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¿Jesús tuvo miedo de morir en la cruz?


Qué pregunta tan profunda y relevante has traído hoy. La idea de Jesús sintiendo miedo es algo que nos puede hacer reflexionar mucho sobre su humanidad y divinidad. Para entenderlo mejor, sumerjámonos un poco en la escena en el huerto de Getsemaní.

Imagina este momento: Jesús está en el huerto, sabiendo que su hora está cerca. Está en oración profunda con su Padre celestial, y en su humanidad, siente una ansiedad abrumadora. ¿Te imaginas? Es como cuando sabes que algo grande está por suceder, algo que va a cambiarlo todo, y te invade una mezcla de miedo y preocupación. Jesús, siendo totalmente humano, experimentó esto también.

Recuerda que Jesús no era solo Dios, sino también totalmente humano. Como nosotros, experimentó emociones, incluido el miedo. En Mateo 26.39, nos dice que Jesús dijo: "Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras". Esta "copa" que menciona no es otra cosa que el sufrimiento y la muerte que le esperaban en la cruz.

Es importante destacar que Jesús no estaba pidiendo que se le quitara la cruz porque no quisiera hacer la voluntad del Padre. ¡Para nada! Él mismo nos enseñó a orar "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". Lo que Jesús estaba expresando era su humanidad, su temor ante el sufrimiento que se avecinaba.

Imagina el peso de cargar con todos los pecados del mundo, el dolor físico y emocional que eso implicaba. No es de extrañar que en su humanidad, Jesús sintiera miedo. Pero aquí es donde su ejemplo es tan poderoso para nosotros. A pesar de su miedo, Jesús nunca dudó en seguir la voluntad del Padre.

En Hebreos 5.7-8, nos ofrece una perspectiva aún más profunda de este momento: "Durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas con fuertes clamores y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión. Aunque era Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer". ¿Lo ves? Aunque Jesús sintió miedo, su obediencia al Padre fue total.

Este pasaje también nos enseña algo hermoso sobre la relación entre Jesús y su Padre. A pesar de su miedo, Jesús confió plenamente en la voluntad de Dios. Él sabía que su Padre celestial estaba con él en cada paso del camino, dándole la fuerza y la gracia necesarias para enfrentar lo que estaba por venir.

Entonces, ¿qué podemos aprender de esto como católicos? Primero, podemos encontrar consuelo en el hecho de que Jesús comprende nuestras luchas y temores. Él mismo los experimentó en su propia carne. Segundo, podemos aprender de su ejemplo de confianza y obediencia al Padre. A pesar del miedo, Jesús se sometió completamente a la voluntad de Dios.

Finalmente, podemos encontrar esperanza en el hecho de que Jesús no solo experimentó la cruz, sino que también la conquistó. Su muerte nos trajo vida eterna y salvación. ¡Qué regalo tan increíble!

Así que, amigo mío, la próxima vez que te encuentres luchando con el miedo o la ansiedad, recuerda a Jesús en el huerto de Getsemaní. Recuerda su humanidad, su miedo, pero sobre todo, recuerda su confianza y obediencia al Padre. Y que su ejemplo te inspire a confiar en la voluntad de Dios en tu propia vida. ¡Que Dios te bendiga abundantemente!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Beata María de Jesus Petkovic


BEATA MARÍA DE JESUS, RUEGA POR NOSOTROS
9 JULIO

La intercesión de Marija Petkovic salvó la vida de submarinistas peruanos

En el accidente más grave de la flotilla de submarinos de ese país

A la intercesión de la primera beata de la historia de Croacia, elevada este viernes a la gloria de los altares por Juan Pablo II, varios oficiales peruanos atribuyen la salvación de su vida en el accidente más trágico en la historia de la flotilla de submarinos de ese país.

Para testimoniarlo, entre los 50.000 peregrinos reunidos en el puerto de Dubrovnik, se encontraba Roger Cotrina Alvarado, el teniente del submarino «Pacocha» que el 26 de agosto de 1988 chocó contra el pesquero japonés «Hyowa Maru», cerca del puerto de El Callao.

Cuando el submarino comenzaba a hundirse, el entonces joven oficial se encomendó a la intercesión de sor Marija de Jesús Crucificado Petkovic (1892-1966), fundadora de la Congregación Franciscana Hijas de la Misericordia.

En ese momento, Cotrina Alvarado logró cerrar una compuerta interna, venciendo con la fuerza de sus brazos la presión del agua que penetraba en el submarino.

La maniobra fue considerada «humanamente imposible» por dos comisiones, una militar y otra vaticana, de modo que el milagro se convirtió en la puerta que abrió el paso a la beatificación de la religiosa croata.

«Estaba al borde de la desesperación. Pensaba que todos íbamos a morir», comentaba este viernes en la explanada del puerto Dubrovnik.

«Me faltaba aire y entonces me puse a pensar con todas mis fuerzas en sor Marija Petkovic. De repente, vi una luz y experimenté una fuerza inefable que me permitió cerrar la compuerta», añade el oficial de marina, vestido con su uniforme blanco, en el que destaca una condecoración.

Diecinueve de los oficiales atrapados junto a Cotrina Alvarado salvaron de este modo la vida. En la tragedia murieron 6 submarinistas.

«Cuando era pequeño, conocí la historia de Marija Petkovic porque mi madre tenía un libro sobre ella y me leía cada noche algunas páginas antes de acostarme», explica.

«Para mí, Marija Petkovic era una mujer extraordinaria, ayudaba a los pobres del mundo entero, y en particular a los de América el Sur», reconoce.

Marija Petkovic, nacida en 1892 en la Korcula, en el Mar Adriático, fundó en 1920 la congregación de las Hijas de la Misericordia, y creó orfanatos y centros de acogida a través de la antigua Yugoslavia y después en América Latina.

La beata trabajó en centros asistenciales de Argentina y Paraguay entre 1940 y 1952, antes de regresar a Roma, donde falleció en 1966.

Roger Cotrina Alvarado muestra su condecoración por haber salvado la vida de sus compañeros en aquel momento dramático y añade: «el mérito es de ella», y señala la imagen de la nueva beata.

Fuente zenit

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Ven, Jesús, acaricia mi pecado


VEN, JESÚS, ACARICIA MI PECADO
Por Álvaro Molina

Un Caminante iba por una calle. Pasó por una casa donde estaba una mujer con una víbora venenosa en sus manos. Espontáneamente le dijo al Caminante «¿Quieres acariciar mi perrito? Ven, te dará buena suerte.» El Caminante, manteniendo prudente distancia y un tanto alarmado, le dijo a la mujer que aquello no era ningún perrito, que se trataba de una peligrosa víbora venenosa. La víbora, al escuchar al Caminante, se puso agresiva, pero no atacó al Caminante, sino que a la mujer, y esta, al sentir las mordeduras de la víbora, empezó a insultar al Caminante, a llamarle por toda clase de epítetos, profundamente ofendida porque el Caminante le había llamado víbora venenosa a su perrito. El Caminante optó por seguir su camino.

Unos metros más adelante se encontró con un hombre que cuidaba de unas ovejas. El Caminante observó que entre las ovejas estaba un lobo de aspecto inquietante. El hombre, espontáneamente, le dijo al Caminante «Ven, entra, camina entre mis ovejas y acaricia a mi manso cordero, te hará sentir mejor.» El Caminante notó que el hombre señaló al lobo cuando le habló del manso cordero. De nuevo, con algo de alarma en su rostro, el Caminante le dijo al hombre que aquello no era un manso cordero, que era un fiero lobo, que probablemente lo mataría a él primero y luego se haría del rebaño. El lobo, al escuchar al Caminante, destrozó a una de las ovejas, a la vista del hombre. Inmediatamente el hombre se puso como energúmeno, igual como se había puesto la mujer, y vociferaba reclamándole al Caminante el por qué le había llamado fiero lobo a su manso corderito. El Caminante siguió su camino.

Varios metros más adelante se encontró con una jovencita que cuidaba de unas gallinas, entre las cuales había un par de feroces zorros. La jovencita le dijo al Caminante «Ven, toca a mis dos conejitos, te dará mucha paz.» El Caminante le advirtió a la jovencita que aquellos eran dos zorros, que probablemente acabarían hasta con la última gallina. Los zorros escucharon al Caminante y destrozaron a la mitad del gallinero, con lo cual la jovencita se soltó en injurias contra el Caminante, mientras le reclamaba el por qué había ofendido de esa forma a sus dos conejitos. El Caminante continuó su marcha.

Varias escenas similares se dieron mientras el Caminante cruzaba por aquella larga calle. Hubo quienes invitaron al Caminante a acariciar alacranes que le fueron presentados como loritos que calmaban los nervios, pitones que le dijeron que eran gallos que adivinaban el futuro, sanguijuelas que le dijeron que eran anillos benditos que ayudaban a leer las estrellas, un feroz tigre que le dijeron que era un manso gatito que se comunicaba con los muertos, un irascible toro que le dijeron que era una tortuga que curaba todos los males, y muchas otras más. En todos los casos el Caminante les advirtió de la verdad y en muchos de los casos la gente reaccionó con violencia tras haber sido atacados por sus animales «inocentes». Otros solo se entristecían y se retiraban a sus casas, cerrando la puerta detrás de ellos.

Solo unos cuantos reaccionaron sensatamente y se dieron cuenta de que el Caminante estaba en lo correcto y que se encontraban en grave peligro. Al igual que en todos los casos, los peligros reaccionaban violentamente cuando notaban que el Caminante los señalaba, incluso contra aquellos que podían abrir los ojos y ver lo que el Caminante veía. Pero el Caminante intervenía y ayudaba a las personas a librarse de las amenazas que tenían en sus casas.

Algo parecido ocurre en nuestras vidas como cristianos. Tenemos pecados dentro de nuestras vidas y los llamamos con otros nombres, para sentirnos mejor al respecto, en lugar de reconocer el verdadero peligro que son. Y más aún, invitamos a Jesús, ese Caminante que recorre el mundo por medio de Su Iglesia, y le pedimos que acaricie nuestro pecado, que lo acepte e incluso que lo comparta con nosotros. Algunos abren los ojos y se dan cuenta del grave peligro que corren, y dejan que el Caminante les ayude a sacar la amenaza de sus vidas. Otros, muchos otros tristemente, reaccionan con violencia cuando se les señala el peligro, y reclaman que se les respete su pecado, que no se les juzgue, y hasta exigen que Cristo los acepte así como están y que no los cambie. Gritan y exigen respeto, respeto y más respeto, mientras repiten frases que fabricaron a partir de versículos bíblicos para su propia conveniencia. Frases como «Dios es amor, más misericordia, solo Dios puede juzgar, no veas la paja en el ojo ajeno, el que esté libre de pecado… ».

Muchos están tan cómodos en su pecado que cuando el Caminante, por medio de algún miembro de Su Iglesia, ya sea un sacerdote, un predicador, o un simple parroquiano, trata de ayudarles, ellos más bien invitan al Caminante a que les acaricie su pecado, a que se los acepte, a que se los bendiga y les diga que esos pecados están bien. Y cuando el Caminante, por medio de los miembros de Su Iglesia, se niega a acariciarles sus pecados y más bien se los señala, comienzan las enemistades, las caras agrias, los insultos, y demás demostraciones de enfado.

Es necesario que nos demos cuenta de que Dios no es un abuelito senil que dejará entrar a todos los pecadores en el Cielo. La parábola del juicio de las naciones es clara. Habrá un juicio, y habrá salvación, pero también habrá condenación, y muchos caerán en el infierno, de donde ya no hay salida posible. Dejemos de acariciar nuestros pecados, y sobre todo, dejemos de exigir respeto hacia ellos. Aún es tiempo de cambiar, de arrepentirse. Hagámoslo hoy, no esperemos más.


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