Señor, adoro tus Santas Llagas porque a través de ellas me has salvado y mostrado Misericordia. Cada herida en tu cuerpo es un testimonio vivo de tu amor incondicional, un recordatorio de que cargaste con nuestros pecados y sufriste en silencio por nuestra redención. Tus manos traspasadas, tus pies heridos y tu costado abierto son puertas de gracia por donde derramas tu infinito perdón.
En tus llagas encuentro refugio cuando el dolor y la culpa me abruman, porque sé que ellas son fuente de sanación y esperanza. Tú, Cordero inmolado, transformaste el sufrimiento en victoria, y en tu cruz me invitas a confiar plenamente en tu Misericordia. Que nunca me aparte de estas llagas benditas, que son mi consuelo y la señal eterna de tu amor por mí.
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