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¿Cómo puedo alcanzar la Santidad si solo soy un simple laico con una vida común y corriente?


¡Qué buena pregunta! Y te digo, me alegra que te la estés haciendo, porque ya eso demuestra un deseo profundo de seguir a Jesús y vivir en su amor. A veces pensamos que la santidad es algo reservado para los santos que vemos en los altares, los que hicieron milagros o llevaron vidas extraordinarias. Pero la realidad es que la santidad es una llamada para todos, incluso para aquellos de nosotros que llevamos una vida “común y corriente”.

La Santidad: Llamada para Todos

Primero, hay que entender que la santidad no es algo lejano o imposible. En el Catecismo de la Iglesia Católica, se nos dice que "todos los fieles cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (CIC 2013). Esto significa que la santidad no es solo para los sacerdotes, las monjas, o aquellos que hacen grandes obras, sino para todos, incluyendo a los laicos.

Vivir la Santidad en lo Ordinario

¿Y cómo se vive esa santidad en lo ordinario? San Juan Pablo II hablaba mucho sobre la "espiritualidad de lo cotidiano", es decir, encontrar a Dios en las pequeñas cosas de cada día. A veces, nos imaginamos que la santidad requiere grandes actos de sacrificio o momentos de revelación, pero en realidad, se trata de cómo vivimos las pequeñas cosas: cómo tratamos a los demás, cómo hacemos nuestro trabajo, cómo enfrentamos nuestras dificultades.

Piénsalo de esta manera: si miras a Jesús en los Evangelios, la mayoría de sus años en la Tierra los pasó como un carpintero, trabajando junto a su padre adoptivo, San José, y viviendo una vida sencilla en Nazaret. Es decir, el Hijo de Dios vivió una vida ordinaria, y en esa vida sencilla, también estaba cumpliendo su misión.

La Familia: Escuela de Santidad

Si eres un laico, es probable que tengas responsabilidades familiares, y te digo que ahí, en la vida familiar, tienes una oportunidad maravillosa de vivir la santidad. Piensa en San José y la Virgen María. Ellos no hicieron milagros ni predicaron a multitudes, pero vivieron una santidad increíble simplemente cumpliendo con su papel de padre y madre, cuidando a Jesús, amándolo y educándolo en la fe.

El Papa Francisco, en su exhortación Amoris Laetitia (La Alegría del Amor), nos recuerda que el amor familiar es "una vocación y un camino de santidad" (AL 66). Cuando te levantas temprano para cuidar de tus hijos, cuando haces un esfuerzo por entender a tu pareja, cuando trabajas duro para proveer para tu familia, estás viviendo un camino hacia la santidad. El amor en las cosas pequeñas es lo que realmente cuenta.

El Trabajo: Una Oportunidad para Santificarse

Otra área clave donde los laicos pueden buscar la santidad es en el trabajo. San José María Escrivá, fundador del Opus Dei, habló mucho sobre la santificación del trabajo. Él enseñaba que no importa qué tipo de trabajo hagas, puedes ofrecerlo a Dios y hacerlo con amor. Incluso si es algo aparentemente insignificante o repetitivo, si lo haces con la intención de amar a Dios y servir a los demás, ese trabajo se convierte en una oración.

En Colosenses 3,23, San Pablo nos dice: "Y todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres". Esto significa que cuando estás trabajando, ya sea en una oficina, en una fábrica, en casa, o en cualquier lugar, puedes convertir ese trabajo en un acto de amor hacia Dios. Eso es santidad.

La Oración en la Vida Cotidiana

Ahora, la santidad también requiere una vida de oración. Pero aquí no estoy hablando solo de pasar horas en la iglesia (aunque si puedes, ¡eso es fantástico!). Me refiero a encontrar momentos durante el día para conectarte con Dios. Quizás es cuando te despiertas, agradeciéndole por un nuevo día; o tal vez es cuando vas al trabajo, rezando un Rosario en el camino; o simplemente una oración rápida pidiendo fuerzas antes de una reunión difícil.

Recuerda que Dios está contigo en cada momento del día. Puedes hablarle en cualquier momento, no necesitas palabras especiales. Él es tu amigo, tu Padre, y siempre está escuchando. La oración constante y sencilla es un camino seguro hacia la santidad.

La Eucaristía: Fuente y Cumbre de la Vida Cristiana

No puedo hablar de santidad sin mencionar la Eucaristía. Como católicos, creemos que la Eucaristía es "la fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (CIC 1324). Participar en la Misa, recibir a Jesús en la Comunión, es el momento más alto de nuestra semana, porque es cuando estamos más cerca de Dios.

Si es posible, trata de asistir a la Misa no solo los domingos, sino también durante la semana. Y si no puedes, dedica un tiempo para visitar el Santísimo en el Sagrario. Esa cercanía con Jesús te ayudará a vivir la santidad en tu vida diaria. Él mismo nos dijo: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él" (San Juan 6,56). Este "permanecer" en Jesús es lo que nos transforma, poco a poco, en santos.

La Confesión: Un Camino de Conversión

La santidad también implica un continuo proceso de conversión. Todos cometemos errores, pero lo importante es no quedarnos en ellos. La Confesión es un sacramento hermoso que nos permite empezar de nuevo cada vez que caemos. No importa cuántas veces necesites confesar los mismos pecados, lo importante es que vuelvas a Jesús y recibas su perdón.

San Juan Pablo II decía que la Confesión es "el encuentro con el amor misericordioso de Dios" y eso es exactamente lo que es. A través de este sacramento, renovamos nuestro compromiso con Dios y nos fortalecemos en nuestro camino hacia la santidad.

La Caridad: El Amor en Acción

Finalmente, no puedo dejar de mencionar la caridad. San Pablo nos dice en 1 Corintios 13,13 que "la mayor de todas [las virtudes] es la caridad". La caridad es el amor en acción. No se trata solo de dar limosna, sino de cómo tratamos a los demás, cómo amamos a nuestro prójimo.

Cada acto de amor, por pequeño que sea, es un paso hacia la santidad. Cuando eliges perdonar, cuando decides ayudar a alguien que lo necesita, cuando tratas a los demás con respeto y dignidad, estás viviendo la caridad. Y en eso, estás siendo santo.

La Santidad en el Día a Día

Entonces, ¿cómo puedes alcanzar la santidad siendo un laico con una vida común y corriente? Viviendo cada día con amor, haciendo todo como para Dios, orando en todo momento, participando en los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Confesión, y amando a tu prójimo. No necesitas hacer cosas extraordinarias, solo necesitas vivir tu vida ordinaria con un corazón extraordinario.

Recuerda las palabras de Santa Teresa de Calcuta: "No todos podemos hacer grandes cosas, pero sí podemos hacer cosas pequeñas con gran amor". Ahí, en esas pequeñas cosas, está la clave de la santidad. Así que, sigue adelante, con la confianza de que Dios está contigo en cada paso del camino, y que Él te llama a la santidad, justo donde estás, en tu vida diaria.

¡Ánimo, que la santidad es para ti también!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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