de esto en su “Teología del Cuerpo”. Él decía que la sexualidad humana es un regalo, pero como todo regalo, necesita ser usado de la manera correcta.

El problema surge cuando ese deseo, en lugar de ser una fuerza de amor y de unión, se convierte en algo egoísta. Ver a una mujer solo como un objeto para satisfacer un deseo personal no es amar; es usar. Y aquí es donde tenemos que hacer un esfuerzo consciente para cambiar nuestra manera de ver y pensar.

Empieza por la Oración

Lo primero y más importante es la oración. Pedirle a Dios que te dé la gracia de ver a las mujeres como Él las ve: como sus hijas, con una dignidad inmensa, no como objetos. La oración no solo transforma nuestro corazón, sino que nos ayuda a sintonizar nuestros pensamientos con los de Dios. En el Salmo 51, el rey David pide: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51,12). Esa debería ser también nuestra oración.

Reza diariamente, pidiendo pureza de corazón. El rosario es una herramienta poderosa, especialmente al meditar los Misterios, porque nos ayuda a concentrarnos en la vida de Cristo y en su relación con María, la mujer por excelencia.

Controla tus Pensamientos

San Pablo, en su carta a los Filipenses, nos da un consejo muy práctico: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, si hay alguna excelencia, si algo merece elogio, en esto pensad” (Filipenses 4,8). Tus pensamientos son el lugar donde todo empieza. Si llenas tu mente con cosas buenas, nobles y puras, será más difícil que pensamientos impuros echen raíces.

Esto significa ser intencional sobre lo que consumes. ¿Qué tipo de contenido ves en redes sociales, en películas o en programas de televisión? Si constantemente te expones a imágenes que alimentan el deseo, será mucho más difícil mantener la pureza de corazón. No te estoy diciendo que vivas en una burbuja, pero sí que seas prudente y selectivo.

Practica la Mortificación

La mortificación es una palabra que a veces suena fuerte, pero simplemente significa hacer pequeños sacrificios para disciplinar nuestros deseos. No tiene que ser algo extremo, pero puede ser tan simple como renunciar a algo que te gusta (una comida, una actividad, un entretenimiento) para ofrecerlo a Dios por la gracia de vivir en pureza. San Pablo decía: “Castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo quede descalificado” (1 Corintios 9,27). No se trata de hacer sufrir al cuerpo por el simple hecho de sufrir, sino de entrenarlo para que no domine tu espíritu.

Cultiva Relaciones Sanas

Otro aspecto importante es cómo te relacionas con las mujeres. Si estás acostumbrado a verlas desde un punto de vista superficial, es tiempo de cambiar eso. Empieza a verlas como personas completas, con sus propios sueños, luchas y virtudes. Trata de conocerlas realmente, más allá de lo exterior.

Si puedes, busca rodearte de amigos que compartan tus valores y que te ayuden a crecer en virtud. La comunidad es muy importante porque te sostiene y te recuerda que no estás solo en esta lucha. Como dice Proverbios 27,17: “El hierro se afila con hierro, y el hombre con el trato de su prójimo.”

Usa los Sacramentos

Los sacramentos son nuestra fuente principal de gracia. La Eucaristía, donde recibimos a Cristo mismo, es el alimento espiritual que nos fortalece en nuestra batalla contra el pecado. San Juan 6,56 dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él.” Permitir que Cristo habite en ti te da la fuerza para vivir una vida más acorde con el Evangelio.

Y no olvides la Confesión. El poder de este sacramento es inmenso. No solo te limpia del pecado, sino que te da la gracia para resistir en el futuro. Confesarse regularmente es como un entrenamiento espiritual, te ayuda a estar más alerta y preparado para cuando la tentación aparezca.

Busca el Consejo Espiritual

A veces, nuestras luchas no pueden ser superadas solo con fuerza de voluntad. Es útil tener a alguien con quien hablar, alguien que pueda darte un consejo sabio y acompañarte en tu camino. Puede ser un sacerdote, un director espiritual, o una persona de confianza que viva una vida piadosa. Ellos pueden ofrecerte una perspectiva que quizás no has considerado y ayudarte a trazar un plan concreto para vivir en pureza.

No Te Desanimes

Finalmente, quiero decirte que no te desanimes si fallas. La santidad es un proceso, un camino, y todos tropezamos en algún momento. Lo importante es levantarse, confesarse si es necesario, y seguir adelante. Dios ve tu esfuerzo, tu deseo de hacer lo correcto, y eso ya es muy valioso. Recuerda las palabras de San Pablo en Romanos 8,1: “Por lo tanto, ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús.” No se trata de ser perfecto, sino de confiar en la gracia de Dios y perseverar.

Considera la Castidad como una Virtud Activa

La castidad no es simplemente la ausencia de actividad sexual o de pensamientos impuros; es una virtud que se vive activamente. Es un amor ordenado, donde nuestras acciones y pensamientos están alineados con la voluntad de Dios. Ser casto significa que has elegido amar de una manera que respeta a la otra persona y a ti mismo, como hijos de Dios. Este es un amor que se sacrifica, que ve el bien del otro como su primer objetivo.


La castidad, al final del día, es una forma de amar más profundamente. Y sí, a veces puede ser difícil, pero recuerda que Dios nunca nos pide más de lo que podemos manejar. Con su ayuda, con los sacramentos, y con una vida de oración, puedes vivir en pureza y encontrar en ello una gran alegría y libertad.

Espero que estos consejos te sean de ayuda y que te den una base sólida para comenzar a trabajar en este aspecto de tu vida. ¡Recuerda que Dios está contigo en cada paso del camino, y yo también estoy aquí para acompañarte en lo que necesites!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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