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¿Qué es el Evangelio de la Prosperidad y por qué es una herejía?


El Evangelio de la Prosperidad es algo que ha ganado mucha atención en los últimos años, y vale la pena entender bien de qué se trata y por qué va en contra de la enseñanza católica.

Para empezar, el Evangelio de la Prosperidad es una doctrina que se ha popularizado principalmente en algunas iglesias cristianas no católicas, especialmente en las denominaciones evangélicas y pentecostales. La esencia de esta enseñanza es que Dios quiere que todos sus fieles sean ricos, sanos y exitosos. Según esta doctrina, la fe, la confesión positiva y las donaciones financieras a la iglesia pueden asegurar a los creyentes bendiciones materiales y bienestar físico. En otras palabras, si tienes suficiente fe y eres generoso con tu dinero, Dios te recompensará con prosperidad y salud.

Pero, ¿qué tiene de malo esto? A primera vista, puede parecer una enseñanza muy atractiva. ¿Quién no quiere ser próspero y saludable? Sin embargo, hay varios problemas graves con esta doctrina desde una perspectiva católica. Vamos a desglosarlo en unos puntos clave.

La Centralidad de la Cruz

El primer y más importante punto es que el Evangelio de la Prosperidad minimiza o ignora el sufrimiento y la cruz, que son centrales en la vida cristiana. Jesús mismo nos enseñó que debemos tomar nuestra cruz y seguirlo (Mateo 16,24). La vida cristiana no se trata de evitar el sufrimiento a toda costa, sino de encontrar a Dios en medio de nuestras dificultades y aprender a confiar en Él incluso en los momentos más oscuros.

La teología católica siempre ha puesto un fuerte énfasis en la redención a través del sufrimiento. San Pablo nos recuerda en su carta a los Romanos que "nos gloriamos también en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza" (Romanos 5,3-4). El Evangelio de la Prosperidad, al centrarse tanto en el éxito material, pierde esta dimensión esencial de la fe cristiana.

La Voluntad de Dios y la Providencia

Otro problema con el Evangelio de la Prosperidad es que sugiere que podemos manipular la voluntad de Dios con nuestra fe y nuestras acciones. Si simplemente creemos lo suficiente y damos suficiente dinero, Dios nos dará lo que queremos. Sin embargo, esto no es coherente con la enseñanza católica sobre la providencia divina.

En la oración del Padre Nuestro, Jesús nos enseñó a decir: "Hágase tu voluntad" (Mateo 6,10). Esto significa que debemos confiar en que Dios sabe lo que es mejor para nosotros, incluso si eso no incluye riqueza o salud perfecta. A veces, Dios permite que enfrentemos dificultades porque tiene un propósito más grande para nosotros. Santa Teresa de Ávila, una gran mística y doctora de la Iglesia, dijo una vez: "La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta: sólo Dios basta". Esto nos recuerda que nuestra felicidad y nuestro propósito no se encuentran en las cosas materiales, sino en Dios mismo.

El Peligro del Materialismo

El Evangelio de la Prosperidad también corre el riesgo de promover el materialismo, que es la creencia de que la posesión de bienes materiales es el principal objetivo de la vida. Jesús nos advirtió sobre esto en varias ocasiones. En el Evangelio de Mateo, nos dice: "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino hacéos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Mateo 6,19-21).

La verdadera riqueza, según Jesús, no se encuentra en las posesiones materiales, sino en nuestra relación con Dios y en vivir una vida de amor y servicio a los demás. La Madre Teresa de Calcuta es un excelente ejemplo de esto. Ella vivió en la pobreza, sirviendo a los más pobres entre los pobres, y encontró una alegría y paz profunda en su servicio y en su relación con Dios.

La Caridad y el Amor al Prójimo

El Evangelio de la Prosperidad también puede llevar a una visión distorsionada de la caridad y el amor al prójimo. Si creemos que la prosperidad material es una señal del favor de Dios, podemos comenzar a juzgar a los demás por su falta de éxito material. Sin embargo, Jesús nos enseñó a amar y servir a todos, especialmente a los pobres y necesitados, sin juzgarlos.

En la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37), Jesús nos muestra que el verdadero amor al prójimo no se basa en el estatus económico, sino en la compasión y el servicio desinteresado. San Juan en su primera carta nos dice: "Pero si alguno tiene bienes de este mundo y ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede estar el amor de Dios en él?" (1 Juan 3,17). La verdadera caridad implica compartir nuestras bendiciones con los demás, no acumular riquezas para nosotros mismos.

El Testimonio de los Santos

A lo largo de la historia de la Iglesia, los santos han sido modelos de vida cristiana, y muchos de ellos han vivido en la pobreza y el sufrimiento, encontrando su alegría y su propósito en Dios. San Francisco de Asís renunció a una vida de riqueza para vivir en pobreza y servir a los pobres. Santa Teresa de Lisieux, aunque vivió una vida corta y con muchas enfermedades, encontró un profundo sentido en su relación con Dios y en su amor por los demás.

Estos ejemplos de santidad nos muestran que la verdadera prosperidad no se mide en términos de riqueza material, sino en términos de nuestra cercanía a Dios y nuestro amor y servicio a los demás. La vida de los santos es un testimonio poderoso de que la verdadera alegría y paz se encuentran en Dios, no en las cosas materiales.

Conclusión

En resumen, el Evangelio de la Prosperidad es una herejía porque distorsiona la verdadera enseñanza cristiana sobre la cruz, la providencia de Dios, el peligro del materialismo y la verdadera naturaleza de la caridad y el amor al prójimo. Nos aleja del corazón del Evangelio y nos distrae con promesas vacías de riqueza y éxito material.

Como católicos, estamos llamados a seguir a Jesús, a tomar nuestra cruz y a encontrar nuestra alegría y propósito en Dios. Esto no significa que no podamos pedir a Dios por nuestras necesidades o que no podamos prosperar materialmente, pero siempre debemos recordar que nuestra verdadera felicidad y nuestro verdadero tesoro se encuentran en nuestra relación con Dios y en vivir una vida de amor y servicio a los demás.

Espero que esta conversación te haya ayudado a entender mejor por qué el Evangelio de la Prosperidad es problemático y cómo podemos vivir una fe auténtica y centrada en Cristo. Si tienes más preguntas o quieres seguir platicando, siempre estoy aquí para ti. ¡Que Dios te bendiga!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

El Cardenal Sarah arremete contra bendiciones a parejas gay, las califica de "herejía que socava gravemente a la Iglesia"


El cardenal Robert Sarah, reconocido líder de la Iglesia Católica, ha compartido con Settimo Cielo una profunda reflexión sobre el tema de las bendiciones a parejas del mismo sexo, a las cuales considera un "escándalo para los pequeños" y causa de confusión y división en la Iglesia. Todo esto ha sido provocado, a decir de Sarah, por la reciente publicación de "Fiducia supplicans" por parte del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, un documento que ha generado controversia y divisiones dentro de la comunidad católica, tanto entre laicos como en el mismo clero, con obispos a favor y en contra.

En su mensaje de apoyo a las Conferencias Episcopales de Chad, Camerún y Nigeria, que se oponen a la declaración vaticana, el cardenal Sarah destaca que su postura no implica oposición al Papa. Es crucial comprender este matiz, pide Sarah, para evitar malentendidos y promover la unidad dentro de la Iglesia.

En un mensaje de Navidad compartido en la Epifanía del Señor, el cardenal Sarah resalta la importancia de la verdad como la primera forma de misericordia que Jesús ofrece al pecador. Advierte sobre los riesgos de buscar la paz mundial y la popularidad a expensas de la mentira, la ambigüedad y el silencio cómplice. 

El purpurado aborda directamente el tema de las bendiciones de las uniones homosexuales, refutando las afirmaciones de que la Iglesia Católica promueve dichas bendiciones. Con firmeza, declara: "Algunos medios afirman que la Iglesia católica fomenta la bendición de las uniones entre personas del mismo sexo. Mienten. Hacen el trabajo del divisor." Critica a algunos obispos que, yendo en contra de la enseñanza tradicional de la Iglesia, pretenden bendecir uniones homosexuales como si fueran legítimas y condujeran a la santidad y felicidad humana. El cardenal Sarah advierte sobre los peligros de tales acciones, citando las severas palabras de Jesús contra aquellos que escandalizan a los pequeños.

«Algunos medios afirman que la Iglesia católica fomenta la bendición de las uniones entre personas del mismo sexo. Mienten. Hacen el trabajo del divisor. Algunos obispos van en la misma dirección, siembran dudas y escándalo en las almas de fe al pretender bendecir las uniones homosexuales como si fueran legítimas, conforme a la naturaleza creada por Dios, como si pudieran conducir a la santidad y a la felicidad humana. Sólo engendran errores, escándalos, dudas y decepciones. Estos Obispos ignoran u olvidan la severa advertencia de Jesús contra quienes escandalizan a los pequeños: "Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar" (Mt 18,6).

Una aclaración reciente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, publicada con la aprobación del Papa Francisco, no logró corregir estos errores ni dar la verdad. Además, por su falta de claridad, no ha hecho más que amplificar la confusión que reina en los corazones y algunos incluso se han valido de ella para apoyar su intento de manipulación»., afirma el Cardenal.

El cardenal muestra su desacuerdo con la reciente declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, respaldada por el Papa Francisco, argumentando que no ha corregido los errores ni ha proporcionado la verdad necesaria. Además, critica la falta de claridad en el documento, señalando que ha contribuido a la confusión en lugar de disiparla. Sarah destaca cómo algunos han utilizado esta ambigüedad para respaldar sus propias interpretaciones, lo que agrava aún más la situación.

«La Declaración "Fiducia supplicans" escribe que la bendición está destinada, en cambio, a las personas que "piden que todo lo que es verdadero, bueno y humanamente valioso en su vida y en sus relaciones sea investido, sanado y elevado por la presencia del Espíritu Santo" ( n.31). Pero ¿qué es bueno, verdadero y humanamente válido en una relación homosexual, definida por las Sagradas Escrituras y la Tradición como una depravación grave e "intrínsecamente desordenada"? ¿Cómo puede tal escrito corresponder al Libro de la Sabiduría que dice: "los razonamientos retorcidos apartan de Dios, y su poder, puesto a prueba, recrimina a los insensatos. La sabiduría no penetra en un alma maliciosa, ni habita en un cuerpo dominado por el pecado. El Espíritu santo, maestro, rehúye del engaño" (Sab 1,3-5). Lo único que se puede pedir a las personas que están en una relación antinatural es que se conviertan y se conformen a la Palabra de Dios», sentencia el purpurado africano.

Al recordar las enseñanzas de la Biblia y el Catecismo sobre las relaciones homosexuales, el cardenal advierte contra cualquier acción pastoral que ignore la verdad objetiva. Destaca la importancia de la objetividad de la verdad, sin descuidar la atención a la intención subjetiva de las personas. Esta perspectiva equilibrada busca ofrecer misericordia en la verdad, sin comprometer los principios fundamentales de la fe católica.

El cardenal Sarah cuestiona la lógica detrás de la Declaración "Fiducia supplicans", señalando la contradicción inherente en bendecir lo que las Sagradas Escrituras y la Tradición consideran como una depravación grave e "intrínsecamente desordenada". Citando el Libro de la Sabiduría, argumenta que tal enfoque no puede corresponder a la sabiduría divina y la verdad revelada. En lugar de legitimar relaciones antinaturales, Sarah insta a aquellos involucrados a convertirse y conformarse a la Palabra de Dios.

En un gesto de solidaridad, el cardenal muestra su apoyo a los obispos africanos que se oponen a "Fiducia supplicans". Agradece a las Conferencias Episcopales de Camerún, Chad y Nigeria por su firme oposición a la declaración, instando a otras conferencias y obispos a seguir su ejemplo. Aclara que esta oposición no va dirigida contra el Papa Francisco, sino contra lo que percibe como una herejía que socava gravemente la Iglesia al ser contraria a la fe y la Tradición católicas.

«Debo agradecer a las Conferencias Episcopales que ya han hecho esta obra de verdad, en particular a las de Camerún, Chad, Nigeria, etc., cuyas decisiones y firme oposición a la Declaración “Fiducia supplicans” comparto y apoyo. Debemos alentar a otras Conferencias Episcopales nacionales o regionales y a cada obispo a hacer lo mismo. Al hacerlo, no nos oponemos al Papa Francisco, pero nos oponemos firme y radicalmente a una herejía que socava gravemente a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, porque es contraria a la fe y la Tradición católicas», ha asegurado el cardenal Robert Sarah.

Sarah también advierte sobre posibles manipulaciones en la próxima sesión del Sínodo sobre la sinodalidad. Destaca el papel crucial de la Iglesia en África, describiéndola como la voz de los pobres, sencillos y pequeños. Reconoce la responsabilidad de la Iglesia africana de proclamar la Palabra de Dios a los cristianos occidentales, recordándoles la "necedad de Dios" que supera la sabiduría humana. Alerta sobre la posibilidad de que las advertencias de los obispos africanos sean ignoradas durante el Sínodo, instando a estar atentos a posibles manipulaciones y proyectos que podrían surgir.

Enfatizando su posición, el cardenal desmonta la idea de mal uso de las bendiciones, aclarando que la oración de la Iglesia no se niega a nadie, pero nunca debe abusarse para legitimar el pecado. Subraya la necesidad de un corazón contrito y arrepentido para recibir la bendición, advirtiendo sobre las consecuencias para aquellos que rechazan la conversión y persisten en el pecado.

¿En pleno siglo XXI, con el respeto a todas las formas de pensar, se puede seguir hablando de "herejías" y "herejes"?


Como sacerdote católico, es mi deber abordar esta cuestión con respeto y claridad, tomando en cuenta tanto la Sagrada Escritura como el Catecismo de la Iglesia Católica. La noción de herejía y herejes es un tema que ha sido debatido y analizado a lo largo de la historia de la Iglesia, y su relevancia en el siglo XXI merece una consideración cuidadosa.

La palabra "herejía" proviene del término griego "haíresis", que significa "elección" o "escuela de pensamiento". En el contexto cristiano, la herejía se refiere a la adhesión consciente y obstinada a una enseñanza contraria a la fe y la doctrina establecida por la Iglesia. Es importante destacar que el concepto de herejía no se limita a la Iglesia católica, sino que ha existido en otras tradiciones religiosas.

La Biblia nos proporciona ejemplos claros de la realidad de la herejía y la necesidad de abordarla. Por ejemplo, en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo advierte a los cristianos acerca de falsas enseñanzas y exhorta a los creyentes a mantenerse fieles a la doctrina recibida. En el libro de Gálatas 1,8, él dice: "Pero aun si nosotros o un ángel del cielo os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema". Aquí, Pablo muestra la gravedad de las enseñanzas erróneas y la necesidad de proteger la integridad de la fe.

El Catecismo de la Iglesia Católica también aborda el tema de la herejía en los números 2089 y siguientes. Reconoce que la herejía es una desviación de la verdad revelada y que puede afectar tanto a personas individuales como a comunidades enteras. Sin embargo, el Catecismo enfatiza que el juicio sobre la culpabilidad personal debe ser realizado por Dios, ya que solo Él conoce plenamente los corazones y las intenciones de las personas. Por lo tanto, aunque la Iglesia puede identificar y condenar enseñanzas que son contrarias a la fe, es Dios quien juzga en última instancia.

En cuanto a la relevancia de este tema en el siglo XXI, es importante reconocer que vivimos en una época de pluralismo religioso y de diversidad de pensamiento. En este contexto, es fundamental promover el diálogo respetuoso y constructivo entre diferentes perspectivas, y buscar la unidad en lo que sea posible. La Iglesia Católica ha fomentado este enfoque a través del diálogo ecuménico e interreligioso, reconociendo la importancia de respetar la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a buscar la verdad.


Sin embargo, esto no significa que la Iglesia deba renunciar a sus enseñanzas y su responsabilidad de salvaguardar la integridad de la fe católica. La Iglesia tiene el deber de enseñar y corregir cuando se presentan enseñanzas que contradicen la fe católica. Esto se debe a que la Iglesia considera que tiene la responsabilidad de guiar a los fieles hacia la verdad y protegerlos de enseñanzas erróneas que puedan desviarlos del camino de la salvación.

La Iglesia no busca condenar a las personas que se adhieren a enseñanzas erróneas como herejes, sino que busca llamarlos a la reconciliación y a un encuentro con la verdad plena revelada en Jesucristo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que la Iglesia debe estar siempre dispuesta a acoger a aquellos que se han alejado y a invitarlos a regresar a la comunión plena con la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 817).

En el siglo XXI, con un mayor respeto por la diversidad de pensamiento y religión, es esencial que la Iglesia se acerque a las personas de diferentes creencias con humildad, comprensión y respeto. El diálogo interreligioso y ecuménico es una forma importante de abordar las diferencias doctrinales y promover un mayor entendimiento mutuo.

En este sentido, la Iglesia ha enfatizado la necesidad de un diálogo respetuoso y constructivo con personas de otras religiones y con aquellos que tienen perspectivas diferentes dentro de la propia fe católica. Este enfoque busca encontrar puntos de encuentro, promover la paz y la justicia, y construir puentes de unidad en medio de la diversidad.

Sin embargo, en el contexto de la fe católica, la herejía sigue siendo una realidad que la Iglesia debe abordar. Esto no implica una actitud de intolerancia o de desprecio hacia los demás, sino una preocupación por salvaguardar la integridad de la fe y ayudar a las personas a crecer en el conocimiento y la práctica de la verdad revelada.

Es importante destacar que la forma en que la Iglesia aborda las cuestiones de herejía y herejes ha evolucionado con el tiempo. En el pasado, se han dado casos en los que la herejía se ha enfrentado con medidas más severas, incluyendo la excomunión y la persecución. Sin embargo, en la actualidad, la Iglesia se esfuerza por utilizar medios más pastorales y dialogantes para abordar las diferencias doctrinales.

El Papa Francisco ha destacado repetidamente la importancia del diálogo y la misericordia en la relación de la Iglesia con aquellos que se desvían de la enseñanza católica. Ha instado a la Iglesia a ser una "casa de puertas abiertas" y a buscar el encuentro y la comprensión mutua, incluso con aquellos que tienen diferencias doctrinales.

En conclusión, aunque vivimos en un mundo con diversidad de pensamiento y respeto a todas las formas de pensar, la noción de herejía y herejes todavía tiene relevancia en el siglo XXI en el contexto de la fe católica. La Iglesia tiene la responsabilidad de proteger la integridad de la fe.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Acalorado debate entre dos obispos en torno a la doctrina: verdad vs herejía


La última confrontación, a través de artículos de prensa, entre el obispo de Springfield (Illinois) y el de San Diego (California) ha vuelto a poner de manifiesto las líneas de fractura que atraviesan el episcopado estadounidense en varios puntos de la doctrina y la moral católicas.

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"Desafortunadamente, hoy en día no es raro escuchar a miembros de la jerarquía católica afirmar opiniones poco ortodoxas que, no hace mucho tiempo, habrían sido sostenidas solo por herejes". El obispo de Springfield no se anda con rodeos.

En una columna de opinión publicada el 28 de febrero de 2023 en el sitio web de First Things -una publicación mensual católica conservadora en Estados Unidos-, monseñor Thomas Paprocki no dudó en atacar, sin nombrarlo directamente, a uno de sus colegas, el cardenal Robert McElroy, obispo de San Diego.

Este último publicó una columna el pasado mes de enero en la revista progresista America Magazine, en la que defendía abiertamente los clichés más heterodoxos: el acceso de los "divorciados vueltos a casar" y de las parejas homosexuales a la comunión sacramental, el lugar de la mujer en la jerarquía eclesiástica, etc.

En una entrevista concedida el 1 de marzo de 2023 a Catholic News Agency, monseñor Paprocki aclaró que no se dirigía a nadie en particular en el artículo publicado por First Things: "Intencionalmente no mencioné ningún nombre porque no quiero que nos centremos en ninguna persona en particular, sino en los puntos de la doctrina católica que se niegan", declaró.

Una diplomacia lingüistica que no despista a nadie, porque el obispo de Springfield retoma uno a uno, para derribarlos, los argumentos desarrollados por el cardenal McElroy: "¿No es contrario a la fe católica y, por tanto, herético decir que los pecados sexuales no son materia grave?

"¿No es contrario a la fe católica y, por lo tanto, herético decir que se puede recibir la Sagrada Comunión a pesar de haber cometido un pecado grave sin arrepentimiento? Si es así, ¿cuáles son las implicaciones canónicas de tales herejías? Es por eso que mi artículo se titula "Imagínemos un cardenal hereje" y no "Yo acuso a un cardenal hereje".

No podemos dejar de alegrarnos al ver la cordura y lucidez del obispo de Springfield. El mismo prelado también se distinguió unos días antes por criticar la ambigüedad del último rescripto romano que restringe la Misa tradicional y condena a los fieles adheridos a la Misa de siempre: "Son personas muy dóciles a las enseñanzas del Iglesia, muy deseosas de ponerlas en práctica; son católicos muy fieles", subrayó.

El cardenal McElroy, por su parte, respondió a su oponente, sin nombrarlo tampoco, con ayuda de citas de los papas Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II sacadas de contexto, apoyándose dialécticamente en la distinción entre dimensión doctrinal y actitud pastoral, asemejando esta última en su discurso a una forma de permisividad generalizada.

Este enfrentamiento entre los dos prelados ha vuelto a poner de manifiesto las líneas de fractura que atraviesan el episcopado estadounidense. Líneas que el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, elegido el 15 de noviembre de 2022, el conservador Timothy Broglio, pretende reabsorber sin ceder a las sirenas del progresismo.

La cuadratura del círculo, dirán algunos, pero "misión imposible" a veces rima con "historia de éxito" en Estados Unidos...

La herejía del gnosticismo: la rebelión del hombre contra Dios

 


«El gnosticismo no es más que la rebelión del hombre contra Dios»

María Coca asegura en una entrevista a Javier Navascués que en el gnosticismo están las bases de una profunda rebeldía contra Dios y la Iglesia Católica, de cuyo veneno se nutrirán el resto de herejías y revoluciones que vendrían después.

 Oana María Coca es filóloga y doctoranda en Historia. Está convencida de que en el gnosticismo están las bases de una profunda rebeldía contra Dios y la Iglesia Católica, de cuyo veneno se nutrirán el resto de herejías y revoluciones que vendrían después. Comprender en profundidad lo que es el gnosticismo y su malicia nos ayuda a entender gran parte de las ideologías de la historia, que están en las antípodas de la recta moral católica y que quieren socavar los mismos cimientos del la cristiandad.

¿En qué consiste la herejía del gnosticismo?

Diríase que no es más que la rebelión del hombre contra Dios, ya que tiene como finalidad última la desvinculación de la criatura de su Creador.

El nombre, cuya raíz etimológica procede del griego “gnosis” (conocimiento), se debe a que sus miembros se quieren salvar a través de un conocimiento oculto al que llegarían gradualmente, puesto que se consideran autosuficientes. De esta manera, el hombre se supera a sí mismo hasta el punto de no necesitar más al Salvador.

Ya a finales del siglo XIX, el historiador Marcelino Menéndez Pelayo la consideraba la herejía más peligrosa de todas puesto que se basa en “el orgullo desenfrenado” del hombre. Y es, precisamente, esa arrogancia ilimitada la que constituye el eje central de sus doctrinas.

Así se explica su anhelo de librarse tanto de la Verdad (de Cristo) como del mundo que la rodea. Y, en este sentido, “la virtud de la gnosis” les ayudará a “librarse del mundo malo” en el que viven y actuar según “sus propios deseos” llegando a formar parte de una “élite” y, por lo tanto, estar por encima del bien y del mal. Pero no se detuvo aquí su doctrina, antes decidió atacar la Santa Escritura. Aparte de negar el Antiguo Testamento en su conjunto, interpretan libremente el Evangelio y quieren pensar que Jesucristo ha revelado “una historia secreta”, diferente de la verdadera, a unos pocos hombres que el Salvador había “iniciado” en el ocultismo. Sin embargo, el Señor, anticipando la aparición de dicha herejía, afirma:“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mateo 11, 25-30). Coexisten en este versículo dos mensajes claros: Dios se hace hombre en medio de los humildes y sencillos, que son los que le seguirán, mientras que la clase dirigente judía junto a sus sumos sacerdotes rechazan tanto al Señor como el Evangelio. Por lo tanto, el orgullo elitista de los gnósticos contraviene las enseñanzas de Cristo.

¿Cuáles son los antecedentes de esta perversa doctrina?

Este pensamiento esotérico tiene como precedentes la mitología antigua de Irán, India, Egipto o el platonismo. Añádanse también como origen de dicha secta las prácticas de adivinación y magia de Simón el Mago, mencionadas por las Actas de los Apóstoles. Considerado uno de los primeros caudillos de la secta gnóstica, quiso pagar con dinero el don que Dios había regalado a San Pedro. Y es, precisamente, a raíz de este episodio que nace la palabra “simonía” que consiste en la intención de negociar con cosas divinas.

Entre sus orígenes un lugar privilegiado lo ocupa la Cábala, que es judía. Sus miembros creen en un rey de la luz llamado En-Soph, es decir el Ser Supremo. Durante la Revolución Francesa, los republicanos van a profanar las iglesias y las catedrales para dar culto a este dios traducido en francés por L’Être Suprême, hijo de la Diosa Razón, celebrado el 8 de junio de 1793 y al cual le dedican el siguiente himno:

“¡O, Dios del pensamiento/Ya no necesitas altares, curas o incienso…/Tus legisladores han destronado a los reyes …/O, Nación, por fin libre de tus sacerdotes/Quiso que tuvieras un Dios que santifique tus derechos” (haciendo así referencia a los Derechos Humanos) (Le Moniteur, tome XX, p.523, 1793.)

 ¿Dónde radica la malicia más profunda del gnosticismo?

El pensamiento gnóstico hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, más precisamente, en el pecado original de la arrogancia que conduce a Lucifer a tomar la decisión de rebelarse contra Dios: “Yo seré semejante al Altísimo” (Isaías, 14:13-14). De esta manera, la obediencia de toda criatura hacia su Creador se ve reemplazada por la rebelión contra el poder constituido por Dios. Este episodio bíblico tiene un mensaje claro: el Príncipe de las Tinieblas proclama el derecho de insurrección contra la potestad divina, desvinculando la creatura de su Creador. Por esta misma razón lleva el nombre dediablo que etimológicamente significa el que desune, el que separa.

Esta rebeldía cuyo objetivo consiste en librarse de Dios para poder ser Dios pone las bases del principio de libertad entendido como autonomía del poder constituido. Y en nombre de dicha libertad, el hombre va querer ocupar el lugar de Dios, proceso entendido como DEIFICACIÓN DEL HOMBRE, y declarar la guerra a todo que tiene origen en Dios (la fe, lo espiritual, el altar y el trono). Así se explica el principio generador de la Revolución Francesa que acaba con catorce siglos de Cristiandad (siglo IV-XVIII) o el protestantismo que impone monarquías de origen pagano. Aún más, la Revolución Francesa, madre de todas las demás insurrecciones llamadas liberales, impone dicha libertad, entendida como liberación de toda potestad civil y espiritual establecida por Cristo, y pronto la transforma en dictadura a nivel europeo, puesto que el clero francés, español o los campesinos vandeanos no han elegido libremente dicha autonomía, más bien les ha sido impuesta a través del genocidio, inter alia.

Este es el mensaje del himno antes mencionado que los republicanos dedican al Dios del Pensamiento y de la Libertad, L’Être Suprême. Dice un historiador francés que no hay peor déspota que él que lleva la máscara de la libertad y es así como los regímenes comunistas, liberales o socialistas impuestos pronto se vuelven dictaduras del HOMBRE.

¿Por qué es según usted la raíz de todas las herejías que vendrían después?

Porque tienen como objetivo la DEIFICACIÓN DEL HOMBRE y querrán poner al HOMBRE en el altar del Señor de la misma manera que lo hizo el gnosticismo. Más precisamente, a partir de dicho dogma, la Verdad (Cristo) empezará a ser negada y por tanto perseguida.

Es la herejía más peligrosa de todas puesto que nunca ha desaparecido del panorama histórico de la humanidad, sino más bien se ha ido afianzando a través de su vigor camaleónico. Por lo tanto, a nivel dogmático, el gnosticismo, basado en esa idea de DEIFICACIÓN DEL HOMBRE, toma en la Edad Media la forma de nominalismo que separa la fe de la razón, el cuerpo del espíritu o lo material de lo espiritual, armonía que los Padres de la Iglesia y la escolástica habían logrado cimentar a lo largo de los siglos. William of Ockam, uno de sus fundadores, guarda solamente lo material, lo carnal y declara la guerra a la potestad divina a través del rechazo a la Iglesia, queriendo obtener, de esta manera, la dichosa libertad o liberación de todo lo espiritual. Su pensamiento es el generador de la Ilustración y, por ende, del laicismo, base ideológica del sistema político actual.

Más tarde, en el Renacimiento, el gnosticismo y nominalismo toman la forma del protestantismo que consiste en la misma negación de la Verdad y la instauración del Reino del Hombre. Lutero, su fundador, sube en el altar de Dios y decide salvarse, esta vez a través de la fe sola (sola fide), rechazando los instrumentos de salvación de Cristo. Aún más, al igual que el demonio bíblico, proclama la libertad de pensamiento y el derecho de insurrección, esta vez, contra el altar y el trono. Hundiendo sus raíces en el Fundador del Mal, su libertad de pensamiento es una contradicción en sí misma puesto que la impone a través de la Inquisición protestante, anglicana, calvinista, etc., (es el nombre de las distintas sectas que se originaron en el protestantismo).

Asimismo, es precisamente el luteranismo el primer dogma de la Época Moderna, que abre la puerta a la dictadura del libre pensamiento de hoy conocido como PENSAMIENTO ÚNICO.

¿Qué entendemos por pensamiento único?

Es conocido bajo el nombre de único puesto que si las personas, a las cuales se les ha impuesto a lo largo de los siglos, no razonan según la libertad de pensamiento de los ideólogos que las gobiernan, van a sufrir el martirio como en tiempos de la Inquisición Protestante o de todas las Revoluciones empezando por la francesa. Aparte de esto, Lutero proclama el derecho de rebelión contra el Rey y el Papa y todos los príncipes y reyes que le seguirán llegarán a ser, a la vez, tanto jefes de estado como cabecillas de sus iglesias. Ya en el siglo XX, el Santo Padre Pío X considera el protestantismo la herejía más peligrosa porque engloba todas las demás herejías anteriores y posteriores a él, refiriéndose a la Ilustración o Iluminismo. Ésta última es el apogeo del gnosticismo, puesto que irrumpe con una fuerza aterradora, imponiéndose a partir del siglo XVIII hasta hoy como PENSAMIENTO ÚNICO. Al igual que los gnósticos, que piensan que se salvan a través de la gnosis o los protestantes a través de la fe sola (sola fide), de la misma manera, los ilustrados franceses, que se autoproclaman LES PHILOSOPHES, piensan que la razón sola existe, tomando como hijo de la Diosa Razón al Ser Supremo de la Cábala,L’ÊTRE SUPRÊME. Además, la Ilustración, que hunde sus raíces en el gnosticismo y por lo tanto en la arrogancia humana es el puente que separa definitivamente el hombre siervo de Dios del hombre hecho Dios, la religión católica de la religión del hombre. Si bien empieza como movimiento filosófico, pronto se vuelve ideológico, puesto que proclama desde el principio su odio contra todo orden religioso y social existente.

A nivel político, el gnosticismo toma la forma de revolución religiosa en el caso de Lutero o de Revolución Francesa, madre de todas las demás revoluciones llamadas liberales. Diría un historiador francés que la Revolución es la apoteosis del hombre. Para poder subir en el altar del Señor, el HOMBRE tiene que descristianizar Europa y fundar sobre sus ruinas, SU SOBERANÍA. El objetivo de los revolucionarios franceses es bastante claro desde un principio. Los documentos republicanos de finales del siglo XVIII, en ningún momento intentan esconder su odio hacia Cristo y hacia la religión católica.

Por ende, el presidente de la Asamblea Nacional, Vernier, expone públicamente el objetivo de los revolucionarios: “La Revolución es el combate de la Razón contra los prejuicios (la fe católica), del entusiasmo sagrado de la libertad contra el fanatismo y la superstición (la religión católica): ésta es la Revolución que vamos a jurar en adelante” (Discourso de Vernier, presidente del Consejo de los Quinientos, la Cámara Baja de la Asamblea, Le Moniteur, capítulo XXIX, P. 539). Aún más, al igual que Simón el Mago, uno de los primeros caudillos del gnosticismo, se autoproclama El Omnipotente y Ego Omnia Dei. De la misma manera, la Revolución se autoproclama DIOSA DE LAS MASAS tal como lo expone un diputado francés con ocasión de la fiesta que rinde culto a la SOBERANÍA DEL PUEBLO (FÊTE DE LA SOUVERAINETÉ DU PEUPLE): “El Pueblo es dios y ya no hay otro dios que ÉL… Para los pueblos libres y dignos de serlo, la ley es la divinidad y la obediencia es un culto” (Moniteur, 8 octobre 1791). La Revolución es así el arma del HOMBRE contra la Cristiandad. Empezada en Francia, la SOBERANÍA DEL HOMBRE va imponerse en toda Europa a través de las Revoluciones llamadas liberales en el Oeste de Europa o bolcheviques en el Este. Además, el HOMBRE hecho Dios se forja también su propia religión, conocida bajo el nombre de PENSAMIENTO ÚNICO basado en la negación de la VERDAD (CRISTO).

Si bien el pensamiento único, introducido por los dogmas antes mencionados, toma a lo largo de la historia la forma de rebelión contra su Creador (Lucifer), gnosis (gnosticismo), sola fide (protestantismo), razón o luz (ilustración), se podría afirmar que no es más que un instrumento en manos del orgullo del hombre que quiere imponerse como DIOS.

 ¿Cómo la Iglesia la condenó y la fue combatiendo a lo largo de los siglos?

Como hemos mencionado anteriormente, es la herejía más peligrosa a causa de su fuerza camaleónica deslizante, que la hace cambiar de disfraz con cada época. Por lo que podríamos decir que la condena de dicha doctrina recorre la historia de la Cristiandad.

Desde sus primeros gérmenes, sus principios ateos y sus genealogías interminables fueron refutadas por San Pablo en la Epístola hacia Timoteo y por el Evangelio de San Juan. Siglos más tarde, San Ireneo y San Agustín también la combaten. Bajo la máscara del nominalismo, la secta de los gnósticos fue refutada por el Concilio de Compiègne (1092), el de Soisson (1121), de Sens y de Paris. Más tarde, el Concilio de Trento impugna los aspectos ateos y liberales del protestantismo, mientras que la Ilustración, morada dogmática del ateísmo más atroz y base del laicismo actual, conoce un largo recorrido de condenas.

El Papa Pío VI condena la persecución legalizada de la primera República Francesa hacia la Cristiandad y sobre todo, el regicidio del rey mártir, Luis XVI, al igual que el genocidio de la Vendée: “La Convención Nacional ha decidido entregar el poder en manos del pueblo. Un pueblo que no se guía según la razón o la sabiduría. Un pueblo inconsistente y fácil de engañar. Un pueblo que encuentra infinito placer en la sangre humana, en matanzas, masacres y castigo de moribundos.” (Causa necis illatae Ludovico XVI). Años más tarde, en 1799, pierde su vida como prisionero de Napoleón en Valence-sur-Rhône y es presentado por los republicanos como “Papa Pío VI y último”.

Su sucesor, él Papa Pío VII, en su Carta Encíclica, Ecclesiam a Jesu Christo, del 19 de septiembre de 1821, condena la legalización de la DEIFICACIÓN DEL HOMBRE a través de la Declaración de los Derechos Humanos. Uno de los aspectos que más critica es el derecho de libertad religiosa que la Primera República Francesa hasta la actual lo justifica como una necesidad para las personas de vivir en armonía. Diríase que este fenómeno llamado “derecho” es una paradoja si tenemos que recordar que esa libertad de religión no era válida para el ejercicio de la religión católica, la única negada y perseguida en tiempos de Revolución Francesa, siendo el genocidio o la guillotina el brazo legalizado de dicha persecución. Ni menos condenadas por el Pontífice han sido las consecuencias de dicha libertad cuyo alcance ideológico encuentra inigualable entronque en el contexto actual, como por ejemplo, las misas negras o satánicas que tienen como objetivo profanar y ensuciar la Pasión del Señor o el menosprecio de los sacramentos.

Una vez desmantelado el trono de origen divino y la aristocracia (brazo armado de la Cristiandad), al orgullo del hombre, encarnado por la Ilustración, madre del laicismo actual, sólo le queda como obstáculo hacia su DEIFICACIÓN SUPREMA el altar. Y es en medio de tales tribulaciones para la religión católica, que el Papa de la Inmaculada Concepción, Pío IX, inaugura su pontificado con la Encíclica Quanta Cura y Syllabus de 1864. En ella condena el laicismo basado en la supremacía absoluta de la Diosa Razón en detrimento de la fe (recordamos el objetivo de la Revolución Francesa, mencionado por el Presidente de la Asamblea, Vernier, que consistía en la lucha de la razón contra la fe). Pero, para entender mejor las condenas de los Papas hacia el laicismo cabe explicar brevemente la esencia de dicho fenómeno. Los racionalistas de la Ilustración, al igual que el nominalismo o el humanismo renacentista, rompen la armonía entre la fe y la razón. Más precisamente, suprimen la fe entendida como la capacidad que Dios ha añadido a nuestra razón limitada o natural para entender las Verdades reveladas y se quedan sólo con la razón humana o inteligencia, que es limitada y que sólo entiende verdades acordes a su entendimiento. Dichas verdades humanas naturales forjadas por los dogmas heréticos a lo largo de los siglos y englobadas, de alguna manera, en el PENSAMIENTO ÚNICO actual se oponen a la VERDAD (Cristo). Y es así como se explica el ataque incesante a la religión católica y especialmente a la fe, puesto que, al suprimir la fe, suprimimos la VERDAD (que se nos revela a través de la fe). Además, el Sumo Pontífice recuerda que la Razón o el PENSAMIENTO ÚNICO tiene como intención suprimir la TRADICIÓN de la Iglesia, puesto que es ella la encargada de transmitir la VERDAD.

Estas condenas tienen no pocos puntos en común con las de León XIII, el Santo Padre Pío X o Pío XI y Pío XII. Todas ellas impugnan la ideología modernista, que se ha ido forjando a lo largo de los siglos y que hunde sus raíces en aquella arrogancia desenfrenada del Príncipe de las Tinieblas, que quiere ser DIOS.

¿Qué formas tiene el gnosticismo en la actualidad?

Quitándole la máscara del nominalismo, del protestantismo, de la Ilustración, de la ideología revolucionaria, del modernismo y, por lo tanto, del PENSAMIENTO ÚNICO, el gnosticismo diría:

Soy la proclamación del libre pensamiento, soy el derecho de insurrección contra el altar y el trono, soy la “virtuosa” guillotina que decapita todo aquel que lleve el nombre de aristócrata o religioso; yo soy la revolución liberal y bolchevique, por lo tanto soy el odio hacia todo orden que tenga su origen en Cristo; soy la proclamación de los derechos humanos contra los derechos divinos; soy la confiscación de la propiedad privada y el enriquecimiento de burgueses y sectas revolucionarias; soy la República que transforma un país de propietarios en una dictadura proletaria; yo soy los impuestos progresivos que el pueblo tiene la obligación de pagar a la Diosa República.

Por: Javier Navascués Pérez

¿Qué es una herejía?



¿QUÉ ES UNA HEREJÍA?

HOY QUE PARECIERA ESTAR DE MODA TACHAR DE HEREJES A LOS QUE NO PIENSAN EN TODO IGUAL A NOSOTROS

¿CUÁLES SON LAS PRINCIPALES HEREJÍAS?

Jesucristo funda la Iglesia sobre la roca que es Pedro y les confía a éste y a sus sucesores el ser guardianes y garantes de la comunión en una misma fe, confirmando en ella a sus hermanos. Esta comunión que conforma la unidad de la Iglesia se da sólo en la verdad de una única fe sostenida y comunicada por el testimonio de los Apóstoles y sus sucesores en todo lugar y por los siglos de los siglos. El término "herejía" viene del griego heresis (=elección) que en la Sagrada Escritura aparece con el sentido de grupo o facción, o también de división. En este sentido adquirió ya un carácter negativo y condenatorio en los primeros tiempos de la Iglesia. El Código de Derecho Canónico, que norma la vida de la comunidad católica, señala que «se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (Código de Derecho Canónico - CIC can. 751).

La herejía, por tanto, es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364), es decir, a la separación de los sacramentos de la Iglesia.

En la historia, ya desde el tiempo de los Apóstoles aparecieron las herejías como heridas a la unidad de la Iglesia, polarizando elementos de la doctrina cristiana y negando otros o sosteniendo visiones que pretendían unir sincréticamente la doctrina cristiana con otras religiones.

El Concilio Vaticano II nos dice que «en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes» (UR 3)

En el tiempo de las persecuciones y de los mártires surgieron también -tanto al interior de la Iglesia como provenientes de afuera- diversas herejías, y frente a ellas no faltaron tampoco los auténticos defensores de la ortodoxia de la fe y de la recta interpretación de las Sagradas Escrituras.

Esta situación se repitió también después de que en el año 313 el Edicto de Milán, promulgado por Constantino el Grande y Licinio Liciniano, diera fin a las persecuciones oficiales contra la Iglesia, y pudo ésta gozar de relativa libertad. En esta época aparecieron las "grandes herejías", llamadas así porque se extendieron a lo largo y ancho del imperio romano, que paulatinamente iba cristianizándose, y también por el número de los seguidores que se enrolaban en sus filas, sin excluir sacerdotes y obispos.

¿POR QUÉ SURGE UNA HEREJÍA?

La herejía surge de un juicio erróneo de la inteligencia. Si el juicio erróneo no se refiere a verdades de fe definidas como tales, sino a elementos de la misma sobre los que no hay reglamentación o pronunciación oficial, el error no se convierte en herejía.

No hay que confundir la herejía que ya definimos antes como «negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (CIC 751) con la apostasía que es «el rechazo total de la fe cristiana» (CIC 751), o con el cisma que es «el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos» (CIC751).

Ya en la Segunda Carta de Pedro se profetizaba con gran acierto acerca de la naturaleza y efectos de las herejías: «Habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas y que, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida destrucción» (2Pe 2,1).

LAS PRINCIPALES herejías

GNOSTICISMO

El gnosticismo ha sido siempre una grave amenaza para la Iglesia. Se impuso especialmente entre los siglos I y III, llegando a su máxima expansión en el siglo II.

El nombre, que viene del griego gnosis(conocimiento), se debe a que los miembros de este movimiento afirmaban la existencia de un tipo de conocimiento especial, superior al de los creyentes ordinarios y, en cierto sentido, superior a la misma fe. Este conocimiento supuestamente conducía por sí mismo a la salvación.

El gnosticismo cree en la posibilidad de ascender a una esfera oculta por medio de los conocimientos de verdades filosóficas o religiosas a las que sólo una minoría selecta puede acceder. Se trata de una mística secreta acerca de la salvación.

Los gnósticos erigieron sistemas de pensamiento en los que unían doctrinas judías o paganas con la revelación y los dogmas cristianos. Profesaban un dualismo en el que identificaban el mal con la materia, la carne o las pasiones, y el bien con una sustancia pneumática o espíritu.

DOCETISMO

Las primeras herejías negaron sobre todo la humanidad verdadera del Verbo encarnado. Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, «venido en la carne» (Ver: 1Jn 4, 2-3; 2Jn 7)

El docetismo del griego dokein (= parecer) reducía la encarnación del Verbo a una mera apariencia, un mero parecer humano de Cristo. Su cuerpo no sería un cuerpo real sino una apariencia de cuerpo. Ésta visión brota de una concepción pesimista de la carne y de todo el mundo material propia del gnosticismo, del cual proviene esta herejía.

En efecto, los gnósticos oponían el espíritu, al que consideraban como un principio bueno y puro, a la materia, a la que consideraban como su opuesto; en esta lógica, el proceso de redención del hombre consistía en una progresiva purificación de todo lo que fuera materia para hacerse espíritu puro. Así, el Verbo no se podía manchar para nada haciéndose carne o teniendo materia en su ser.

En el Evangelio del Apóstol San Juan aparece claramente la verdad de la encarnación negada por los docetas gnósticos: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (1Jn 1,13-14). De igual manera en las cartas de San Juan se denuncian y censuran con claridad estos errores: «Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo»(1Jn 4,2-3), «Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo» (2Jn 7).

MANDEÍSMO

Del arameo manda (= conocimiento), secta gnóstica, también llamada de los Nasareos, que se desarrolló en los siglos I y II en el moderno Jordán. Se basaban en escrituras antiguas, particularmente del tesoro de Ginza. Eran similares en sus creencias a los maniqueos y unían elementos de pensamiento cristiano con elementos gnósticos.

Los mandeos, dada su influencia gnóstica, creen que el alma humana se halla cautiva del cuerpo y del universo material y que sólo se puede salvar mediante el conocimiento revelado, una vida ética estricta y la observancia de ciertos ritos.

Creen también en la mediación de un redentor que vivió en la tierra triunfando sobre los demonios que mantenían el alma esclavizada al cuerpo; sólo este redentor podría ayudar en el ascenso del alma a través de los mundos y esferas celestes, hasta reunirse con el Dios supremo.

Su teoría sobre Cristo es prácticamente la misma que la de los gnósticos.

MANIQUEÍSMO

Secta religiosa fundada por un Persa llamado Mani (o Manes) (c. 215-276) en el siglo tercero y que se extendió a través del oriente llegando incluso al Imperio Romano.

La expansión del maniqueísmo en el oriente del Imperio Romano fue tan rápida y creciente, que Diocleciano condenó la creencia en el año 297.

Los maniqueos -a semejanza de los gnósticos y los mandeos- eran dualistas y creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el bien y el mal, que eran asociados a la luz (Ormuz) y a las tinieblas (Ahrimán) y posteriormente al Dios del Antiguo Testamento (mal) y del Nuevo Testamento (bien).

En los hombres, el Espíritu o luz estaría situado en el cerebro, pero cautivo por causa de la materia corporal; por lo tanto, era necesario practicar un estricto ascetismo para iniciar el proceso de liberación de la luz atrapada. Aquellos que se convertían "oyentes" aspiraban a reencarnarse como "elegidos", los cuales ya no necesitarían reencarnarse más.

Para ellos Jesús era el Hijo de Dios, pero que había venido a la tierra a salvar su propia alma. Jesús, Buda y otras muchas figuras religiosas habían sido enviadas a la humanidad para ayudarla en su liberación espiritual.

MONARQUÍANISMO (MODALISMO - ADOPCIONISMO)

A finales del siglo II, la herejía conocida propiamente como monarquianismo -nombre puesto por Tertuliano-, enseñó que en Dios no hay más que una persona. Según la forma de explicar la persona de Jesucristo, se dividieron en dos grupos o tendencias: monarquianismo modalista (Modalismo) y monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas).

El monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas). Sostiene que Cristo es tan sólo un hombre aunque nacido sobrenaturalmente de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Este hombre habría recibido en el bautismo un particular poder divino y la adopción como hijo de parte de Dios.

Los principales defensores de esta herejía fueron Teódoto el Curtidor, de Bizancio, que la transplantó a Roma hacia el año 190 y fue excomulgado por el Papa Víctor I (189-198); Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, a quien un Sínodo en Antioquía destituyó como hereje el año 268, y el obispo Fotino de Sirmio, depuesto el año 351 por el Sínodo de Sirmio.

Las ideas de esta herejía alcanzaron una mayor definición hacía el siglo VIII cuando fue condenada por el segundo Concilio de Nicea (787) y por el Concilio de Francfort (794).

El monarquianismo modalista (modalismo) afirma también una única Persona divina, pero que actúa según diferentes funciones o modos. Aplicado al principio a Jesucristo, sostuvo que el mismo y único Dios que era el Padre había sufrido la pasión y la cruz por nosotros, y recibió el nombre de patripasianismo. Más tarde se extendió también al Espíritu Santo, desarrollándose así la doctrina completa, que sostenía que las tres personas de la Trinidad no eran más que tres modos, máscaras o funciones por medio de las cuales actuaba la única Persona divina.

El patripasianismo fue defendido principalmente por Noeto de Esmirna, contra el cual escribió Hipólito; Práxeas, de Asia Menor, a quien combatió Tertuliano. Sabelio fue quien más tarde aplicó la misma doctrina errónea al Espíritu Santo, sosteniendo que en la creación el Dios unipersonal se revela como Padre, en la redención como Hijo, y en la obra de la santificación como Espíritu Santo. El Papa San Calixto (217-222) excomulgó a Sabelio. La herejía fue condenada de manera definitiva por el Papa San Dionisio (259-268).

EBIONISMO

Por influencia del mundo judío ingresaron también en la Iglesia algunos errores. A fines del siglo primero hubo algunos herejes judaizantes: los ebionitas, también llamados "nazarenos" a causa de su ideal de vida pobre, y que tomando como base un rígido monoteísmo unipersonal, negaron la divinidad de Cristo por ser incapaces de concebir una única sustancia divina en varias personas.

Los ebionitas se extendieron desde Persia hasta Siria. Utilizaban un evangelio especial, llamado "Evangelio de los hebreos", sobre cuya identidad precisa discuten en la actualidad los estudiosos. La herejía de los ebionitas afirmaba que Cristo no es Dios, sino un simple hombre; las corrientes más moderadas, en cambio, admitían también su origen divino.

Rechazaban las enseñanzas de San Pablo y lo consideraban un apóstata por haber traicionado el hebraísmo al haber colocado las enseñanzas de Cristo por encima de la ley mosaica. Muchos ebionitas asumieron errores provenientes del gnosticismo, entre ellos Cerinto.

Cerinto, probablemente un egipcio judío, sostuvo, asumiendo elementos gnósticos, que el mundo no había sido creado por el Dios omnipotente, quien trascendía todo lo existente, sino por un demiurgo inferior a Él que sería el Cristo. Él aceptaba solamente el Evangelio según San Mateo y sostenía que Jesús era un ser humano nacido de María y José, que había recibido al "Cristo" en el bautismo como un tipo de virtud divina que le revelaba a Dios y le daba el poder de hacer milagros; esta virtud se apartó de su cuerpo en el momento de su muerte.

Las ideas de Cerinto y sus seguidores fueron fuertemente rechazadas por el resto de la Iglesia. Según San Ireneo en su Adversus omnes Haereses, San Juan escribió su Evangelio para refutar los numerosos errores sostenidos por Cerinto.

ARRIANISMO Y SEMIARRIANISMO

El arrianismo tomó su nombre de Arrio (260-336) sacerdote y después obispo libio, quien propagó la idea de que Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por éste como punto de apoyo para su Plan. Si el Padre ha creado al Hijo, el ser del Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía. Al sostener esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad. Admitía la existencia de Dios que era único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no es Dios, es pura creatura, aunque más excelsa que todas las otras. Aunque Arrio centró toda su enseñanza en despojar de la divinidad a Jesucristo, incluyó también al Espíritu Santo, que igualmente era una creatura, e incluso inferior al Verbo.

Arrio, tras formarse en Antioquía, aparece difundiendo sus ideas en Alejandría, dónde en el 320, Alejandro, obispo de Alejandría, convoca un sínodo que reúne más de cien obispos de Egipto y Libia, y en el se excomulga a Arrio y a sus partidarios, ya numerosos. No obstante, la herejía continúa expandiéndose, llegando a desarrollarse una crisis de tan grandes proporciones, que el Emperador Constantino el Grande se vio forzado a intervenir para encontrar una solución y convocó el Concilio de Nicea el 20 de mayo del 325 D.C., donde el partido anti-arriano bajo la guía de Atanasio, diácono de Alejandría, logró una definición ortodoxa de la fe y el uso del término homoousios (consustancial, de la misma naturaleza) para describir la naturaleza de Cristo: «Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre...» (Manual de Doctrina Católica Denzinger - Dz 54). Fueron condenados los escritos de Arrio y tanto él como sus seguidores desterrados, entre ellos Eusebio de Nicomedia.

Aunque no era arriano, Constantino gradualmente relajó su posición anti-arriana bajo la influencia de su hermana, quien tenía simpatías arrianas. A Eusebio y a otros se les permitió regresar y pronto comenzaron a trabajar para destruir lo hecho en el Concilio de Nicea. Por los manejos de Eusebio de Nicomedia, Constantino intento traer a Arrio de regreso a Constantinopla (334-335) y rehabilitarlo, pero murió antes de que llegara. Aprovechando la nueva situación, el partido arriano fue ganando terreno y logró el exilio de Atanasio, quien ya era obispo de Alejandría, y de Eustaquio de Antioquía. Avanzaron aún más durante el reinado del sucesor de Constantino en Oriente, Constancio II (337-361), quien dio un apoyo abierto al arrianismo.

En el año 341 se convocó un Concilio en Antioquía con mayoría de obispos orientales, encabezados por Eusebio de Nicomedia. Este Concilio aceptó varias afirmaciones heréticas sobre la naturaleza de Cristo. La oposición fue tal en Occidente, que Constancio II, emperador de Oriente, y Constante, de Occidente, convinieron en convocar un Concilio en Sárdica en el 343, donde se logró el regreso de Atanasio y su restauración como obispo de Alejandría, así como la deposición de sus sedes de muchos obispos arrianos.

Tras la muerte de Constante y el advenimiento de Constancio como único emperador en el año 350, los arrianos recuperaron mucho de su poder, generándose persecuciones anticatólicas en el Imperio. Durante este período se dio el momento de mayor poder y expansión de la herejía arriana con la unificación de los diversos partidos al interior del arrianismo en el año 359 y su máximo triunfo doctrinal en los concilios de Seleucia y Arimino.

Finalmente, de ahí en adelante, las cosas se volvieron en contra del arrianismo. Constancio murió en el año 361, dejando al arrianismo sin su gran protector. Más adelante los semiarrianos, escandalizados por la doctrina de sus copartidarios más radicales, empezaron a considerar la posibilidad de un compromiso. Bajo el gobierno del emperador Valentiniano (364-375), el cristianismo ortodoxo fue restablecido en Oriente y Occidente, y la ejemplar acción de los Padres Capadocios (San Basilio, San Gregorio de Nisa y San Gregorio Nacianceno) condujo a la derrota final del arrianismo en el Concilio de Constantinopla en el año 381.

La herejía no moriría en siglos y crecería en algunas tribus germánicas que habían sido evangelizadas por predicadores arrianos, las cuales la traerían de nuevo al Imperio en el siglo V con la invasión de Occidente. Aunque todavía se encuentran grupos de cristianos-arrianos en el Oriente Medio y el Norte de África, el arrianismo en sentido práctico desapareció hacia el siglo VI.

Los semiarrianos, también llamados homousianos, ocupan un lugar intermedio entre los arrianos radicales o anomeos que predicaban una clara diferenciación entre el Padre y el Hijo, y la fe ortodoxa del Concilio de Nicea. Asumen el término homoiousios, pero en el sentido de similitud y no de consustancialidad. Resaltan, pues, simultáneamente similitudes y diferencias entre el Padre y el Logos.

MACEDONIANISMO

Herejía promovida por varios obispos arrianos, quienes enseñaban que en la Trinidad existía una jerarquía de personas, en la que el Hijo sería inferior al Padre y el Espíritu Santo sería inferior a ambos. La herejía recibe su nombre del obispo semiarriano Macedonio, a quien se atribuye la fundación de la secta.

A los defensores del mismo error se les conoció también con el nombre de pneumatómacos, con la diferencia que a estos se los ubica temporalmente después de la muerte de Macedonio en el año 360. Contra los errores de estos grupos, San Atanasio, los tres Padres Capadocios (San Basilio, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa) y Dídimo de Alejandría defendieron la divinidad del Espíritu Santo y su consustancialidad con el Padre. Esta herejía fue condenada por un Sínodo en Alejandría (362) bajo la presidencia de San Atanasio, por el segundo Concilio de Constantinopla (381) y por un Sínodo Romano (382) presidido por el Papa Dámaso. El Concilio de Constantinopla añadió un importante artículo al símbolo de Nicea, en el que se afirma la divinidad del Espíritu Santo (Dz 86).

HEREJÍAS QUE ATENTAN CONTRA LA UNIÓN DIOS-HOMBRE EN JESUCRISTO

NESTORANISMO

Herejía que en el siglo V enseñaba la existencia de dos personas separadas en Cristo encarnado: una divina, el Hijo de Dios; y otra humana, el hijo de María, unidas con una voluntad común. Toma su nombre de Nestorio, patriarca de Constantinopla, quien fue el primero en difundir la doctrina.

Los errores del nestorianismo se pueden sintetizar así: El hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios. Así como de manera análoga hay dos naturalezas en Cristo, es necesario admitir también que existen en Él dos sujetos o personas distintas.

Estas dos personas se hallan ligadas entre sí por una simple unidad accidental o moral. El hombre Cristo no es Dios, sino portador de Dios. Por la encarnación el Logos-Dios no se ha hecho hombre en sentido propio, sino que ha pasado a habitar en el hombre Jesucristo, de manera parecida a como Dios habita en los justos.

Las propiedades humanas (nacimiento, pasión, muerte) tan sólo se pueden predicar del hombre Cristo; las propiedades divinas (creación, omnipotencia, eternidad) únicamente se pueden enunciar del Logos-Dios; se niega, por lo tanto, la comunicación entre ambas naturalezas.

En consecuencia, no es posible dar a María el título de Theotokos (=Madre de Dios), que se le venía concediendo habitualmente desde Orígenes. Ella no es más que "Madre del Hombre" o "Madre de Cristo".

Se opusieron al nestorianismo importantes prelados, encabezados por San Cirilo de Alejandría. La herejía fue condenada y la doctrina aclarada en el Concilio de Éfeso en el año 431: «...habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen» (Dz 111), y en el Concilio de Calcedonia en el año 451: «ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Hebr. 4, 15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo...» (Dz 148). Nestorio contó con el apoyo de varios obispos orientales que no aceptaron las condenaciones y rompieron con la Iglesia formando una secta independiente; pero finalmente fue desterrado en el año 436 al Alto Egipto.

MONOFISISMO

Herejía de los siglos V y VI que enseño que solo había una naturaleza en la persona de Cristo, la divina. Se oponía a la doctrina del Concilio de Calcedonia (451) sobre las dos naturalezas de Cristo. Surgido en parte como una reacción contra el nestorianismo, fue desarrollado por el monje Eutiques (m. 454), quien fue condenado por un Sínodo en Constantinopla.

A pesar de haber sido condenados en el segundo Concilio de Constantinopla (553), el Monofisismo encontró apoyo en Siria, Armenia y especialmente entre los cristianos coptos en Egipto en dónde todavía existe incluso con una estructura ordenada en las Iglesias Armenia y Copta entre otras.

MONOTELISMO

Herejía del siglo VII que sostenía que Cristo poseía dos naturalezas; pero afirmaba que tenía una sola voluntad. La herejía se originó de un intento de reconciliar las ideas de la herejía monofisita con la ortodoxia cristiana. El emperador Heraclio (610-641), en un encuentro con los monofisitas, formuló que Cristo tenía dos naturalezas pero una sola voluntad. Esta idea recibió apoyo del patriarca de Constantinopla, Sergio. Este punto de vista fue condenado posteriormente por la Iglesia de Occidente, lo cual generó un resquebrajamiento con la Iglesia de Oriente. San Máximo el Confesor escribió una refutación teológica del monotelismo, en la cual sostuvo que la voluntad era una función de la naturaleza y no de la persona. El Monotelismo fue condenado definitivamente por el tercer Concilio de Constantinopla (680), en el cual se afirmó «dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión» (Dz 291).

OTRAS HEREJÍAS

MONTANISMO

Herejía de tendencias apocalípticas y semi-místicas, que fue iniciada en la última mitad del siglo II en la región de Frigia (Asia Menor) por un profeta llamado Montano. Creía que la santa Jerusalén iba a descender pronto sobre la villa de Pepuza y, con la ayuda de dos discípulas, Prisca y Maximila, predicó una ascética intensa, ayuno, pureza personal y deseo ardiente de sufrir el martirio. Los montanistas adoptaron la idea de que tal estilo de vida era esencial en vistas al inminente regreso de Cristo y debido a que después del nacimiento no podía haber perdón.

No obstante la oposición de muchos obispos en Asia Menor, el montanismo se expandió a través de la región y ya para el siglo II se había convertido en una iglesia organizada. Su mayor éxito fue la conversión de Tertuliano para su causa en el año 207. Sus lideres fueron excomulgados y el movimiento murió en casi todo el Imperio Romano, durando sólo algunos siglos más en Frigia hasta desaparecer definitivamente.

ALBIGENSES

Famosa secta herética de los siglos XII y XIII, que se extendió por el sur y centro de Francia en la ciudad de Albi, de la cual tomó su nombre.

Considerada en cierto sentido como un rebrote del maniqueísmo, la herejía se extendió con rapidez por Europa, ganando seguidores por todos lados, quienes tomaron nombres diversos, como el de cátaros. Al igual que los maniqueos, creían en un dualismo entre el principio del bien y el principio del mal, y entre el espíritu y la materia, originándose éstos en aquéllos respectivamente. Sostenían además que Cristo fue en verdad un ángel, y que su muerte y resurrección tenían un sentido meramente alegórico. En consecuencia, consideraban que la Iglesia Católica, con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era una herramienta de corrupción.

Algunos albigenses practicaban una ascesis excesivamente rigurosa, que llegaba a la muerte por inanición y al llamado suicidio de liberación. Estos eran llamados "perfectos", mientras que los seguidores regulares de la secta eran llamados "creyentes". Muchos de los "creyentes" ayudaban a los "perfectos" en su camino a la tierra del espíritu asesinándolos. No obstante estos extremos, el movimiento llego a convertirse en una verdadera fuerza política bajo la protección de Pedro II de Aragón y de Raimundo VI de Toulousse.

La Iglesia condenó la herejía en varios sínodos y concilios. El Papa Inocencio II envió misioneros a los albigenses, incluyendo a los cistercienses, y a Santo Domingo como su principal vocero. Estos esfuerzos probaron ser inútiles y desembocaron en reacciones violentas por parte de los albigenses, hasta llegar incluso al asesinato del legado papal Pedro de Castelnau. Esta situación desembocó en una auténtica guerra.

Con la Batalla de Muret en 1213, en la que Pedro de Aragón fue derrotado por Simon de Montfort, se señaló el comienzo del rápido final de la secta, también conocida como "cátara" -del griego kataros (= puro)-.

VALDENSES

Secta herética fundada por Pedro Valdo, quien siendo un rico mercader de Lyon, dejó en 1173 todas sus posesiones y se convirtió en un predicador laico que viajaba de ciudad en ciudad. Valdo y sus seguidores, llamados también "los Pobres de Lyon", predicaron contra la jerarquía eclesiástica. Su predica sencilla y basada únicamente en la Biblia tuvo más éxito que la de los cátaros, con quienes erróneamente se los identificaba.

Sus ideas poco ortodoxas acerca del número de los sacramentos, de la invalidez de los sacramentos administrados por sacerdotes indignos y su rechazo del Purgatorio hizo necesaria la acción correctiva de las autoridades seculares y eclesiásticas y su excomunión junto con los cátaros en el Concilio de Verona en 1184. Sus posturas anticlericales y anti-jerárquicas los acercaron a los promotores de la revuelta protestante en el siglo XVI, hasta el punto de convertirse en una confesión de fe protestante tras repudiar formalmente a la Iglesia Católica en el Sínodo de Chanforans.

Fuente ACI prensa


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