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¿Cómo será la Resurrección de los muertos de la que habla el Credo?


¡Qué tema tan interesante! La resurrección de los muertos, esa verdad que afirmamos cada vez que rezamos el Credo, es una de las promesas más grandes que Dios nos ha hecho, y una de las más misteriosas también. Sabemos que nuestra vida no termina con la muerte, y que hay algo más allá, pero ¿cómo será eso de "resucitar de entre los muertos"? Vamos a verlo con calma, como si estuviéramos platicando después de Misa.

La esperanza de la resurrección

Primero, hay que entender que esta idea de la resurrección no es algo que se le ocurrió a los cristianos de la nada. Viene de las Escrituras, de las promesas que Dios ha hecho a lo largo de la historia. En el Antiguo Testamento, ya vemos vislumbres de esta esperanza. Por ejemplo, en el libro de Daniel, se menciona algo muy cercano a la idea de la resurrección: "Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno" (Daniel 12,2). Y también hay otros pasajes, como en el libro de Job, donde él dice: "Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se alzará sobre el polvo; y después de mi piel, después de haber sido destruida, veré a Dios en mi carne" (Job 19,25-26). Job está hablando aquí de ver a Dios en su carne, lo cual nos lleva a la idea de que la resurrección no es solo una cosa espiritual, sino algo corporal.

Ya en el Nuevo Testamento, la resurrección cobra un sentido pleno gracias a Jesús. Él mismo lo dijo varias veces: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá" (San Juan 11,25). Aquí es donde vemos más claramente que la resurrección es una realidad que implica nuestra participación en la vida eterna de Dios. Y, por supuesto, el hecho central de nuestra fe es la resurrección de Jesús. San Pablo lo dice clarito: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe" (1 Corintios 15,14). Así que la resurrección no es un extra, es la pieza central de nuestra esperanza cristiana.

¿Qué significa que resucitaremos?

Cuando decimos en el Credo que creemos en "la resurrección de los muertos", estamos diciendo que creemos que después de la muerte, Dios nos devolverá la vida, pero no cualquier vida, sino una vida gloriosa. San Pablo también nos da pistas sobre cómo será esto: "Así también la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucita en incorrupción; se siembra en deshonra, resucita en gloria; se siembra en debilidad, resucita en poder; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual" (1 Corintios 15,42-44). Es como una transformación: el cuerpo que tenemos ahora, que es frágil, corruptible, limitado, será transformado en algo glorioso, inmortal.

Ahora, ¿cómo será ese cuerpo resucitado? Esa es la gran pregunta. Aunque no podemos saber exactamente todos los detalles, Jesús nos da un buen ejemplo con su propia resurrección. Cuando Él resucitó, tenía un cuerpo real, físico, que podía tocarse (acuérdate de Tomás tocando sus heridas), podía comer, pero también podía aparecer y desaparecer, atravesar puertas cerradas... era un cuerpo glorificado. No estamos hablando de un simple regreso a la vida como la conocemos ahora, sino de una vida nueva, transformada por el poder de Dios. ¡Eso suena bastante emocionante!

¿Qué pasa con los que ya murieron?

Una duda muy común es: ¿qué pasa con los que ya murieron? ¿Están dormidos esperando la resurrección? ¿O ya están en el cielo o en otro lugar? La respuesta es que, aunque los cuerpos están en la tierra, el alma sigue viva. El Catecismo nos enseña que "la muerte es la separación del alma del cuerpo, pero en la resurrección Dios dará vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma" (CIC 997). Así que los que han muerto en gracia ya están con Dios, pero esperan la resurrección final, cuando recibirán su cuerpo glorioso.

Es importante recordar que hay un juicio después de la muerte, y según las decisiones que tomamos en esta vida, nuestra alma irá al cielo, al purgatorio (si necesita purificación), o al infierno (si rechaza definitivamente a Dios). Pero la resurrección de los muertos será el momento en que, al final de los tiempos, todos los cuerpos resucitarán y se unirán a sus almas para el juicio final. Ahí es donde se cumplirá esa promesa de Dios de hacer nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21,5).

¿Cuándo será la resurrección?

La resurrección de los muertos ocurrirá al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva en gloria. En ese momento, todos resucitaremos: los que hayan hecho el bien, para la vida eterna, y los que hayan hecho el mal, para la condenación eterna (San Juan 5,28-29). El "cómo" y el "cuándo" exactos son un misterio, pero lo que sabemos es que será un momento de justicia y misericordia divina, donde cada uno recibirá según sus obras. Por eso, San Pablo nos exhorta a vivir siempre preparados: "El día del Señor vendrá como ladrón en la noche" (1 Tesalonicenses 5,2).

¿Cómo prepararnos para la resurrección?

La mejor manera de prepararnos para la resurrección es vivir cada día en amistad con Dios. Jesús nos dejó los sacramentos, que nos fortalecen en el camino, y especialmente la Eucaristía, que es ya un anticipo de esa vida gloriosa que esperamos. Cuando comulgamos, recibimos el Cuerpo glorificado de Cristo, y eso nos une a Él de una manera muy profunda. San Ignacio de Antioquía, un mártir de los primeros siglos, llamaba a la Eucaristía "la medicina de la inmortalidad". ¡Qué hermoso! La Eucaristía nos va preparando para esa vida eterna con Dios.

También es clave vivir la caridad. San Juan de la Cruz dijo que al final de la vida seremos juzgados en el amor. Si vivimos amando a Dios y a los demás, estamos asegurando un buen destino para la eternidad. Y si alguna vez caemos, ahí está la Confesión para levantarnos y seguir adelante.

Conclusión

La resurrección de los muertos no es solo una idea lejana, es la esperanza que nos llena de fuerza para vivir cada día en este mundo. Sabemos que nuestra historia no termina con la muerte, sino que está destinada a una vida gloriosa con Dios. Jesús, al resucitar, nos abrió el camino, y nosotros estamos invitados a seguirlo, a través de una vida de fe, sacramentos y amor.

Así que, amigo, aunque la muerte pueda parecer el final, ¡es solo el principio de algo increíble! Mantengamos nuestra esperanza puesta en Cristo, y vivamos cada día como una preparación para ese encuentro final con Dios, cuando, con cuerpos glorificados, seremos parte de su Reino para siempre. ¡Esa es nuestra verdadera meta!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

La creencia en la maternidad Divina de María antes del concilio de Éfeso (431 DC)


LA CREENCIA EN LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA ANTES DEL CONCILIO DE ÉFESO (431 DC)
Por Richbell Meléndez

A los protestantes sobre todo a los denominados evangélicos de corte fundamentalista, los engañan sus pastores diciéndoles que María no es madre de Dios y les dicen que este fue un invento del Concilio de Éfeso (431 DC).

Con esta lección les demostrare lo contrario y de como María era reconocida como madre de Dios, antes del Concilio de Éfeso (431 DC) ya que en Éfeso solo se confirmo lo que ya creían los Cristianos respecto a la Virgen María verdadera madre de Dios o portadora de Dios (Theotokos)

Los Padres de la Iglesia Primitiva no tenían ningún problema al referirse a María como la Madre de Dios. Ellos lo veían como una consecuencia natural de la Encarnación.

San Ireneo de Lyon (189 dC)

"La Virgen María ya desposada: así como aquélla [Eva] fue seducida por la palabra del ángel para que huyese de Dios prevaricando de su palabra, así ésta [María] por la palabra del ángel fue evangelizada para que PORTASE A DIOS por la obediencia a su palabra " ( Contra las Herejías 5: 19: 1 )

San Hipólito de Roma (217 dC)

"Así, también, predicaron acerca del advenimiento de Dios en la carne al mundo, su advenimiento por la impecable y PORTADORA DE DIOS (Theotokos) María en el camino del nacimiento y el crecimiento "(Discurso sobre el Fin del Mundo, 1).

Gregório de Taumaturgo (262 dC)

" Para Lucas , los relatos de los evangelios inspirados, que ofrece un testimonio no sólo a José, sino también a MARÍA LA MADRE DE DIOS, y le da esta cuenta con referencia a su propia familia y la casa de David " (Homilía 1).

"Es nuestro deber de presentar a Dios como sacrificio, todas las fiestas y celebraciones de himnos, y en primer lugar, [la Parte] de la ANUNCIACIÓN A LA SANTA MADRE DE DIOS, es decir, el saludo que le dio el ángel, 'Ave , llena de gracia! "(Homilía 2).

Pedro de Alejandría (305 dC)

"Llegaron a la Iglesia de la SANTA MADRE DE DIOS Y SIEMPRE VIRGEN MARÍA, que, como empezó, que había construido en el barrio occidental, en un barrio, un cementerio de los mártires. "( Los Hechos genuina Pedro de Alejandría ).

Concilio de Éfeso (431 dC)

Finalmente en el concilio de Éfeso, esta enseñanza es dogmatizada:

"Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... DE ESTA MANERA [LOS SANTOS PADRES] NO TUVIERON INCONVENIENTE EN LLAMAR MADRE DE DIOS A LA SANTA VIRGEN." (De la Carta II de San Cirilo Alejandrino a Nestorio, leída y aprobada en la sesión I).

CONCLUSIÓN

Quienes negaban que María era madre de Dios, en las épocas primitivas, eran los mismos herejes que negaban la divinidad de Cristo. Semejante y al mismo tiempo contradictoriamente, los mismos protestantes que hoy dicen creer en la divinidad de Cristo, niegan la maternidad divina de María.

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