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¿Por qué hoy es el único viernes de cuaresma en el que se puede comer carne?


Hoy, cuarto viernes de Cuaresma, la abstención de la carne puede quedar a un lado. ¿El motivo? La Iglesia católica celebra hoy la Anunciación del Ángel a María de la Encarnación del Señor.

Se trata, sin lugar a dudas, de una de las fechas marcadas en rojo dentro del calendario litúrgico. Una fecha que la Iglesia entera celebra como el anuncio de la llegada de Cristo, Nuestro Salvador y Redentor.

Esta excepción en la Cuaresma tiene su base en el canon 1251 del Código de Derecho Canónico; en particular en el capítulo II que refiere a los actos a acometer durante los días de penitencia: «Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo».

El origen de la abstinencia proviene del latín abstinentia. Busca, para todo católico, animar al sacrificio personal –en espíritu, alma y cuerpo– para la reparación de los pecados y para el bien de todo el Pueblo de Dios.

¿Por qué ayunamos de la carne?

Hace no mucho tiempo la carne era un producto escaso y costoso para muchas personas. Se consideraba, como muy bien señalan el padre Donato Jiménez para ACI Prensa, de un plato «suculento». Es por esta razón que se trata de «una forma de ayunar y una forma de austeridad el no comer carne». Si bien ahora que los productos cárnicos son muy accesible en las comunidades más desarrolladas, lo cierto es que sigue siendo el símbolo predilecto para el cuidado de este precepto que conmemora cómo la carne de Cristo, del Cordero Inmolado, abandonó el mundo para «vaciar el infierno» y «salvar a las almas».

En cualquier caso, Jiménez tiene claro que la abstinencia no solamente tiene que ir de la mano con el hecho de privarnos de la carne «sino de otros manjares exquisitos» como pueden ser los dulces, el picar entre horas o aquellos platos por los que sintamos predilección.

El magisterio de la Iglesia ha sido prolífico en esta materia. Siendo los papas más recientes (Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco) quienes más han hablado de la importancia de la renuncia como un bien espiritual.

Sin ir más lejos, el Santo Padre señalaba hace dos años la importancia del ayuno como vía de pobreza y privación, para poder crecer en el amor al prójimo.

¿Qué significa la Cuaresma?

La Cuaresma, tal y como indican en la página web de la Conferencia Episcopal, invita a una renovación espiritual. Es un tiempo de escucha de la Palabra de Dios, de preparación y de memoria del bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos. Esta renovación se hace visible en la oración, como camino para volvernos a Dios; en la limosna, de tiempo y de dinero, como camino para volvernos al prójimo; en el ayuno para liberarnos de nosotros mismos y podernos entregar a Dios y a los demás.

La Cuaresma se hace visible también, de manera especial, en la celebración de la Iglesia. Los ornamentos son de color morado, se suprime el Gloria y el Aleluya y el templo aparece más sobrio.

¿Por qué celebramos a Cristo Rey al final de cada año?

 



En la Iglesia Católica el fin de año no es el 31 de diciembre, sino cuando se termina el ciclo o año litúrgico, lo cual sucede el domingo anterior a que inicie el Adviento (que es el tiempo con que comienza el nuevo ciclo litúrgico, período de preparación para la Navidad y que abarca 4 domingos antes del 25 de diciembre).

Siempre al final del año litúrgico se celebra la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

¿Cuál es la razón de esto? Quizá para recordarnos otro final, el nuestro, y ayudarnos a tener presentes al menos estas tres consideraciones:

Nuestra historia es lineal

Va avanzando hacia una meta: encontrarnos con Jesucristo. Se han puesto de moda espiritualidades orientales que proponen la reencarnación, según la cual cuando alguien muere su alma migra a otro ser, animal o persona, para expiar, en esa nueva vida, lo malo que hizo en la vida anterior (aparente justicia que en realidad no lo es, pues nadie sabe qué hizo mal en esa supuesta vida anterior y por lo tanto ignora cómo evitarlo en la actual), en un continuo nacer y morir, un ciclo al que no se le ve la salida y en el que la persona intenta salvarse por su propio esfuerzo.

Es un concepto completamente incompatible con el cristianismo, cuyos miembros sabemos que no podemos salvarnos a nosotros mismos, que Cristo es nuestro Salvador, y que, como nos lo reveló en Su Palabra, vivimos una sola vez, morimos una sola vez y después nos encontraremos con Él (ver Heb 9, 27).

Nuestro Señor Jesucristo es el Rey del Universo

Y nos ha prometido que volverá, y cuando venga de nuevo, ya no vendrá como lo hizo la primera vez, discretamente, humildemente, sino precedido de signos cósmicos que no pasarán desapercibidos, rodeado de Sus ángeles y con gran poder y majestad (ver Mc 13, 24-25). A todo ser humano le quedará clarísimo que Jesucristo es Dios, sobre todo a los que pensaban que no existía o que había sido solamente un gran líder o filósofo, un personaje admirable del pasado. Tenemos la firme certeza de que Jesús cumplirá Su promesa de venir, porque antes cumplió otra promesa que parecía incumplible: Su Resurrección, un hecho histórico del que hay irrefutables pruebas y que le da absoluta credibilidad a todo lo que enseñó, a todo lo que hizo, a todo lo que prometió. En Su promesa de que vendrá tenemos puesta nuestra esperanza, es lo que anhela nuestro corazón. Por eso clamamos en Misa, después de la Consagración: “¡Ven, Señor Jesús!”

Cuando muramos seremos juzgados por Dios

Será un Juicio personal, en el que se determinará dónde pasaremos la eternidad, y sólo entre Él y nosotros. Pero al final de los tiempos, cuando Jesucristo venga por segunda vez, habrá un Juicio Universal, en el que todos seremos juzgados ante todos. Se cumplirá lo que anunció Jesús: que no hay nada oculto que no llegue a saberse (ver Lc 8, 16-18). Se revelará cada pensamiento, palabra, obra y omisión; se conocerán las consecuencias de cada acto de amor y de cada acto de maldad e injusticia, a quiénes afectó, cuándo, dónde, cómo, por qué. Y cada uno recibirá lo que merezca: si fue misericordioso, recibirá misericordia, si no lo fue, será juzgado sin misericordia.

Esto será necesario por justicia, para que no sean ignorados sino conocidos y recompensados, todos los buenos pensamientos, intenciones, palabras y acciones, y también para que no pase desapercibido ni quede impune ningún mal cometido.

Muchos descubrirán que no bastaba llamar a Jesús “Señor” y creer que por considerarlo su salvador personal podían vivir como quisieran y no perder su salvación (ver Mt 7, 21-23). La fe de todos será probada o desmentida por sus obras (ver Mt 25,31-46).

Tener presentes estas tres consideraciones al final del año nos puede ayudar a preguntarnos hacia dónde vamos, cómo estamos, cómo nos iría en ese Juicio si lo enfrentáramos hoy. Y si calculamos que no nos iría muy bien, enmendar lo que sea necesario. Todavía estamos a tiempo, pero hay que aprovecharlo, pues no sabemos cuándo regresará el Señor, puede ser antes de lo que imaginamos.

Solemnidad de Todos los Santos: 4 actividades para celebrarla en familia




Alejémonos de celebraciones como el Halloween y aprovechemos estos días para conocer más a nuestros santos.


Ya está aquí otra vez ese día en que la Iglesia nos invita a celebrar a los santos, y otra el mundo nos lo complica porque se nos adelanta a celebrar a diablos, brujas, vampiros, zombies y monstruos, y a hacernos creer que eso es muy divertido. No lo es.

No tiene nada de divertido disfrazar a los niños de enemigos de Dios, animarlos a posesionarse de su papel y actuar como ‘diablito’ o ‘brujita’, encaminándolos a considerar bueno lo que es malo.

Ésta es una de esas ocasiones en que los católicos tenemos que navegar a contracorriente, aunque nos critiquen, nos ataquen, nos digan exagerados y mochos.

Pero para lograrlo no basta criticar ni tampoco no participar, hay que hacer como hacían los primeros evangelizadores: ofrecer alternativas, sustituir una cosa por otra, proponer algo que hacer que sea entretenido y divertido, sino que además se preste para platicar, reflexionar y sembrar valores cristianos en el corazón de los miembros de la familia.

Aquí tienes 4 propuestas para toda la familia:

Para los niños: Hacer halos de pan

Consigue una receta para elaborar pan, que no sea ni dulce ni salada. Pide a cada niño que tome una bolita de masa, la alargue como culebrita y una las puntas. Se trata de hacer aureolas (halos). Que un adulto las hornee.

Mientras las disfrutan en la comida o merienda, se les explica a los niños que esos panecillos tienen la forma de las aureolas con las que son representados los santos, y que así como pueden comerse con algo dulce como mermelada o con algo salado como frijoles, así también hay santos con características distintas e incluso opuestas a otros, por ejemplo, mendigos o reyes, solteros o casados, religiosos o laicos, ricos o pobres, aislados en ermitas o que vivían en comunidades, que nunca salieron de su convento o que recorrieron el mundo. Eso significa que todos, seamos como seamos, podemos ser santos.

Esas aureolas crujientes y recién salidas del horno, pueden convertirse en un bocadito tradicional para comer en familia cada 1° de noviembre.

Para los adolescentes: Adivina los objetos

Previamente se prepara el juego, sin que vean dicha preparación quienes van a participar. Quien lo organice, consigue una caja o bolsa y mete en ella toda clase de objetos no muy grandes (y no cortantes, nada de cuchillos o tijeras), por ejemplo: cepillo de dientes, peine, lentes, un juguetito, crayones, reloj, bolígrafo y todo lo que se le ocurra.

El juego consiste en pedir al participante que meta su mano en la bolsa o caja y sin ver, toque los objetos que hay adentro y saque uno que crea que hubiera podido pertenecerle a un santo o santa. Tiene 10 segundos.

Casi todos suelen intentar hallar un crucifijo, un Rosario, una estampita, algo que les parezca que puede ser un objeto ‘piadoso’. Con frecuencia sacan la mano vacía, diciendo que no encontraron ningún objeto que hubiera podido ser de un santo.

Entonces se les explica que ¡todos los objetos de la caja pudieron pertenecer a algún santo!, porque los santos son personas comunes, como ellos, que también se peinaban o se lavaban los dientes o usaban reloj; que no crean se la pasaban con los ojos en blanco o rezando. Es una buena oportunidad para platicar de santos y beatos, como Carlo Acutis, que iba al ‘cole’, tenía ‘compu’, era un chavo normal. Su única diferencia era que no buscaba seguirle la corriente al mundo sino agradar a Dios.

Para los jóvenes: Disfraces de santos

Buscar juntos en internet (por ej. en este sitio de internet), santos o santas de quienes nunca oyeron hablar. Eligen a alguien que les llame la atención, y entre todos disfrazan a un miembro de la familia como ese santo o santa. Luego le toman un video en el que se explica quién es y se cuenta algo de su vida.

Comparten el video con familiares y amigos. De esa manera aprenderán algo acerca de santos que no conocían y contribuirán a darlos a conocer.

Para todos

Al terminar la jornada hacer una breve oración para encomendarse juntos a todos los santos, pidiendo les ayuden con su ejemplo e intercesión, a alcanzar también algún día, la santidad.

¡Feliz día de todos los santos!


Solemnidad de la ascensión del Señor


SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR: “El Señor Jesús subió al Cielo y se sentó a la derecha de Dios”
I. LA PALABRA DE DIOS

Hech 1,1-11: “Lo vieron levantarse”

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando desde el principio hasta que, después de dar instrucciones por medio del Espíritu Santo a los Apóstoles, ascendió al cielo. Después de su pasión se les presentó, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó:
— «No se alejen de Jerusalén; aguarden que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo les he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días ustedes serán bautizados con Espíritu Santo».
Ellos lo rodearon preguntándole:
— «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó:
— «No les toca a ustedes conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo».
Dicho esto, fue elevado, hasta que una nube lo ocultó de su vista. Mientras miraban fijamente al cielo, viendo cómo Jesús se alejaba, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que dijeron:—«Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo? Este Jesús que de entre ustedes ha sido llevado al cielo volverá de la misma manera que lo han visto marcharse».

Sal 46,2-3.6-7.8-9: “Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas”

Pueblos todos, batan palmas,
aclamen a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
toquen para Dios, toquen,
toquen para nuestro Rey, toquen.

Porque Dios es el rey del mundo;
toquen con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.

Ef 1,17-23: “Lo sentó a su derecha en el Cielo”

Hermanos:
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la glo­ria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de su corazón, para que comprendan cuál es la esperanza a la que han sido llamados, cuál es la riqueza gloriosa que da en herencia al pueblo santo, y cuál la extraordinaria gran­deza de su poder para con nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resuci­tándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el Cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y domi­nación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.

Todo lo puso bajo los pies de Cristo, constituyéndolo Cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo y, por lo mismo, pleni­tud del que llena totalmente el universo.

Mc 16,15-20: “Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación”

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
— «Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán de­monios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán ser­pientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al Cielo y se sen­tó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

II. APUNTES

Antes de ascender al Cielo, el Señor Resucitado manda a sus Apóstoles que permanezcan en Jerusalén para aguardar el Don del Espíritu, prometido por el Padre. Por Él recibirán “el poder de lo Alto” para ser sus testigos «en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo» (1ª lectura). La reconciliación obtenida por el Señor Jesús no es ya solamente para los hijos de Israel, sino que tiene un alcance universal: es para todos los hombres de todos los tiempos y culturas.

El mandato explícito y misión de ir al mundo entero y proclamar el Evangelio a todas las naciones es una tarea que no podrán realizar con sus solas fuerzas, sino sólo con la fuerza del Espíritu divino. El Espíritu del Señor es el que enciende los corazones en el fuego del divino amor y los lanza al anuncio audaz, decidido, valiente. La evangelización, en ese sentido, tendrá como protagonista al Espíritu Santo que actúa en aquellos que humilde y decididamente cooperan con Él prestándole sus mentes, sus corazones y sus labios. Con la fuerza de lo Alto, los Apóstoles podrán encender otros corazones con ese mismo fuego de amor. El Espíritu Santo anima y conduce a la Iglesia en la tarea evangelizadora a lo largo de los siglos, hasta que el Señor vuelva en su gloria.

En la Ascensión misma contemplamos al Señor resucitado que victoriosamente asciende al Cielo. ¿Quién asciende al Cielo, sino Aquel que antes ha bajado del Cielo? El misterio de la Ascensión hay que verlo como la culminación de un proceso kenótico-ascensional, es decir, un proceso mediante el cual el Hijo de Dios “se abaja” al asumir nuestra naturaleza humana para luego “elevarse” nuevamente al Padre con un cuerpo resucitado y glorificado (ver Flp 2,6-11). Todos los misterios del Verbo Eterno que siendo Dios se hace hombre en las entrañas de María Inmaculada, están unidos entre sí, desde la kénosis o abajamiento de la Encarnación, pasando por los acontecimientos dramáticos del Viernes Santo, hasta el júbilo del Primer Día de la Semana, la Pascua del Señor, la Resurrección y finalmente la Ascensión.

La Ascensión al Cielo constituye el fin de la peregrinación del Verbo Encarnado en este mundo. La presencia visible del Señor Jesús «termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el Cielo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 659). La Ascensión, por la que el Señor «deja el mundo y va al Padre» (ver Jn 16,28), se integra en el misterio de la Encarnación, y es su momento conclusivo.

Aquel que se ha abajado se eleva a los Cielos llevando consigo una multitud de redimidos. Por ello la Ascensión es una fiesta de esperanza para toda la humanidad. Celebrar la Ascensión del Señor resucitado es confesar que Él es verdaderamente el Camino, la Verdad y la Vida que conducen al Padre (verJn 14,6), es repetir en el corazón alborozado que realmente vale la pena ser persona humana pues Dios, habiéndose hecho hombre, reconciliándonos por su muerte en Cruz, resucitando al tercer día y realizando una nueva Creación mediante el don de su Espíritu, por su Ascensión nos ha abierto finalmente el camino ascensional que conduce a la plena realización humana en participación de la Comunión Divina de Amor.

He allí la esperanza a la que todo ser humano ha sido llamado por Dios, la riqueza de la gloria que otorga en herencia a los santos (2ªlectura). El Señor Jesús, como primicia, como Cabeza de la Iglesia cuyos miembros somos nosotros, ha ascendido a la dere-ha del Padre para prepararnos un lugar (ver Jn 14,2-3). Hacia allí donde el Señor Resucitado ha ascendido, se di-rige también todo aquel que hace de Cristo su Camino, la Verdad que ilumina sus pasos, la Vida de la que se nutre y que al mismo tiempo es la meta final de su terreno peregrinar (ver Jn 5,24; 6,40).

Luego de su Ascensión los Apóstoles se volvieron a Jerusalén en espera del acontecimiento anunciado y prometido. En el Cenáculo, unidos en común oración en torno a María, la Madre de Jesús (ver Hech 1,13-14), los discípulos preparan sus corazones aguardando la Promesa del Padre. En los Hechos de los Apóstoles San Lucas relata la vida y acción evangelizadora de la Iglesia primitiva a partir de la Ascensión. Este acontecimiento, junto con el don del Espíritu Santo el día de Pentecostés, marca el inicio del despliegue de la misión evangelizadora de la Iglesia.

San Pablo es llamado por el Señor a sumarse a aquellos Apóstoles que cumplen fielmente la misión confiada a ellos por el Señor. El “Apóstol de los Gentiles” escribe a los efesios de Aquel a quien el Padre, luego de resucitarlo de entre los muertos, ha «sentado a su diestra en los Cielos», sometiendo to-das las cosas bajo sus pies y constituyéndole «Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo» (2ª lectura).

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Contemplamos a Cristo, el Señor resucitado, que victoriosamente asciende al Cielo. Al contemplarlo nuestros ojos se dirigen con firme esperanza hacia ese destino glorioso que Dios por y en su Hijo nos ha prometido también a cada uno de nosotros: la participación en la vida divina, en la comunión de Dios-Amor, por toda la eternidad (ver 2Pe 1,4;Ef 1,17ss).

Mas al contemplar nuestro destino glorioso no podemos menospreciar nuestra condición de viadores. Mientras estemos en este mundo, hay ca-mino por recorrer. Por tanto, tampoco nosotros podemos quedarnos «allí parados mirando al cielo» (Hech 1,11), si-no que hemos de “bajar del monte” y “volver a la ciudad” (ver Hech 1,12), volver a la vida cotidiana con todos sus quehaceres, con toda la a veces pesada carga de preocupaciones diarias. Sin embargo, aunque hemos de sumergirnos nuevamente en las diversas actividades y preocupaciones de cada día, tampoco podemos perder de vista nuestro destino eterno, no podemos dejar de dirigir nuestra mirada interior al Cielo.

Así hemos de vivir día a día este dinamismo: sin dejar de mirar siempre hacia allí donde Cristo está glorioso, con la esperanza firme y el ardiente anhelo de poder participar un día de su misma gloria junto con todos los santos, hemos de vivir intensamente la vida cotidiana como Cristo nos ha enseñado, buscando en cada momento impregnar con la fuerza del Evangelio nuestras propias actitudes, pensamientos, opciones y modos de vida, así como las diversas realidades humanas que nos rodean.

La “aspiración a las cosas de arriba” (ver Col 3,2), el deseo de participar de la misma gloria de Cristo, lejos de dejar-nos inactivos frente a las realidades temporales nos compromete a trabajar intensamente por transformarlas, según el Evangelio.

Sin dejar de mirar al Cielo, ¡debemos actuar! ¡Hay mucho por hacer! ¡Hay mucho que cambiar, en mí mismo y a mi alrededor! ¡Muchos dependen de mí! ¡Es todo un mundo el que hay que transformar desde sus cimientos! Y el Señor nos promete la fuerza de su Espíritu para que seamos hoy sus apóstoles que anuncien su Evangelio a tiempo y destiempo, un pequeño ejército de santos que con la fuerza de su Amor trabajemos incansablemente por cambiar el mundo entero, para hacerlo más humano, más fraterno, más reconciliado, según el Evangelio de Jesucristo y con la fuerza de su gracia, sin la cual nada podemos.

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San León Magno: « Así como en la solemnidad de Pascua la Resurrección del Señor fue para nosotros causa de alegría, así también ahora su Ascensión al cielo nos es un nuevo motivo de gozo, al recordar y celebrar litúrgicamente el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, de toda la sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono de Dios Padre».

San Gregorio de Nisa: «Cristo, el primogénito de entre los muertos, quien con su resurrección ha destruido la muerte, quien mediante la reconciliación y el soplo de su Espíritu ha hecho de nosotros nuevas criaturas, dice hoy: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. ¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre, siendo el Hijo único, quiere hacernos hermanos suyos y, para ello, hace llegar hasta el Padre verdadero su propia humanidad, llevando en ella consigo a todos los de su misma raza».

San Cirilo de Alejandría: « El Señor sabía que muchas de sus moradas ya estaban preparadas y esperaban la llegada de los amigos de Dios. Por esto, da otro motivo a su partida: preparar el camino para nuestra ascensión hacia estos lugares del Cielo, abriendo el camino, que antes era intransitable para nosotros. Porque el Cielo estaba cerrado a los hombres y ningún ser creado había penetrado nunca en este dominio santísimo de los ángeles. Es Cristo quien inaugura para nosotros este sendero hacia las alturas. Ofreciéndose Él mismo a Dios Padre como primicia de los que duermen el sueño de la muerte, permite a la carne mortal subir al cielo. Él fue el primer hombre que penetra en las moradas celestiales… Así, pues, Nuestro Señor Jesucristo inaugura para nosotros este camino nuevo y vivo: “ha inaugurado para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne” (Heb 10,20)».

San Gregorio Magno: « El Señor arrastró cautivos cuando subió a los cielos, porque con su poder trocó en incorrupción nuestra corrupción. Repartió sus dones, porque enviando desde arriba al Espíritu Santo, a unos les dio palabras de sabiduría, a otros de ciencia, a otros la gracia de los milagros, a otros la de curar, a otros la de interpretar. En cuanto Nuestro Señor subió a los cielos, su Santa Iglesia desafió al mundo y, confortada con su Ascensión, predicó abiertamente lo que creía a ocultas».

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

«Jesucristo subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso»

659:«Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,19). El cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección, como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios. Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo «como un abortivo» (1Cor 15,8) en una última aparición que constituye a éste en apóstol.

661:Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera, es decir, a la bajada desde el Cielo realizada en la Encarnación. Sólo el que «salió del Padre» puede «volver al Padre»: Cristo. «Nadie ha subido al Cielo sino el que bajó del Cielo, el Hijo del hombre» (Jn 3,13). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la «Casa del Padre» (Jn 14,2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, «ha querido precedernos como Cabe-za nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ar-diente esperanza de seguirlo en su Reino».

662:En el Cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. «De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Heb 7,25).

663:«Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos, como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada».

664:Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías… A partir de este momento, los Apóstoles se convirtieron en los testigos del «Reino que no tendrá fin».

668:La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. Él está «por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación» porque el Padre «bajo sus pies sometió todas las cosas» (Ef 1,20-22). Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su re-capitulación, su cumplimiento trascendente.

El mandato misionero

849-850:«“La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser ‘sacramento universal de salvación’, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres” (AG, 1): “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”(Mt 28,19-20)».

VI. TEXTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SODÁLITE

Después de su resurrección, el Señor Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, reforzando su fe y preparándolos para el inicio de una gran misión evangelizadora, que les confió de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Es entonces cuando el Señor dirigió a sus apóstoles este mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación». De este momento el Evangelista San Mateo recoge también estas otras palabras del Señor: «Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado». El del Señor es un llamado a ponerse en marcha, un envío con su poder para continuar su propia misión reconciliadora y proclamar el Evangelio a todas las culturas de todos los tiempos para transformar a modo de fermento el mundo entero.

Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, nos ha ungido y nos ha enviado, haciéndonos partícipes de la misión de su Hijo amado. Tenemos también hoy en nosotros la fuerza del Espíritu y experimentamos el dinamismo expansivo de la Buena Nueva: ¡no podemos contener su anuncio! Arde en nuestro corazón un fuego que necesita comunicarse y expandirse encendiendo otros corazones con el anuncio del Evangelio, buscando ganarlos para el Señor con el testimonio de una vida que llevando al Señor muy dentro lo irradia con su sola presencia. Eso no puede sino expresarse en la creciente coherencia con que en la vida cotidiana vivimos el Evangelio que predicamos. Por ello la semilla de la Buena Nueva espera y necesita ser acogida por nosotros mismos cada día, pues está llamada a germinar y dar frutos de conversión y santidad en mí, para que de ese modo pueda anunciarla de modo creíble y convincente a todas las personas con las que diariamente me encuentre. ¡Jamás podemos olvidar que la evangelización del mundo entero pasa a través de nuestra propia santidad, posible sólo en la medida en que cada uno sepa acoger el Espíritu divino en sí dejándose transformar por su dinamismo de amor! No olvidemos que nadie da lo que no tiene: ninguno de nosotros podrá transmitir al Señor si no lo lleva dentro, si cada día no le abre la puerta de su corazón y se encuentra con Él. Si no arde el fuego del amor del Señor en nuestros corazones, ¿Cómo podremos encender otros corazones, cómo podre-mos encender el mundo entero?

El Señor nos invita, en compañía de Santa María y unidos a Ella en la ora-ción, a disponer nuestros corazones para acoger el don del Espíritu y por su impulso poder anunciar al Resucitado con aquél mismo celo con el que lo anunciaron los primeros apóstoles, un celo que los impulsó a llevar el Nom-bre del Señor a todos los confines de la tierra. (Camino hacia Dios #121)

Volvamos entonces a los cuestionamientos iniciales ¿Estamos los cristianos limitados a vivir nuestra fe en el ámbito privado y a escondernos, siendo incoherentes con lo que creemos y amamos? La respuesta es clara: de ninguna manera. Más bien todo lo contrario. El auténtico cristiano es el que siempre es de Cristo, siempre es coherente y no puede ni quiere callar, sino que quiere ser esa luz del Señor en todos los momentos de su vida y en todos los ámbitos de su existencia. Sin embargo ¿Esto es sólo para algunos cristianos? ¿El Señor se lo dice so-lo a algunos? ¿No será que se trata de un mandato sólo para los Apóstoles? La respuesta la tenemos al inicio del relato del sermón del monte que comienza así: “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron” (Mt 5,1). Somos pues todos los cristianos, cada uno desde su vocación, llamados al apostolado, a manifestar nuestra fe y vivirla en la vida pública y, siendo de Cristo, ser luz del mundo. Como nos mandó el Señor, estamos llamados a evangelizar el mundo entero: “Id pues y haced discípulos de todas las gentes…y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19). Por eso, nada de lo humano nos es ajeno. (Camino hacia Dios #175)

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La anunciación de la Santísima Virgen María


LA ANUNCIACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 

Esta gran fiesta tomó su nombre de la buena nueva anunciada por el arcángel Gabriel a la Santísima Virgen María, referente a la Encarnación del Hijo de Dios. Era el propósito divino dar al mundo un Salvador, al pecador una víctima de propiciación, al virtuoso un modelo, a esta doncella -que debía permanecer virgen- un Hijo y al Hijo de Dios una nueva naturaleza humana capaz de sufrir el dolor y la muerte, afín de que El pudiera satisfacer la justicia de Dios por nuestras transgresiones. 

El mundo no iba a tener un Salvador hasta que Ella hubiese dado su consentimiento a la propuesta del ángel. Lo dio y he aquí el poder y la eficacia de su Fíat. En ese momento, el misterio de amor y misericordia prometido al género humano miles de años atrás, predicho por tantos profetas, deseado por tantos santos, se realizó sobre la tierra. En ese instante el alma de Jesucristo producida de la nada empezó a gozar de Dios y a conocer todas las cosas, pasadas, presentes y futuras; en ese momento Dios comenzó a tener un adorador infinito y el mundo un mediador omnipotente y, para la realización de este gran misterio, solamente María es acogida para cooperar con su libre consentimiento. 

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Solenmidad de todos los Santos


SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
1 de noviembre

La Iglesia celebra hoya la festividad de todos aquellos que nos han precedido en su marcha a la Casa de Padre, y que ya están disfrutando de la presencia de Dios cara a cara. Es decir, todas aquellas personas anónimas que ya son santos. Esta fiesta nos recuerda que todos somos llamados a la santidad en esta vida. En los primeros siglos de vida de la Iglesia había un día para recordar a los mártires. El Papa Bonifacio IV (608-615) transformó un templo griego en uno cristiano para dedicarlo al culto de “Todos los Santo”. Y fue en el año 840 cuando la festividad comenzó a celebrarse el 1 de noviembre. Hemos de recordar que muchas fiestas importantes comienzan su celebración el día anterior por la noche, en la misa vespertina de vigilia, es decir el 31 de octubre. En inglés sería All Hallow’s Eve, la víspera de Todos los Santos. Con el tiempo su pronunciación fu cambiado hasta la conocemos en nuestros días Halloween. Esta celebración poco tiene que ver con la importancia del día que hoy celebra la Iglesia Universal, aunque su origen sea el mismo.

Solemnidad de Todos los Santos que están con Cristo en la gloria. En el gozo único de esta festividad, la Iglesia Santa, que todavía peregrina en la tierra, celebra la memoria de aquellos cuya compañía alegra los cielos, para recibir el estímulo de su ejemplo, la alegría de su patrocinio y, un día, la corona del triunfo en la visión eterna de la divina Majestad.Martirologio romano

Vida de Todos los Santos

Muchos hombres y mujeres de toda clase y condición, que nos han precedido, han llegado ya al Cielo y disfrutan para siempre de Dios.

Son muchos más que los beatificados y canonizados.

Su vida y nombres nos son desconocidos, pero gozan ya de la bienaventuranza.

Esa multitud innumerable es para nosotros ejemplo ya que ellos pasaron por todas las vicisitudes por las que puede pasar cada hombre y mujer que llega al mundo y fueron fieles a Dios en esas circunstancias.

También acudimos a su poderosa intercesión ante Dios.

Cuando los celebramos recordamos la santidad a la que todos estamos llamados.


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Solemnidad de la Natividad de la Santísima Virgen María



NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA. MADRE DE NUESTRO SEÑOR

08 de septiembre

Natividad de la Virgen María. Hoy Dios escogió a María para ser la Madre de su Hijo. Con ella se aproximó la hora de la salvación

La Fiesta de la Natividad de la Virgen María, Nuestra Señora, Madre de Dios y siempre Virgen, se celebra el 8 de septiembre de cada año. Esta fiesta conmemora el nacimiento de la Madre de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador

Martirologio romano: Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, quien es descendiente de la estirpe de Abraham, de la tribu de Judá, y del linaje del rey David, de quien nació el Hijo de Dios hecho hombre por el Espíritu Santo, para dar la libertad a los hombres de la antigua la esclavitud del pecado.

La Natividad de la Virgen María

La Virgen María es la Madre de Jesús y, con este hecho, se cumplieron las Escrituras y todo lo dicho por los profetas. Dios escogió a esta mujer para ser la Madre de su Hijo.

Con ella se aproximó la hora de la salvación. Por esta razón la Iglesia celebra esta fiesta con alabanzas y acciones de gracias.

El documento más antiguo que conmemora esta fiesta viene desde el siglo VI. En general se cree que esta fiesta se originó en Jerusalén ya que hay pruebas, en el siglo V, de una iglesia dedicada a Santa Ana, ubicada al norte del templo en el barrio de la piscina de Betesda.

Sofronius, el Patriarca de Jerusalén, afirmó en el año 603 que este fue el lugar de nacimiento de María. Después del Concilio de Efeso en el año 431 dC, el culto de la Virgen María se incrementó significativamente.

El nacimiento de la Virgen María.

El nacimiento de la Virgen María tuvo privilegios verdaderamente únicos. Ella fue concebida sin pecado original. María, la elegida para ser Madre de Dios, era completamente santa, pura, llena de gracia y de una nobleza y humildad que a todos impresionaba

El nacimiento y primeros años de vida de la Virgen María no se registra en los Evangelios y otros libros del Nuevo Testamento, sin embargo, esta información se puede encontrar en una obra que data del siglo II conocido como el Libro de Santiago o Protoevangelio.

De acuerdo con la historia que se encuentra en este libro, los padres de María, Joaquín y Ana, no tuvieron hijos durante muchos años y ya habían entrado en la ancianidad. Se mantuvieron fieles a Dios, pero sus oraciones para tener un niño no fueron contestadas en el momento en que ellos lo querían.

Un día, cuando Joaquín llegó al templo para hacer una ofrenda, ésta fue rechazada por el sumo sacerdote que lo castigó por su falta de hijos. Para ocultar su vergüenza, Joaquín y Ana se retiraron a la región montañosa, a vivir entre los pastores y sus rebaños.

En una oportunidad, en la medida que Joaquín estaba implorando nuevamente a Dios su deseo de tener un hijo, su esposa Ana también estaba orando al mismo tiempo en su casa en Jerusalén.

Un ángel entonces se les apareció a los dos y les anunció que Anna tendría una niña cuyo nombre sería conocida en todo el mundo. Anna se comprometió a ofrecer a su hija como un regalo al Señor.

Joaquín regresó a casa a contarle a Anna lo sucedido y gran sorpresa se llevó cuando Anna le contó sobre el mismo anuncio que le había hecho un Ángel del Señor de que pronto tendrían una niña.

Y así fue, a su debido tiempo Anna dio a luz a una hija, a quien llamó María

Nace la Madre del Salvador

La Virgen María nació para ser la madre del Salvador del mundo, la madre espiritual de todos los hombres, y la más santa de las criaturas de Dios. Debido a los méritos infinitos de su hijo, ella fue concebida y nació impecable, sin mancha y llena de gracia.

A través de la Virgen María, la reina del cielo y de la tierra, se dan innumerables gracias a todos los hombres. A través de ella, por la voluntad de la Trinidad, los no creyentes reciben el don de la fe; los afligidos atendidos por las obras de misericordia; y los miembros del cuerpo de Cristo crecen en semejanza a su cabeza.

En María se exalta toda la belleza de la naturaleza humana. Nos regocijamos en su cumpleaños, y que la Iglesia ha hecho desde los primeros tiempos.

Este es uno de los tres cumpleaños en el Calendario de la Iglesia: el Nacimiento de Jesús (25 de diciembre), el nacimiento de San Juan Bautista (24 de junio) y el cumpleaños de María.

Los tres vinieron al mundo sin pecado original, aunque María y Jesús fueron concebidos sin pecado, San Juan fue limpiado del pecado original, mientras estaba en el vientre de su madre Isabel durante la Visitación de la Virgen María.

Celebrar la Natividad de la Virgen María es celebrar una marca fundamental en la historia de la salvación. María es el eslabón de conexión entre la Trinidad y la humanidad.

La Virgen María es, en cierto sentido, el elemento esencial de esta historia, A través de su cuerpo, preparado por Dios sin pecado, Jesús entra en el mundo y cumple con su misterio de salvación, con su misterio de amor y entrega.

Dios Todopoderoso le habló al demonio en medio de las ruinas del jardín del Edén y le dijo:

"Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el de ella; y ella te aplastará la cabeza". (Génesis 3,15)

Oración a la Natividad de la Virgen

Concede, oh Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento.

Por nuestro Señor Jesucristo.

Amén.


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