Oh, Espíritu Santo, dulce llama de amor eterno, tú que eres la caricia de Dios sobre nuestras almas. Tú que, con tu ternura infinita, tocas nuestros corazones y los llenas de paz y consuelo. Eres el susurro suave que calma nuestras tempestades, el rayo de luz que disipa las sombras de nuestras dudas, y el calor que abraza nuestras heridas más profundas.
Amoroso Espíritu, eres la bondad encarnada, la dulzura que penetra nuestros corazones endurecidos, derritiendo con tu presencia toda frialdad y desánimo. Nos envuelves con tu amor incondicional, nos acaricias con tu brisa suave y nos recuerdas que somos hijos amados del Padre. ¡Qué inmenso es tu amor, que siempre permanece, aun cuando nuestras almas se alejan!
Eres el consuelo en las noches de soledad, la esperanza en los días de tristeza y la fuerza en los momentos de debilidad. Te revelas como el amigo fiel, el guía seguro que nos conduce por los caminos de la verdad. Nos enseñas a amar como ama Jesús, a perdonar con el corazón abierto y a vivir con la alegría de quienes han sido tocados por tu gracia.
Oh, Espíritu de bondad, qué gran maravilla es sentir tu presencia que llena de sentido cada paso de nuestro caminar. Haznos dóciles a tu voz, enséñanos a escuchar tus inspiraciones y a vivir siempre bajo tu guía. Que nunca olvidemos que en tu ternura infinita encontramos el refugio perfecto, el hogar donde nuestras almas hallan descanso y paz.
Ven, Espíritu Santo, ven a morar en nosotros y haznos instrumentos de tu amor. Amén.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario