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¿Por qué en algunas fiestas parroquiales se vende alcohol?


Como sacerdote, entiendo tus preocupaciones y es importante abordarlas con claridad y cariño. Vamos a desglosar esto de la mejor manera posible.

Primero, hablemos del contexto en el que a veces se vende alcohol en las fiestas parroquiales. Las fiestas parroquiales son momentos de celebración comunitaria. Se organizan para recaudar fondos, fortalecer la comunidad y celebrar nuestra fe y tradiciones. En algunas de estas fiestas, se vende alcohol como parte de las actividades. Pero hay algo que debemos tener en cuenta muy seriamente: la prudencia y el propósito de nuestras acciones como Iglesia.

El Alcohol en la Tradición Católica

La Iglesia Católica no prohíbe el consumo de alcohol en sí mismo. Recordemos que Jesús mismo transformó agua en vino en las bodas de Caná (Juan 2, 1-11). El vino también tiene un papel central en la Eucaristía, donde se convierte en la sangre de Cristo. San Pablo, en su primera carta a Timoteo, incluso aconseja un poco de vino por razones de salud (1 Timoteo 5, 23).

Sin embargo, aquí es donde entra la cuestión de la moderación. La Biblia nos advierte repetidamente sobre los peligros del abuso del alcohol. Proverbios 20, 1 dice: "El vino es escarnecedor, la bebida fuerte alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio". Y en Efesios 5:18, San Pablo nos exhorta: "No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos del Espíritu".

¿Qué pasa en las fiestas parroquiales?

Ahora, hablemos directamente de lo que sucede en algunas fiestas parroquiales. Cuando se vende alcohol, la intención suele ser buena: generar fondos para la parroquia o las obras de caridad, y ofrecer un espacio donde la comunidad pueda reunirse y celebrar. Sin embargo, hay que ser muy cuidadosos con cómo se maneja esto. 

El problema surge cuando la venta de alcohol en estas fiestas da lugar a excesos y comportamientos que no son coherentes con nuestra fe. No es raro escuchar críticas de hermanos separados (protestantes) que ven esto como una señal de falta de seriedad en nuestra vida cristiana. Y lamentablemente, también vemos a algunos católicos alejarse de la Iglesia debido a estos abusos. 

El Abuso y sus Consecuencias

Permíteme ser claro: el abuso de la venta de alcohol en fiestas parroquiales es, efectivamente, un abuso del párroco o de los organizadores. Fomentar ambientes donde el consumo excesivo de alcohol es común, es algo que no podemos apoyar. Como pastores, tenemos la responsabilidad de guiar a nuestro rebaño hacia una vida virtuosa, y eso incluye evitar los vicios y las ocasiones de pecado.

El Catecismo de la Iglesia Católica es explícito en su condena del abuso de alcohol. En el número 2290, dice: "La virtud de la templanza nos dispone a evitar todo tipo de exceso: el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de los medicamentos. Los que, en estado de embriaguez, por amor propio o por cualquier otro motivo, ponen en peligro la vida de los demás y la suya propia, incurren en grave culpa".

¿Qué Debemos Hacer?

Como comunidad de fe, necesitamos replantearnos cómo organizamos nuestras fiestas y celebraciones. Aquí hay algunas sugerencias:

1. Educación y Conciencia: Es importante educar a nuestra comunidad sobre los riesgos y las responsabilidades asociadas con el consumo de alcohol. Esto no significa prohibirlo, sino fomentar una cultura de moderación y responsabilidad.

2. Alternativas: Ofrecer alternativas al alcohol en las fiestas parroquiales puede ser una excelente manera de asegurar que todos, incluyendo aquellos que prefieren no beber, se sientan bienvenidos y cómodos.

3. Supervisión y Control: Si se decide vender alcohol, debe hacerse de manera responsable. Esto puede incluir la limitación de la cantidad de alcohol disponible, asegurarse de que haya supervisión adecuada y ofrecer transporte seguro a quienes lo necesiten.

4. Enfoque en la Comunidad y la Fe: Recordemos siempre que el propósito de estas fiestas es fortalecer nuestra comunidad y celebrar nuestra fe. Esto debe reflejarse en todas nuestras actividades y en cómo nos comportamos.

La Percepción y el Testimonio

Finalmente, quiero hablar sobre la percepción que otros tienen de nosotros y el testimonio que damos como católicos. Es cierto que los hermanos separados a menudo critican estas prácticas, y esas críticas pueden ser una causa de división y confusión. Si nuestras acciones están causando que otros se alejen de la Iglesia o encuentren motivos para juzgarnos negativamente, debemos reflexionar profundamente sobre nuestro testimonio.

Jesús nos llama a ser la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo 5, 13-16). Esto significa que nuestras acciones deben reflejar nuestra fe y nuestro compromiso con los valores del Evangelio. Si algo que hacemos causa escándalo o lleva a otros al pecado, es nuestro deber corregirlo.

Últimas reflexiones.

Querido amigo, te agradezco por traer este tema a la conversación. Es un recordatorio importante de que, como Iglesia, estamos llamados a vivir y celebrar nuestra fe de manera que honre a Dios y edifique a nuestra comunidad. Las fiestas parroquiales deben ser momentos de alegría, unidad y celebración sana, donde todos se sientan bienvenidos y valorados.

Nosotros, como líderes y miembros de la comunidad, tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que nuestras acciones reflejen siempre el amor de Cristo y nuestra dedicación a vivir según sus enseñanzas. Que el Espíritu Santo nos guíe y nos dé la sabiduría para hacer siempre lo correcto y para ser verdaderos testigos de la fe.

Si tienes más preguntas o quieres seguir conversando sobre esto, estoy aquí para ti. Que Dios te bendiga y te guarde siempre.

Con afecto,

Padre Ignacio Andrade.

¿Es pecado tomar alcohol en las posadas navideñas?


Primero que todo, quiero recordarte que la Iglesia Católica valora la moderación y la responsabilidad en todas las áreas de la vida, incluyendo el consumo de alcohol. La Biblia nos enseña que el vino, por ejemplo, es un regalo de Dios, pero también nos exhorta a usarlo con prudencia. En el libro de Proverbios (23, 20-21), leemos: "No te juntes con los bebedores de vino, ni con los que comen carne en demasía. Porque el borracho y el glotón empobrecen, y la somnolencia los viste de trapos".

Es fundamental entender que el pecado no radica en el acto de beber alcohol en sí mismo, sino en el abuso o la embriaguez que conlleva a comportamientos irresponsables o dañinos. En la Primera Carta de San Pedro (4, 7), encontramos un llamado a la sobriedad: "Estén prevenidos, mantengan la sobriedad; poned vuestra esperanza en la gracia que se os dará con la revelación de Jesucristo".

Las posadas navideñas son momentos especiales para compartir la alegría del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo y la convivencia con nuestros seres queridos. En estas celebraciones, el vino o las bebidas alcohólicas pueden ser parte de la tradición y la cultura, pero siempre con responsabilidad. No olvidemos que el mismo Jesús compartió vino durante la Última Cena, un acto lleno de simbolismo que nos recuerda su sacrificio por nosotros.

El Catecismo de la Iglesia Católica también nos ofrece orientación sobre este tema. En el número 2290, se nos exhorta a evitar el abuso de sustancias, incluyendo el alcohol, que puedan perjudicar la salud o el juicio moral. El catecismo nos recuerda que el respeto por la salud y la vida humana es parte integral de nuestra responsabilidad como seres creados a imagen de Dios.

Además, es importante considerar el entorno y las circunstancias específicas de cada posada. Siempre es aconsejable actuar con prudencia y respetar las normas culturales y sociales que rigen el evento. La Carta a los Romanos (14, 21) nos dice: "Es bueno no comer carne ni beber vino, ni hacer cosa alguna que sea ocasión de tropiezo para tu hermano".

En este sentido, es fundamental recordar que la caridad cristiana debe guiar nuestras acciones. Si el consumo de alcohol en una posada puede causar escándalo o ser una ocasión de tropiezo para otros, es sabio abstenerse o moderar el consumo en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Por último, quiero enfatizar que cada persona es única y su relación con el alcohol puede variar. Algunos pueden disfrutar de una copa con moderación, mientras que otros pueden ser más propensos a caer en la embriaguez. La Prima Secunda de la Summa Theologica de Santo Tomás de Aquino nos recuerda que la virtud está en el justo medio. En otras palabras, es importante encontrar un equilibrio entre disfrutar de las buenas cosas que Dios nos brinda y evitar caer en excesos que puedan perjudicarnos a nosotros mismos o a los demás.

En conclusión, querido amigo, tomar alcohol en las posadas navideñas no es pecado en sí mismo, siempre y cuando se haga con moderación y responsabilidad. La clave está en seguir los principios bíblicos y catequéticos que nos enseñan a vivir una vida sobria y centrada en el amor y la caridad hacia los demás. Que estas festividades navideñas sean una oportunidad para celebrar con alegría y agradecer por el regalo más grande que Dios nos ha dado: su Hijo Jesucristo. ¡Que la paz y el amor de Cristo llenen tu corazón y el de todos aquellos que te rodean en estas fiestas tan especiales!

Autor: Padre Ignacio Andrade

Se casó y se divorció a los tres años, ahogaba su soledad en drogas y alcohol, hoy es monje.



Xavier (ahora Bernard como nombre religioso) nació a principios de la década de 1960 en una familia católica practicante de Nantes, en el noroeste de Francia su padre eramédico y madre enfermera. Pero como pasó con otros muchos católicos franceses el Mayo del 68 arrasó y les robó la fe, explica Famille Chretienne.

Primero ilusionados con los cambios que traería esta “revolución”, su familia acabó enfadada con la Iglesia debido a la profética encíclica Humanae Vitae de San Pablo VI. Consideraban que el texto iba en contra de los tiempos y del pensamiento contemporáneo por lo que su familia se alejó primero de la Iglesia y después de toda fe. Allí se acabaron las misas para el pequeño Bernard, que tenía ocho años y llegó a recibir los sacramentos y la catequesis, pero asegura que nunca creyó en Dios.

Después le siguieron los años de la adolescencia, una etapa también muy complicada en su vida. “A los catorce años ya había experimentado con el alcohol y las drogas”, reconoce. Durante los siguientes años, el joven compaginó sus estudios, que sacaba de manera brillante, con sus pasiones por la gemología, la botánica, el piano, la literatura y los excesos de una vida artística y bohemia.

Al borde del precipicio

Bernard tiene cuatro hermanos y crece en una familia cariñosa y unida, lo que constituye una especie de salvaguarda contra las tentaciones del mundo. Por imitación familiar comenzó a estudiar Medicina, pero no le fue bien el inicio y aquello marcó un periodo doloroso de su vida que le hizo sumergirse nuevamente en los vicios y pecados más profundos Bernard se reorienta a sí mismo haciendo primero filosofía y luego fisioterapeuta.

Fue en Medicina donde precisamente conoció a su novia. Rápidamente, se fueron a vivir juntos sin pensar en el matrimonio. Pero tras cuatro años conviviendo decidieron casarse, simplemente por ir a la contra. “En ese momento, tras el 68, era poco convencional el casarse. Nos gustó la idea de no ser como los demás y hacer una fiesta con la familia y los amigos”, relata el ahora monje.

Primero celebraron una boda civil en el Ayuntamiento y luego otra en la iglesia, tras haber visto tan sólo dos veces al sacerdote antes del sacramento. Nunca se tomaron en serio la boda religiosa. “La misa no significó nada para nosotros. Fue una ceremonia con el telón de fondo de Gainsbourg, Ferrat y Carmina Burana”. De hecho, en la misma boda la pareja dijo a los invitados: “¡si nos separamos, os volveremos a invitar!”.

Bernard tenía 25 años pero tres años después se divorciaron y él nuevamente se hundió en el abismo. Dejó el trabajo, sobrevivía con acciones ocasionales y pasaba la noche en bares donde tocaba el piano y ahogaba su dolor en soledad con el alcohol y las drogas. Estaba al borde del precipicio.

La belleza de la liturgia

Un amigo que conoció en su etapa de Educación Secundaria vio la angustia de Bernard y todo el sufrimiento que acumulaba. Y le invitó a la Comunidad de las Bienaventuranzas, a la que ahora pertenece y que le cambió la vida.

La Comunidad de las Bienaventuranzas tiene una rama masculina y otra femenina

Tal y como recogen en su propia página web, la Comunidad de las Bienaventuranzas “es una comunidad católica presente en veintiséis países. Reúne en la misma familia espiritual a sacerdotes y hermanos consagrados, hermanas consagradas y laicos, casados o solteros, que comparten una vida fraterna, una vida de oración y de misión. Juntos desean seguir a Cristo en el camino de las Bienaventuranzas”.

Bernard no creía en Dios cuando llegó destrozado y hundido a la comunidad, pero quedó totalmente impresionado por la autenticidad de la vida fraterna y la belleza de la liturgia.

“Es lo bello lo que me trajo de regreso a Dios. En la cena del viernes por la noche, los hermanos sacaron hermosos manteles y velas, todos estaban vestidos de blanco y las canciones eran sublimes. Al final de la comida, se podían colocar velas al pie de un icono de la Virgen de Vladimir”. Es allí donde Bernard rezó por primera vez en su vida con unas palabras que aún recuerda: “María, si existes, me gustaría tener la misma certeza que los que me rodean”.

Aquella noche Bernard reconoce que se encontró verdaderamente con Dios por primera vez. Desde ese momento, decide permanecer en la comunidad. Un tiempo más adelante inició el proceso de nulidad de su matrimonio por inmadurez, la logró obtener.

Convencido de que el Señor le llamaba a estar en esta comunidad, Bernard tomó el hábito en 1992 y profesó sus votos perpetuos dos años después como hermano consagrado.

Además, con la ayuda de su amigo benedictino Gilles Baudry, el hermano Bernardo de Jesús ha reconciliado su doble vocación de hermano y poeta. Pero además acompañaba a matrimonios en dificultades a través del proyecto Tobías y Sara. Este itinerario tiene una duración de 5 días y se desarrolla en 9 etapas, para renovar la comunicación, experimentar reconciliaciones en el perdón, encontrar intimidad y ternura. Se vive en estricta confidencialidad, ayudado por enseñanzas, cuestionarios, oración y vigilias.

Concluye sonríendo y pensando en voz alta que “el buen Dios no se cansará nunca de acogernos: si hay distancia, siempre viene de nuestra parte. El matrimonio, como la vida consagrada, se basa en el arte de perseverar. ¡En esta escuela de amor somos aprendices perpetuos!”. Y así es como lleva el anillo de su consagración con una inscripción en hebreo del Cantar de los Cantares: “Yo soy de mi amado y mi amado es para mí”.

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