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¿Si existieran múltiples universos, Cristo sería el Rey de todos ellos?


Primero que todo, la idea de múltiples universos es algo que ha capturado la imaginación de muchos, especialmente en el ámbito de la física teórica. Aunque es un concepto más especulativo que comprobado científicamente en la actualidad, es emocionante considerar las posibilidades y cómo se alinearían con nuestra fe.

Desde la perspectiva católica, nuestra comprensión de Cristo como Rey del Universo se basa en la enseñanza bíblica y doctrinal. En el Evangelio de Juan (1, 3), se nos dice que "todas las cosas por él fueron hechas, y sin él [Cristo] nada de lo que ha sido hecho, fue hecho". Esto significa que Cristo es la Palabra por la cual todo fue creado. Si hubiera múltiples universos, todos ellos encontrarían su origen y significado en Cristo, el Verbo de Dios.

Además, el Catecismo de la Iglesia Católica (CCC) nos enseña que "porque el Padre ha querido que todo se realice por medio de su Hijo" (CCC 291). Esta es una afirmación profunda de la soberanía de Cristo sobre toda la creación, incluyendo cualquier posible universo que pueda existir.

La epístola a los Colosenses (1, 16-17) también nos ofrece una perspectiva reveladora. San Pablo escribe: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, celestiales y terrestres, visibles e invisibles; tronos, dominaciones, principados, potestades; todo fue creado por él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y en él todas las cosas subsisten". Aquí, se subraya la idea de que todas las cosas, sin excepción, fueron creadas por y para Cristo.

Entonces, si contemplamos la posibilidad de múltiples universos, la fe católica nos llevaría a afirmar que Cristo sería el Rey de todos ellos. Su señorío se extiende más allá de nuestro entendimiento actual del cosmos y abraza cualquier realidad que pueda existir.

Es fascinante pensar en cómo el reinado de Cristo podría manifestarse en diferentes formas en estos posibles universos. La riqueza de su reinado incluiría la diversidad infinita de la creación, cada rincón del cosmos reflejando la gloria de Dios de maneras únicas.

Además, la Carta a los Efesios (1, 22) nos dice que Dios "puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia". Aquí, se destaca que el señorío de Cristo no solo se extiende a la creación cósmica, sino que también abarca la Iglesia, la comunidad de creyentes.

Ahora bien, es crucial mantener un equilibrio en nuestra reflexión. La revelación divina nos proporciona estas verdades fundamentales, pero también nos invita a la humildad y a aceptar las limitaciones de nuestra comprensión finita. Las posibles realidades de múltiples universos son, por ahora, parte del ámbito de la especulación científica y filosófica.

El Papa Francisco nos recuerda en su encíclica "Laudato si'" que debemos contemplar la creación con admiración y respeto. Sea cual sea la forma en que Dios haya decidido desplegar su creación, nuestra respuesta debe ser la gratitud y la responsabilidad para con el mundo que nos rodea.

En nuestra amistad con Cristo, quien es Rey de todo, podemos confiar en que su soberanía abarca todos los aspectos de la realidad, incluso aquellos que nuestra mente pueda concebir o imaginar. Nuestra fe nos impulsa a vivir en gratitud por su creación y a ser custodios responsables de ella.

Así que, en conclusión, sí, según nuestra fe católica, Cristo sería el Rey de todos los universos, si existieran. La fe nos invita a adentrarnos en las profundidades de la verdad divina y a maravillarnos ante la grandeza del Señorío de Cristo sobre toda la creación. ¡Sigamos explorando juntos estos misterios apasionantes!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Por qué celebramos a Cristo Rey al final de cada año?

 



En la Iglesia Católica el fin de año no es el 31 de diciembre, sino cuando se termina el ciclo o año litúrgico, lo cual sucede el domingo anterior a que inicie el Adviento (que es el tiempo con que comienza el nuevo ciclo litúrgico, período de preparación para la Navidad y que abarca 4 domingos antes del 25 de diciembre).

Siempre al final del año litúrgico se celebra la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

¿Cuál es la razón de esto? Quizá para recordarnos otro final, el nuestro, y ayudarnos a tener presentes al menos estas tres consideraciones:

Nuestra historia es lineal

Va avanzando hacia una meta: encontrarnos con Jesucristo. Se han puesto de moda espiritualidades orientales que proponen la reencarnación, según la cual cuando alguien muere su alma migra a otro ser, animal o persona, para expiar, en esa nueva vida, lo malo que hizo en la vida anterior (aparente justicia que en realidad no lo es, pues nadie sabe qué hizo mal en esa supuesta vida anterior y por lo tanto ignora cómo evitarlo en la actual), en un continuo nacer y morir, un ciclo al que no se le ve la salida y en el que la persona intenta salvarse por su propio esfuerzo.

Es un concepto completamente incompatible con el cristianismo, cuyos miembros sabemos que no podemos salvarnos a nosotros mismos, que Cristo es nuestro Salvador, y que, como nos lo reveló en Su Palabra, vivimos una sola vez, morimos una sola vez y después nos encontraremos con Él (ver Heb 9, 27).

Nuestro Señor Jesucristo es el Rey del Universo

Y nos ha prometido que volverá, y cuando venga de nuevo, ya no vendrá como lo hizo la primera vez, discretamente, humildemente, sino precedido de signos cósmicos que no pasarán desapercibidos, rodeado de Sus ángeles y con gran poder y majestad (ver Mc 13, 24-25). A todo ser humano le quedará clarísimo que Jesucristo es Dios, sobre todo a los que pensaban que no existía o que había sido solamente un gran líder o filósofo, un personaje admirable del pasado. Tenemos la firme certeza de que Jesús cumplirá Su promesa de venir, porque antes cumplió otra promesa que parecía incumplible: Su Resurrección, un hecho histórico del que hay irrefutables pruebas y que le da absoluta credibilidad a todo lo que enseñó, a todo lo que hizo, a todo lo que prometió. En Su promesa de que vendrá tenemos puesta nuestra esperanza, es lo que anhela nuestro corazón. Por eso clamamos en Misa, después de la Consagración: “¡Ven, Señor Jesús!”

Cuando muramos seremos juzgados por Dios

Será un Juicio personal, en el que se determinará dónde pasaremos la eternidad, y sólo entre Él y nosotros. Pero al final de los tiempos, cuando Jesucristo venga por segunda vez, habrá un Juicio Universal, en el que todos seremos juzgados ante todos. Se cumplirá lo que anunció Jesús: que no hay nada oculto que no llegue a saberse (ver Lc 8, 16-18). Se revelará cada pensamiento, palabra, obra y omisión; se conocerán las consecuencias de cada acto de amor y de cada acto de maldad e injusticia, a quiénes afectó, cuándo, dónde, cómo, por qué. Y cada uno recibirá lo que merezca: si fue misericordioso, recibirá misericordia, si no lo fue, será juzgado sin misericordia.

Esto será necesario por justicia, para que no sean ignorados sino conocidos y recompensados, todos los buenos pensamientos, intenciones, palabras y acciones, y también para que no pase desapercibido ni quede impune ningún mal cometido.

Muchos descubrirán que no bastaba llamar a Jesús “Señor” y creer que por considerarlo su salvador personal podían vivir como quisieran y no perder su salvación (ver Mt 7, 21-23). La fe de todos será probada o desmentida por sus obras (ver Mt 25,31-46).

Tener presentes estas tres consideraciones al final del año nos puede ayudar a preguntarnos hacia dónde vamos, cómo estamos, cómo nos iría en ese Juicio si lo enfrentáramos hoy. Y si calculamos que no nos iría muy bien, enmendar lo que sea necesario. Todavía estamos a tiempo, pero hay que aprovecharlo, pues no sabemos cuándo regresará el Señor, puede ser antes de lo que imaginamos.

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