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¿Es válida mi Confesión si no me siento arrepentido de mis pecados al ir a Confesarme?


Mira, lo primero que quiero decirte es que la confesión es uno de los regalos más hermosos que Jesús nos ha dejado. Es un sacramento de misericordia, de reconciliación, y de encuentro con el amor de Dios. Pero claro, para que funcione, como en cualquier relación, tiene que haber una respuesta auténtica de nuestra parte, y uno de los elementos esenciales para que una confesión sea válida es el arrepentimiento sincero.

Vamos a desglosarlo un poco, porque puede parecer complicado o incluso frustrante si uno va al confesionario sintiendo que no está "arrepentido de verdad". No te preocupes, que aquí estamos para aclarar las cosas y ayudarte a entender este proceso tan importante de la vida cristiana.

¿Qué es el Arrepentimiento?

El arrepentimiento, también conocido como contrición, es esa sensación interna de dolor por haber pecado, por haber ofendido a Dios. En el Catecismo de la Iglesia Católica, se define la contrición como "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" (CIC 1451). Esto significa que el arrepentimiento implica un deseo de cambio, un reconocimiento de que lo que hicimos no estuvo bien y una intención sincera de mejorar.

Ahora, hay dos tipos de contrición, y esto es muy importante para entender por qué a veces puede parecer que no te sientes lo suficientemente arrepentido:

  1. Contrición perfecta: Es cuando realmente lamentas tus pecados porque has ofendido a Dios, a quien amas sobre todas las cosas. Aquí, el arrepentimiento brota del amor puro a Dios, un deseo profundo de no querer lastimar más a alguien tan bueno y misericordioso.

  2. Contrición imperfecta o atrición: Esta ocurre cuando uno se arrepiente más por miedo a las consecuencias del pecado, como el castigo eterno o la separación de Dios. Aunque no es un arrepentimiento motivado completamente por amor, sigue siendo válido para una buena confesión si va acompañado de una verdadera voluntad de enmienda.

Lo importante es que la atrición también cuenta. A veces, simplemente no nos sentimos con ese nivel profundo de amor por Dios que nos lleva a una contrición perfecta, pero aun así estamos arrepentidos en cierto grado, aunque sea por miedo o vergüenza. Lo fundamental es que estés abierto al cambio y dispuesto a mejorar.

¿Qué Pasa si No Me Siento Arrepentido?

Ahora, si no sientes ningún tipo de arrepentimiento, ni siquiera un poquito, ahí es donde entramos en terrenos más difíciles. La confesión no sería válida en ese caso. ¿Por qué? Porque el sacramento requiere de ti una disposición interna para que la gracia de Dios pueda obrar. Si no hay arrepentimiento, es como ir a una fuente de agua viva con un vaso volteado: el agua está ahí, pero no va a entrar en tu vaso si no lo pones en la posición correcta.

Jesús siempre está dispuesto a perdonar, pero nosotros tenemos que querer ese perdón. Y una parte esencial de querer el perdón es reconocer que hemos hecho algo mal y desear, al menos en algún nivel, cambiar nuestra vida.

En el Catecismo también se nos dice que "entre los actos del penitente, la contrición ocupa el primer lugar" (CIC 1450). Esto significa que si te falta este elemento, no hay confesión válida. No puedes simplemente ir al confesionario y "decir tus pecados" si en tu corazón no hay ni siquiera un mínimo deseo de dejar atrás esas actitudes o comportamientos. El sacramento no es una fórmula mágica, requiere tu participación activa.

¿Qué Hacer si No Me Siento Arrepentido?

Ahora, no te preocupes si sientes que no estás completamente arrepentido antes de ir a confesarte. Lo importante es que puedes pedirle a Dios el don del arrepentimiento. A veces, nuestro corazón está endurecido o no logramos ver con claridad cuán malo ha sido nuestro pecado, pero Dios puede ablandar ese corazón y darnos la gracia para ver nuestros pecados con más luz.

Te sugiero que, antes de ir a confesarte, hagas un pequeño examen de conciencia y reces pidiéndole a Dios que te ayude a sentir verdadero arrepentimiento. No necesitas palabras complicadas, basta con algo como:

"Señor, sé que he pecado, pero siento que mi corazón no está bien dispuesto. Ayúdame a ver el daño que he hecho, a sentir dolor por mis pecados, y dame la fuerza para cambiar. No quiero ofenderte más."

Esa es una oración sincera, y créeme, Dios la escucha. A veces, el simple hecho de querer querer arrepentirte es el primer paso. Puede que no sientas un gran remordimiento en ese momento, pero si hay un deseo sincero de estar en paz con Dios, Él te dará lo que necesitas para llegar a ese arrepentimiento más profundo.

El Espíritu de Enmienda: ¿Qué es?

Otro aspecto esencial de la confesión es el llamado espíritu de enmienda, que es básicamente el compromiso de tratar de no volver a caer en el mismo pecado. Esto no significa que nunca más vas a pecar, porque, seamos sinceros, somos humanos y caemos. Pero lo que Dios quiere ver es que de verdad estás haciendo un esfuerzo.

El espíritu de enmienda es esa resolución de evitar las ocasiones de pecado y de hacer lo posible para mejorar. No es solo decir "me confieso y ya", sino pensar: ¿cómo puedo cambiar mi vida para no volver a cometer este pecado? A veces, eso requiere hacer algunos cambios concretos en tu vida diaria.

Por ejemplo, si te confiesas de haber mentido, el espíritu de enmienda significa que harás un esfuerzo por ser más honesto, incluso en las pequeñas cosas. Si te confiesas de haber tenido pensamientos de ira o rencor, eso implica tratar de perdonar a esa persona con la que estás molesto. No es fácil, pero es necesario si realmente queremos cambiar.

Dios Te Acompaña en Tu Camino

Una cosa muy importante que quiero que recuerdes es que Dios siempre está a tu lado en este proceso. Él no te abandona, incluso cuando te cuesta sentir arrepentimiento. La gracia que recibes en el sacramento de la confesión te da las fuerzas para seguir adelante, para luchar contra el pecado y para crecer en tu vida espiritual.

En el Evangelio de San Lucas, Jesús nos cuenta la parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32). El hijo menor se había alejado, había desperdiciado todo lo que su padre le había dado, y al final se dio cuenta de su error y regresó. Fíjate en algo: aunque el hijo no regresó por amor puro a su padre, sino porque tenía hambre y estaba desesperado, su padre lo recibió con los brazos abiertos. Eso nos enseña que Dios, como ese padre misericordioso, está esperando siempre a que volvamos, incluso cuando nuestro arrepentimiento no es perfecto.

Lo importante es dar ese paso hacia Él. Tal vez no te sientas completamente arrepentido ahora, pero si haces el esfuerzo por abrir tu corazón, por pedirle a Dios que te ayude, Él te dará la gracia que necesitas para alcanzar ese arrepentimiento sincero.

En Resumen

Entonces, volviendo a tu pregunta inicial, no, la confesión no es válida si no hay arrepentimiento sincero y un espíritu de enmienda. Es esencial que al menos tengas la intención de cambiar, de apartarte del pecado y de buscar vivir en amistad con Dios. Pero si sientes que te falta ese arrepentimiento, no te desesperes. Pídele a Dios que te ayude a sentirlo, que te abra los ojos a la gravedad de tu pecado y que te dé la fuerza para cambiar.

El camino de la conversión no es fácil, pero tampoco estás solo. Dios camina contigo, y siempre está dispuesto a perdonarte cuando te acercas a Él con un corazón dispuesto. Así que no tengas miedo de ir al confesionario, incluso si no te sientes al 100% arrepentido en ese momento. El simple hecho de querer estar en paz con Dios ya es un buen comienzo.

¡Ánimo y adelante, que Dios siempre te espera con los brazos abiertos!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

"Ningún pecado es demasiado grande para la infinita misericordia de Dios", afirma el Papa



Durante la audiencia general en el Aula Pablo VI, el Papa Francisco compartió reflexiones cruciales sobre la necesidad de la conversión y la lucha espiritual en la vida de los creyentes. Declaró con contundencia: "Quien considera que no necesita de conversión vive en la oscuridad". Enfatizó la importancia de reconocerse como "pobres pecadores" y la urgencia de implorar la gracia divina para avanzar en el camino de la virtud. El Papa recordó a los fieles que ningún pecado es demasiado grande para la infinita misericordia de Dios Padre, subrayando así la centralidad de la humildad y la búsqueda constante de la reconciliación espiritual.

La lucha espiritual como sendero de virtud

Al abordar el tema del combate espiritual, el Pontífice resaltó que "toda nuestra vida es una lucha", caracterizada por contrastes y tentaciones que son esenciales para el desarrollo espiritual. Destacó la función crucial de estas pruebas al poner de manifiesto la realidad de la pequeñez humana. En este contexto, advirtió contra la autosuficiencia espiritual al agregar: "Quien considera que ya ha conseguido cierto grado de perfección, que no necesita de conversión, vive en la oscuridad y no distingue el bien del mal". El Papa animó a solicitar a Jesús la capacidad de enfrentarse a la propia debilidad, la valentía de confiarse a su misericordia y la sensatez de no bajar la guardia en el esfuerzo constante por la virtud.

El Papa Francisco hizo hincapié en la necesidad de estar alerta espiritualmente, ya que "el enemigo está al acecho y hay que estar alerta para no dejarse engañar". Este llamado a la vigilancia espiritual subraya la importancia de reconocer la existencia de fuerzas adversas y perseverar en la lucha espiritual diaria.

Un llamado a la oración por la paz mundial

En su saludo a los peregrinos de lengua española, el Papa recordó la celebración del Santo Nombre de Jesús, instando a pedir al Señor "luz para mantenernos en el camino del bien y su gracia para perseverar en Él, sin temer los desafíos y las pruebas". Al concluir la audiencia, el Papa Francisco extendió su llamado a la oración por los pueblos en guerra, destacando la locura de la guerra y recordando a las poblaciones de Palestina, Israel, Ucrania y los perseguidos rohingya: "No olvidemos a los pueblos que están en guerra. La guerra es una locura. La guerra es una derrota, siempre una derrota…".

10 pecados que podemos estar cometiendo diariamente y ni siquiera nos damos cuenta.


A menudo, cometemos pecados sin siquiera darnos cuenta. Pero, ¡no te preocupes! Todos somos imperfectos y, con un poco de conciencia y esfuerzo, podemos mejorar. Aquí tienes una lista de 10 pecados cotidianos que es fácil pasar por alto:

1. La falta de gratitud: A menudo, olvidamos dar gracias a Dios y a las personas que nos rodean por las bendiciones y los gestos amables que recibimos. La Biblia nos insta en 1 Tesalonicenses 5,18: "Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús".

2. La crítica excesiva: Juzgar o criticar a los demás sin conocer sus circunstancias o motivaciones es un pecado común. Jesús nos recordó en Mateo 7,1-2: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados".

3. El chisme: Hablar mal de otros o difundir rumores puede dañar la reputación y la dignidad de las personas. La Palabra de Dios nos enseña en Proverbios 16,28: "El hombre depravado excita la discordia, el chismoso divide a los amigos".

4. La impaciencia: La impaciencia puede llevarnos a tratar mal a los demás, especialmente en situaciones estresantes. Efesios 4,2 nos aconseja: "Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor".

5. La envidia: Envidiar lo que otros tienen puede llevarnos a sentirnos insatisfechos y a desear lo que no tenemos. La envidia es condenada en la Biblia en Gálatas 5,26: "No seamos codiciosos de gloria vana, irritándonos los unos a los otros, envidiándonos los unos a los otros".

6. La falta de perdón: Negarse a perdonar a quienes nos han herido puede cargar nuestros corazones con amargura. Mateo 6,14-15 nos dice: "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas".

7. La avaricia: La búsqueda constante de riqueza y posesiones materiales puede alejarnos de Dios. Jesús advierte en Lucas 12,15: "Mirad, guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee".

8. La falta de caridad: No ayudar a los necesitados cuando tenemos la capacidad de hacerlo es un pecado de omisión. La carta de Santiago nos dice en Santiago 2,15-16: "Supongamos que un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del alimento diario, y uno de vosotros les dice: 'Id en paz, calentaos y saciaos', pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?".

9. La falta de oración: Olvidar pasar tiempo en oración y comunión con Dios puede alejarnos de nuestra fuente de fortaleza y guía. 1 Tesalonicenses 5,17 nos insta: "Orad sin cesar".

10. La falta de cuidado por la creación: No cuidar la tierra y sus recursos es un pecado contra la obra de Dios. El Papa Francisco ha enfatizado en su encíclica Laudato Si' la importancia de cuidar nuestra casa común, la Tierra.

Recuerda, todos somos pecadores y cometemos errores. La clave es reconocer estos pecados, arrepentirnos y buscar mejorar cada día. La misericordia de Dios siempre está disponible para nosotros, y la confesión es un hermoso sacramento que nos permite reconciliarnos con Él y con los demás. Así que, ¡anímate a ser consciente de estos pecados cotidianos y trabaja en tu crecimiento espiritual! ¡La vida de fe es un viaje emocionante y en constante desarrollo!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Si Dios es infinitamente bueno, ¿puede perdonar a Satanás y los demás demonios?


Primero, es importante entender que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, y su deseo es que todos los seres humanos y criaturas espirituales se reconcilien con Él y alcancen la salvación. La Biblia nos dice en 2 Pedro 3,9: "El Señor no tarda en cumplir su promesa, como algunos entienden la tardanza. Al contrario, Él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan".

Sin embargo, la cuestión de si Dios puede perdonar a Satanás y a los demonios es un tema complejo que ha sido objeto de debate en la teología cristiana a lo largo de la historia. Para abordarlo, consideremos algunos aspectos clave.

En primer lugar, es importante reconocer que los demonios, incluido Satanás, son seres espirituales que han rechazado a Dios de manera deliberada y definitiva. La Biblia nos muestra que Satanás era un ángel creado por Dios, pero se rebeló contra Él, y como resultado, fue arrojado del cielo (Isaías 14,12-15, Lucas 10,18). Esta rebelión fue un acto de libre albedrío y desobediencia grave.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que los ángeles, al igual que los seres humanos, tienen libre albedrío y capacidad de elección moral (n. 1730). Por lo tanto, cuando los ángeles, incluido Satanás, eligieron rebelarse contra Dios, tomaron una decisión consciente y definitiva.

En segundo lugar, la Escritura nos presenta la realidad del juicio divino. En Apocalipsis 20,10, leemos sobre el destino de Satanás: "Y el diablo, que los engañaba, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también estaban la bestia y el falso profeta. Allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos".

Esta descripción apocalíptica sugiere una condena eterna para Satanás y los demonios. Sin embargo, es importante recordar que Dios es el juez justo y misericordioso. Él conoce los corazones y las acciones de todas sus criaturas y toma decisiones de juicio en perfecta justicia.

También debemos considerar la enseñanza de la Iglesia sobre la naturaleza de la condenación. La Iglesia Católica enseña que la condenación eterna es la separación definitiva de Dios, una elección libre y consciente de alejarse de la fuente de todo bien. En el caso de Satanás y los demonios, su rebelión contra Dios fue una elección definitiva de separación de Él.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que "el diablo y los otros demonios fueron creados naturalmente buenos por Dios, pero ellos se hicieron a sí mismos malos" (n. 391). Esto sugiere que su condición espiritual actual es el resultado de su propia elección de alejarse de Dios.

Por lo tanto, aunque Dios es infinitamente misericordioso y desearía que todas sus criaturas se arrepintieran y regresaran a Él, la cuestión de si puede perdonar a Satanás y a los demonios es complicada por su elección consciente y definitiva de rebelión y maldad.

Es importante enfocarnos en la comprensión de la misericordia de Dios en relación con nosotros, seres humanos. La Iglesia Católica enseña que Dios siempre está dispuesto a perdonarnos y a ofrecernos su gracia y amor, sin importar cuán grandes sean nuestros pecados. El sacramento de la Reconciliación, o Confesión, es un hermoso medio por el cual podemos experimentar y recibir la misericordia de Dios.

En Mateo 18,21-22, Jesús nos enseña sobre la importancia del perdón: "Entonces Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: 'Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?' Jesús le respondió: 'No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete'".

Este pasaje nos muestra la infinita paciencia y misericordia de Dios hacia nosotros y nos exhorta a seguir su ejemplo en nuestras relaciones con los demás. Siempre podemos acudir a Dios con un corazón arrepentido y recibir su perdón y amor.

En resumen, la cuestión de si Dios puede perdonar a Satanás y a los demonios es compleja debido a su elección consciente y definitiva de rebelión contra Dios. Sin embargo, nuestra fe se centra en la misericordia infinita de Dios hacia nosotros, los seres humanos. Siempre podemos acudir a Él con un corazón arrepentido y experimentar su amor y perdón a través de los sacramentos y su gracia. En lugar de preocuparnos por el destino de los demonios, centrémonos en vivir nuestra fe y en buscar la reconciliación con Dios en nuestras propias vidas. ¡Que la misericordia y el amor de Dios nos guíen siempre en nuestro camino de fe!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Es pecado insultar a los políticos?


En relación con la pregunta sobre si es pecado insultar a los políticos, es importante abordar este tema desde una perspectiva bíblica y teológica.

En primer lugar, la Biblia nos enseña que debemos amar y respetar a nuestros prójimos, incluso a aquellos con quienes no estamos de acuerdo o que pueden ser considerados como enemigos. Jesús nos enseñó en el Evangelio de San Mateo (5,43-44): "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen". Estas palabras de Jesús nos invitan a amar incluso a aquellos que pueden ser políticos con los que no compartimos opiniones o valores.

El Catecismo de la Iglesia Católica también nos recuerda la importancia del respeto hacia las autoridades civiles. En el párrafo 1917 se afirma: "El respeto a la autoridad supone el reconocimiento de todos los aspectos en los que ésta es legítima". Esto significa que, aunque podamos tener desacuerdos con las decisiones o acciones de los políticos, debemos mostrar un respeto básico hacia ellos como personas y como autoridades elegidas por el pueblo.

Sin embargo, esto no significa que no podamos expresar nuestras opiniones o críticas de manera constructiva y respetuosa. La Iglesia Católica promueve el diálogo y la participación ciudadana responsable en la vida política. En el Catecismo, en el párrafo 2246, se nos recuerda que "la participación en la vida política es una obligación moral". Esto implica que debemos estar comprometidos en la búsqueda del bien común y en la promoción de la justicia en la sociedad.

En cuanto a la forma en que expresamos nuestras opiniones o críticas hacia los políticos, es importante recordar las enseñanzas de la Patrística, que son los escritos de los primeros padres de la Iglesia. San Agustín, por ejemplo, nos enseñó sobre la importancia de la caridad en nuestras palabras y acciones. En su obra "La Ciudad de Dios", escribió: "La caridad no puede coexistir con el odio a los hombres por su condición de hombres, aunque sean malvados".

Esto implica que, si bien podemos tener desacuerdos con los políticos, debemos evitar el lenguaje insultante o difamatorio. La Palabra de Dios nos llama a ser constructivos y a buscar el bien común en todas nuestras interacciones. El apóstol Pablo nos exhorta en su carta a los Efesios (4,29): "Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes".

Además, debemos recordar que los políticos también son seres humanos y merecen nuestro respeto y compasión. El Papa Francisco ha hablado en varias ocasiones sobre la importancia de evitar el lenguaje ofensivo y la difamación. En su encíclica "Fratelli Tutti", nos invita a construir puentes en lugar de levantar muros y a buscar el diálogo y la reconciliación en nuestras relaciones sociales y políticas.

Es importante recordar que el pecado no solo se trata de nuestras acciones externas, sino también de nuestros pensamientos y actitudes internas. Insultar a los políticos puede revelar un corazón lleno de ira, resentimiento o falta de caridad. Jesús nos enseñó en el Evangelio de San Mateo (15,18-19): "Pero lo que sale de la boca viene del corazón, y eso contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias".

Por lo tanto, como sacerdote, animo a los fieles a expresar sus opiniones y críticas de manera respetuosa y constructiva, evitando el lenguaje insultante o difamatorio. Debemos recordar que todos somos hijos de Dios y que estamos llamados a amarnos y respetarnos mutuamente, incluso en nuestras diferencias políticas. La oración también es una herramienta poderosa para transformar nuestros corazones y buscar la reconciliación con aquellos con quienes no estamos de acuerdo.

En conclusión, insultar a los políticos sí es un pecado, pues estamos ofendiendo a Dios al no obedecer su mandato de amar al prójimo, por tanto debemos tener cuidado con nuestras palabras y actitudes hacia ellos. La enseñanza bíblica, el Catecismo de la Iglesia Católica y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia nos llaman a amar y respetar a nuestros prójimos, incluso a aquellos con quienes no estamos de acuerdo políticamente. Debemos expresar nuestras opiniones y críticas de manera respetuosa y constructiva, evitando el lenguaje insultante o difamatorio. Al hacerlo, podemos contribuir a la construcción de una sociedad más justa y fraterna.

Autor: Padre Ignacio Andrade.


¿Puedo comulgar si he cometido pecados veniales?





Por: P. Julio de la Vega-Haza

¿Se puede comulgar si has cometido pecados veniales?

San Pablo expresó con contundencia que no todos están en condiciones de recibir la Comunión: Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz, porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación (I Cor 11, 28-29). Estas palabras ponen de relieve la gravedad del asunto, pero no proporcionan un criterio claro de cuándo uno es digno y cuándo no. Por eso, como tantas otras, esta cuestión también fue sometida a debate.

Da la impresión, sin embargo, que los destinatarios de la carta –los corintios- ya tenían alguna idea al respecto. Es pues importante ver las fuentes conocidas de la vida de la Iglesia primitiva. A finales del siglo I o principios del II se escribió la llamada Didache (o “Doctrina de los Doce Apóstoles”), en la que se habla bastante de la Eucaristía. Tras señalar que el sacramento es solo para los bautizados, añade la siguiente frase: Quien sea santo, acceda; quien lo sea menos, haga penitencia. Aunque necesite una ulterior precisión, sigue siendo un criterio válido, a la luz del cual se entiende lo que está establecido.

Se podría objetar, y con razón, ¿pero quién puede decir que es santo? Libre de todo pecado, nadie. Por eso el acercamiento a la Comunión debe ser penitencial, para purificarnos cuanto podamos. Lo propio es recibir la comunión cuando ya hay una comunión del alma con el Señor.

Ahora bien, hay diversas situaciones, como también hay distintos tipos de pecados. El pecado mortal rompe del todo esa comunión, y en este caso la penitencia requerida pasa por la recepción del sacramento de la Penitencia como condición previa.

Por eso establece el Código de Derecho Canónico que quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental (c. 916) (las excepciones se refieren a necesidades sin posibilidad de recibirlo, en cuyo caso debe haber un acto de contrición perfecta y el propósito de confesarse cuanto antes: o sea, en todo caso se recibe en gracia de Dios, aunque no haya más remedio que posponer la confesión).

Una aclaración al respecto puede ser pertinente: no hay penitencia verdadera ni confesión válida sin propósito de enmienda; es lógico, en caso contrario sería una pantomima. Esto sirve para entender por qué no pueden acceder a la Comunión personas que están y quieren seguir estando en una situación habitual de pecado.

Queda el pecado venial. Nadie escapa de cometer alguno, y pretender estar libre de todo pecado venial resulta presuntuoso. En la historia de la Iglesia existió un puritanismo católico, llamado jansenismo (lo creó un tal Cornelius Jansen), que en este sentido restringía mucho la comunión. Fue rechazado por la Iglesia, pero dejó sentir su influencia, hasta que el Papa San Pío X borró sus vestigios hace un siglo. Con razón: no va por ahí la penitencia requerida.

En estos casos –cuando se está en gracia- la penitencia es la interior, la cual se incluye en la liturgia. El pecado venial no impide la Comunión –al contrario, es alimento interior que da fuerzas para combatirlo-, pero, a la vez, para participar dignamente en los sagrados misterios… comencemos por reconocer nuestros pecados. Palabras familiares para quien asiste a Misa, que van seguidas por un acto de contrición de lo más completo. Luego, la preparación inmediata nos recuerda que vamos a comulgar como invitados y que no somos dignos de recibirle; en cierto modo, también son palabras de contrición. Es interesante comprobar que, en la celebración de la Comunión fuera de la Santa Misa, la liturgia es mucho más breve, pero incluye estas dos partes penitenciales, las mismas.

En resumen. Para comulgar, hay que estar en gracia de Dios. Aún estándolo, nunca somos dignos del todo de recibir al Señor. Eso no es obstáculo para comulgar, pero la dignidad del sacramento postula que procuremos hacernos lo más dignos posible.

¿La indulgencia plenaria borra mi infidelidad?



Para conocer los alcances de una indulgencia plenaria es necesario recordar qué es la ‘pena eterna’ y la ‘pena temporal’. Aquí te lo explicamos.

Hace tiempo una mujer, cuyo nombre nos reservamos por obvias razones, nos escribió para comentarnos que le había sido infiel a su esposo y que estaba arrepentida. También nos preguntaba si con la indulgencia plenaria queda borrada su infidelidad ante Dios.

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Lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios” (CIC 1472), y por lo tanto, nos priva de pasar la eternidad con Él. A esto se le conoce como la ‘pena eterna del pecado’. Así que cuando cometemos un pecado grave, nos arrepentimos y confesamos, se nos perdona esta ‘pena eterna’.

Sin embargo, todo pecado -incluso si son veniales- implica que se tiene un apego desordenado: algo que es necesario purificar. A esto se le conoce como ‘pena temporal del pecado’. “La indulgencia es el indulto otorgado por Dios de esa ‘pena temporal por los pecados’ ya perdonados en la Confesión” (CIC 1471).

Pongamos un ejemplo: un niño rompe una ventana de su casa. Lo lamenta y su papá lo perdona, pero todavía queda el vidrio roto, como consecuencia de lo que hizo. Entonces tiene que sacar dinero de su alcancía para pagar ese vidrio. Su pequeña contribución muestra que tiene buena voluntad para reparar el daño, pero es demasiado poco y no le alcanza. Así que su mamá toma parte del dinero que le da su marido para el gasto y ayuda al hijo a saldar su deuda.

Así sucede con el pecado: cometes un pecado, te arrepientes y pides perdón a Dios en la Confesión. Él te perdona, pero queda en ti una consecuencia de ese pecado, que necesitas purificar. De manera que la Iglesia, como Madre, te ayuda a lograrlo mediante la indulgencia.

En resumen: la Confesión borra la ‘pena eterna del pecado’, pero no la ‘temporal’. Con la indulgencia plenaria, Dios nos absuelve de esa ‘pena temporal’ y quedamos libres de esa mancha de pecado.

¿Cómo ganar la indulgencia plenaria?

“Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus pecados.” (CIC 1478).
 
A lo largo del año la Iglesia católica da a conocer las indulgencias plenarias que concede. Por ejemplo, en la Ciudad de México, en este momento hay por lo menos una vigente, que se puede obtener hasta el 20 noviembre del presente año, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

Fue el 14 de noviembre del 2021 cuando el cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México, bendijo y abrió la Puerta Santa de la Basílica de Guadalupe concediendo la indulgencia plenaria a los fieles que crucen por ella, esto con motivo de los 100 años del atentado dinamitero que sufrió la imagen de la Virgen de Guadalupe el 14 de noviembre de 1921, en el que milagrosamente, la tilma de San Juan Diego no sufrió ningún daño.

Además de cruzar por la puerta del santuario mariano, los fieles deben cumplir las condiciones que establece el Derecho Canónico para obtener la indulgencia plenaria:

- Orar por las intenciones del Santo Padre.

- Estar en gracia de Dios habiéndose confesado.

- Asistir a Misa completa.

- Comulgar

Amarres de amor. ¿Puedo atar a una persona para siempre?



Una vez, mientras escuchaba en la radio a una señora que daba a su auditorio lecciones prácticas de seducción y a otra más que hablaba sobre los amarres de amor, yo me puse a concebir ideas como éstas, que me endilgaba a mí mismo:

“No hay manera de provocar el amor, no hay ninguna manera. Aquí la cosmética no sirve de nada. Se ama o no se ama, se gusta o no. Si comprendiéramos esto, el mundo aún tendría esperanzas de durar”.

Pero se producen zapatos, camisas, perfumes, potingues, corbatas, pulseras, abrigos y autos a ritmos vertiginosos con el único fin de hacernos creer que se puede, con eso, impresionar o seducir a los demás.

¿La seducción provoca el amor?

La sabiduría de la vida consiste, sin embargo, en no engañarnos. ¿Qué puede hacer un auto, un perfume o un lápiz labial para suscitar el amor?

El amor es gracia, puro don, y el que crea poder provocarlo o producirlo quedará siempre al final con un palmo de narices. Saber esto, aceptar esto, tendría que hacernos más naturales, y también más resignados.

La señora de la radio hablaba ahora de lencería erótica, y yo no pude menos de esbozar una sonrisa dolorosa.

¡Si poniéndonos todas esas cosas pudiéramos ser un poco más amados, qué fácil sería la vida! Todos nuestros problemas se reducirían entonces a saber qué colores nos hacen parecer más atractivos…

¿Se puede atar a una persona?

En otra sección del mismo programa –es decir, diez minutos más tarde–, una invitada de honor –bruja de profesión– hablaba de amarres de amor y cosas por el estilo. Por lo menos, eso decía: amarres aquí, amarres allá… Recuerdo, más o menos, sus palabras:

–Estimada amiga que me escuchas: no te fíes demasiado en ti misma; o, por lo menos, no te confíes. ¡Hay por lo menos diez mujeres a tu alrededor que ya le han echado el ojo a tu marido! Y, claro, ya sabes: con los hombres no hay remedio… Tienes, pues, que recurrir no sólo a la seducción, sino también a los poderes sobrenaturales para tenerlo bien quietecito a un lado tuyo. ¿Cómo vas a permitir que te lo quiten otras? Mira, si quieres sujetarlo a ti , te explico lo que tienes que hacer…

Y entonces yo cambié de estación. ¡Como si se pudiera retener a alguien a base de hechicerías! Los embrujos nada pueden contra la libertad…

Querer enmendar el plan de Dios

Mi madre casi no se maquillaba –escribe Tahar Ben Jelloun en un hermoso libro autobiográfico–. Nunca se compró una barra de labios de marca. Cuando gozaba de buena salud, utilizaba un producto artesano que le coloreaba excesivamente de rosa las mejillas. Ella no sabe lo que es el maquillaje, los polvos para la cara ni las cremas antiarrugas. Le contaron que una de sus sobrinas se había retocado la nariz y el pecho. Se rió y pidió a Dios que la perdonara. ¿Cómo enmendar la obra de Dios? Aquello era una herejía. Luego añadió: ‘¡Por eso ha envejecido de pronto, es un castigo divino!’ ” (Mi madre).

Quizá la madre del escritor exagerara un poco, pero en su queja hay un fondo de verdad; en efecto, ¿cómo cambiarnos a nosotros mismos?, ¿cómo enmendarle la plana a Dios? No, no, no se trata de tomárnosla contra los perfumes o los maquillajes; se trata, humildemente, de no esperar demasiado de ellos, de no exigirles lo que de ningún modo pueden darnos.

¿Queremos ser amados? Pero en esto los embrujos tampoco sirven de nada. En realidad, para ser amados sólo existe un remedio: hacerse amables, hacernos dignos de amor.

El P. Juan Jesús Priego es director de Comunicación de la Arquidiócesis de San Luis Potosí.



¿Es pecado emborracharse? ¿Qué dice la Biblia? Un sacerdote responde.


 “Señor, si con beber te ofendo, con la cruda me sales debiendo”, suelen decir quienes un día antes abusaron del alcohol.

Vivimos en una sociedad que cada vez consume más alcohol. Éste que se ha vuelto normal y parte de la vida social. Dicen que no puede haber fiesta si no hay bebidas alcohólicas, y entonces tenemos un problema social: la enfermedad del alcoholismo.

Pero vayamos adentrándonos en el tema: a nivel de la movilidad humana, las reglas de tránsito castigan con mayor severidad a quienes conducen bajo los efectos del alcohol y provocan accidentes, muchas veces mortales. El problema se agrava si se mezcla con drogas.

Somos parte de una sociedad que juzga e impone todo con base en la libertad humana: “Yo puedo hacer, comer y beber lo que quiera y cuanto quiera”. Este es un sofisma que conlleva muchos errores y daños a la verdadera dignidad de la persona.

Estamos llamados a no abusar de nuestro propio cuerpo y a no jugar, por nuestra imprudencia, con nuestra vida y la de los demás.

Por ello, resulta muy interesante la pregunta: ¿Es pecado emborracharse?

¿Qué dice la Biblia sobre el alcohol?

La Sagrada Escritura nos va dando una respuesta: El libro Sapiencial de los Proverbios nos dice: “El vino es escarnecedor, la bebida fuerte alborotadora, y cualquiera que con ellos se embriaga, no es sabio” (20, 1). “El que ama el placer acabará en la miseria, el amigo del vino y los perfumes, no se enriquecerá” (21, 17). “No andes con los que beben vino, ni con los que se hartan de carne, porque borrachos y comilones se empobrecen, y la pereza los viste de harapos (23, 20-21). “¿De quién son los quejidos? ¿De quién los lamentos? ¿De quién las peleas? ¿De quién los pleitos? ¿De quién las heridas sin motivo? ¿De quién la mirada malintencionada? De los que se divierten bebiendo vino, de los que andan saboreando mezclas” (23, 29-30).

Y los Profetas nos dicen: “Tienen cítaras y arpas, panderos y flautas, y vino para sus banquetes, pero no consideran la acción del Señor, ni tienen en cuenta sus obras” (Isaías 5, 12). “También éstos se tambalean por el vino, y el licor los hace dar traspiés; sacerdotes y profetas se tambalean por el licor, se atontan con el vino, el licor los hace dar traspiés; se tambalean como videntes, tartamudean al hablar” (Isaías 28, 7). “En la fiesta de nuestro rey los príncipes se adormecen con el aroma del vino; el rey se mezcla con los chismosos” (Oseas 7, 5).

San Pablo, por su parte, en su Carta a los Romanos, nos dice: “La noche está muy avanzada y el día se acerca; despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Portémonos con dignidad, como quien vive en pleno día. Nada de comilonas y borracheras; nada de lujuria y libertinaje; nada de envidias y rivalidades” (13, 12-13).

Es difícil responder de forma simple si emborracharse es o no pecado. Lo que sí podemos decir es que el emborracharte (embriagarte) sí es un problema, sobre todo cuando abusas constante como excusa para desinhibirte, para evadirte; cuando lo utilizas para huir de compromisos y olvidarte de “la dura realidad”.

Si un día nos pasemos de copas, pero nos comportamos bien y no creamos problemas ni agredimos al prójimo, entonces no hay problema, ni pecado, pero si la agarramos de cada ocho días, o cuando lo hacemos despilfarramos nuestro dinero, descuidamos las obligaciones, negamos lo necesario a nuestra familia, conducimos el auto irresponsablemente, provocamos riñas entre amigos, entonces, claro que es pecado, y grave.

No podemos tomar de pretexto la embriaguez, el estar borrachos, para agredir y sacar todo aquello que en “nuestro sano juicio” no haríamos ni diríamos. Dice el dicho que todo exceso es malo, y el alcohol, en exceso, nos lleva a otros excesos.

El alcohol no es malo, su abuso sí, por las consecuencias a la salud, a la estabilidad emocional individual, familiar y social.

La embriaguez (el alcoholismo) ha llegado a ser una grave enfermedad en el mundo, tanto para la persona que lo padece como para las personas que le rodean. Hay una pérdida de la voluntad, se generan conflictos con los demás y afectaciones graves de tipo psicosomático, etc.

No se trata de que la Iglesia o el sacerdote nos digan si emborracharse es o no pecado; se trata de que todos los hombres seamos libres de ataduras, de dependencias enfermizas. Evitemos ponerle un nombre a esto, mejor busquemos no caer en la dependencia.

El que alguien me diga –y yo vea– que algo no está bien, no es coartar mi libertad, es un llamado a ser más libres. Cuando se pierde la libertad y la voluntad, perdemos el rumbo y, es cuando somos más esclavos del alcohol y nos alejamos de Dios y de nuestros hermanos. Es fácil caer en un vicio y justificarlo, y qué difícil se vuelve reconocerlo y dejarnos ayudar para salir de él.

La embriaguez, el emborracharnos, puede no llegar a ser pecado, pero lo que puedo llegar a hacer cuando estoy borracho, pueden ser muchos pecados…

POR PBRO. SALVADOR BARBA

Esta lista de pecados podría ayudarte con tu examen de conciencia


ESTA LISTA DE PECADOS PODRÍA AYUDARTE CON TU EXAMEN DE CONCIENCIA

Ofrecemos una serie de preguntas que pueden ayudar a realizar el examen de conciencia personal previo a la confesión. Esta versión está dirigida a adultos.

Amarás a Dios sobre todas las cosas…

– ¿Creo todo lo que Dios ha revelado y nos enseña la Iglesia Católica? ¿He dudado o negado las verdades de la fe católica?

– ¿Hago con desgana las cosas que se refieren a Dios? ¿Me acuerdo del Señor a lo largo del día? ¿Rezo en algún momento de la jornada?

– ¿He recibido al Señor en la Sagrada Comunión teniendo algún pecado grave en mi conciencia? ¿He callado en la confesión por vergüenza algún pecado mortal?

– ¿He blasfemado? ¿He jurado sin necesidad o sin verdad? ¿He practicado la superstición o el espiritismo?

– ¿He faltado a Misa los domingos o días festivos? ¿He cumplido los días de ayuno y abstinencia?

… y al prójimo como a ti mismo.

– ¿Manifiesto respeto y cariño a mis familiares? ¿estoy pendiente y ayudo en el cuidado de mis padres o familiares si lo necesitan? ¿Soy amable con los extraños y me falta esa amabilidad en la vida de familia? ¿tengo paciencia?

– ¿Permito que mi trabajo ocupe tiempo y energías que corresponden a mi familia o amigos? Si estoy casado, ¿he fortalecido la autoridad de mi cónyuge, evitando reprenderle, contradecirle o discutirle delante de los hijos?

– ¿Respeto la vida humana? ¿He cooperado o alentado a alguien a abortar, destruir embriones, a la eutanasia o cualquier otro medio que atente contra la vida de seres humanos?

– ¿Deseo el bien a los demás, o albergo odios y realizo juicios críticos? ¿He sido violento verbal o físicamente en familia, en el trabajo o en otros ambientes? ¿He dado mal ejemplo a las personas que me rodean? ¿Les corrijo con cólera o injustamente?

– ¿Procuro cuidar mi salud? ¿He tomado alcohol en exceso? ¿He tomado drogas? ¿He arriesgado mi vida injustificadamente (por el modo de conducir, las diversiones, etc.)?

– ¿He mirado vídeos o páginas web pornográficas? ¿Incito a otros a hacer el mal?

– ¿Vivo la castidad? ¿He cometido actos impuros conmigo mismo o con otras personas? ¿He consentido pensamientos, deseos o sensaciones impuras? ¿Vivo con alguien como si estuviéramos casados sin estarlo?

– Si estoy casado, ¿he cuidado la fidelidad matrimonial? ¿procuro amar a mi cónyuge por encima de cualquier otra persona? ¿Pongo mi matrimonio y mis hijos en primer lugar? ¿Tengo una actitud abierta a nuevas vidas?

– ¿He tomado dinero o cosas que no son mías? ¿En su caso, he restituido o reparado?

– ¿Procuro cumplir con mis deberes profesionales? ¿Soy honesto? ¿He engañado a otros: cobrando más de lo debido, ofreciendo a propósito un servicio defectuoso?

– ¿He gastado dinero para mi comodidad o lujo personal olvidando mis responsabilidades hacia otros y hacia la Iglesia? ¿He desatendido a los pobres o a los necesitados? ¿Cumplo con mis deberes de ciudadano?

– ¿He dicho mentiras? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse? ¿He descubierto, sin causa justa, defectos graves de otras personas? ¿He hablado o pensado mal de otros? ¿He calumniado?


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Condénanse muchos por callar pecados en confesión


CONDÉNANSE MUCHOS POR CALLAR PECADOS EN CONFESIÓN
(Una lectura impresionante e imprescindible)
Por Padre Juan Eusebio Nieremberg S.J 

Por esto el enemigo común (el demonio) procura poner gran dificultad en la confesión de los pecados, y se ha visto estar ahogando a los penitentes para que no lo pronuncien, en lo cual anda muy solícito, como fue revelado a un santo Padre, que le vió andar muy orgulloso por los confesonarios, y preguntando qué hacía, dijo que restituía lo que había quitado. Quito a los hombres, dice, la vergüenza al tiempo de pecar, para que pequen con mayor desenvoltura, y la restituyo al tiempo de confesar, porque callen alguna culpa, y queden todas sin perdón. 

Estando el apostólico Padre Juan Ramírez, de nuestra Compañía, y discípulo del venerable Padre Juan de Ávila, confesando a una señora enferma, de muy buena fama, vió su compañero que, de cuando en cuando, del rincón de junto a la cama salía una mano grande, negra y peluda y con grandes uñas, la cual llegaba a la garganta de la señora, y se la apretaba como que la quería ahogar, y que esto sucedió algunas veces. 

Avisado por esto el Padre, que volviese a la casa de aquella mujer, la halló ya muerta. Venido al colegio se puso a encomendar a Dios a la difunta. Al cabo de una hora oyó grandes gemidos y ruido de cadenas, y abriendo los ojos la vió delante, de pies a cabeza rodeada de llamas de fuego azul, declarándole cómo, aunque aquella mañana se había confesado, estaba en los infiernos porque, dice, no confesé bien ni enteramente; y Dios me manda que para confusión mía, y escarmiento de otros, te diga mis pecados. 

Sabe que en vida de mi madre, viví bien; muerta ella, como quedé sola y hermosa, se aficionó de mí un mancebo, y tanto me molestó, que di lugar a que hiciese su gusto. Después viéndome echada a perder, quisiera casarme; mas no me atreví, ni tampoco tuve ánimo para confesar mi pecado, por no perder la opinión y buen crédito con mi confesor; y por lo mismo no me quise confesar con otro, ni quise tampoco dejar las confesiones y comuniones que tenía de costumbre. 

Proseguí en esto tres años, añadiendo pecados a pecados y sacrilegios a sacrilegios. Quiso el Señor que me volviera a Él y abriese los ojos, y te envió a tí a esta ciudad. Oía tus sermones, y todos ellos clamaban y herían mi corazón, como si a mí solamente los enderezaras. Volvíame a mi casa, encerrábame en un rincón, y allí me hartaba de llorar y me decía a mí misma: ¿Es posible que tú te quieras condenar y padecer para siempre eternos tormentos? ¡Cómo! ¿No tuviste vergüenza de cometer el pecado, y la has de tener para confesarle? ¿No temiste perderte, y temes el remediarte? ¿Qué te ha de hacer el confesor? ¿Ha de matarte? ¿Ha de descubrirte? No. ¿Pues qué temes? Si tienes empacho de uno, busca otro. ¡Cómo! ¿Y has de permitir que se pierdan los consejos saludables de tu buena madre, y la sangre de aquel Señor que la derramó para lavar las manchas de tus pecados? ¡Cómo! ¡Qué en espacio de media hora puedes, si quieres, salir de estas congojas y del infierno, donde estás sumergida, y que no quieras! ¡Ah triste suerte! 

De esta manera lamentaba y lloraba mi miseria, pero al fin sin remedio, porque no acababa de resolverme; y de esta suerte andaba batallando conmigo misma muchas veces, ya acometiendo, ya retirándome, hasta que un día fue tanta la Fuerza que en sermón tuyo, ¡Ho Padre!, hizo a mi corazón, que determiné de confesarme contigo; y porque no se notase ni reparase que mudaba confesor, y se sospechase algo de mí, estando buena y sana me fingí enferma, me eché en la cama, y te envié a llamar. Venido, ya te acuerdas, comencé por pecados ligeros, dejando los graves para la postre. ¡Oh, sí por ellos hubiera comenzado! Mas no lo hice, por vergüenza, y ésta fue creciendo tanto, que me hacía llorar, y al fin me resolví de no descubrir mis llagas al que las había de curar, diciéndome el demonio: Qué harto más perdería con un hombre como tú que con cualquiera otro, y que buena estaba entonces, que después cuando enfermase lo confesaría todo. Creyendo, pues; más al demonio que a Dios, acabé mi confesión sin manifestarte mis mortales heridas. Absolvísteme, o por mejor decir, condenásteme. Apenas habías salido de mi casa, cuando a mí se me quitó el habla, y tras ella el sentido, y últimamente la vida, y con ella la esperanza de salvarme, y de salir del infierno, a que estoy para siempre condenada. 

Díjole el Padre: Yo te ruego que me digas, qué es ahora lo que más te aflige y acongoja. El ver, dijo, que pude con tanta facilidad librarme de estos tormentos, y no me libré, el ver que me pude confesar y no me confesé; el ver que Dios te trajo de tan lejanas tierras para mi remedio, y me quedé sin él, y que teniéndote a mi cabecera para mi salvación, has sido causa de mi mayor condenación, Esto es, Padre, lo que más me aflige, y me causa trasudores eternos. Y diciendo esto, y dando horribles gemidos, y juntamente haciendo mucho ruido con las cadenas, desapareció. 

Otro caso escribe Juan Heroldo, que estando un fraile de San Francisco confesando a otra mujer, vio el compañero, que a cada palabra que decía le salía un escuerzo o sapo por la boca, y yendo a salir una siempre muy grande se tornó a entrar, y luego todos los demás escuerzos que habían salido. Avisado después de esto el confesor tornó a su casa, mas hallóla ya muerta, y encomendándola a nuestro Señor, se le apareció llena de fuego y tormentos infernales, declarándole cómo por haber callado un pecado no se le perdonó ninguno, y era condenada al infierno. 

“DIFERENCIA ENTRE LO TEMPORAL Y LO ETERNO” 

AÑO 1898 

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El Papa Francisco llama a los fieles a reconocer sus pecados contra el medio ambiente


EL PAPA FRANCISCO LLAMA A LOS FIELES A RECONOCER SUS PECADOS CONTRA EL MEDIO AMBIENTE

El papa Francisco exhortó el sábado a los fieles a tomar conciencia de sus pecados contra el medio ambiente, y expresó su sorpresa de que raramente se hable de ello en la confesión.

"Cuando administro el sacramento de la reconciliación (la confesión), y también cuando lo hacía antes, es inusual que alguien se acuse de violentar la naturaleza, la Tierra, la Creación" declaró el papa al recibir a expertos en teología moral.

"Todavía no tenemos conciencia de este tipo de pecados" se lamentó, y aludió al "grito de la tierra, violada y herida de mil maneras por una egoísta explotación".

"La dimensión ecológica es un componente imprescriptible de la responsabilidad de cada persona y de cada nación" insistió el pontífice argentino que dedicó en 2015 la encíclica "Laudato si" a la protección del planeta.

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La confesión de pecados ¿Es bíblica? ¿Creían los primeros Cristianos en la confesión de pecados?


LA CONFESIÓN DE PECADOS YA ERA PRACTICADA POR LOS JUDÍOS DESDE EL ANTIGUO TESTAMENTO Y ORDENADA POR LA LEY DE MOISÉS
Por Jesús Mondragón 

LA CONFESIÓN SE REALIZABA ANTE EL SACERDOTE JUDÍO Y LOS PECADOS ERAN PERDONADOS MEDIANTE EL SACRIFICIO DE ANIMALES

Levítico 5,5-6
el que es culpable en uno de estos casos confesará aquello en que ha pecado, y como sacrificio de reparación por el pecado cometido, llevará a Yahveh una hembra de ganado menor, oveja o cabra, como sacrificio por el pecado. Y el sacerdote hará por él expiación de su pecado.

Números 5,6-8
«Habla a los israelitas: Si un hombre o una mujer comete cualquier pecado en perjuicio de otro, ofendiendo a Yahveh, el tal será reo de delito.
Confesará el pecado cometido y restituirá la suma de que es deudor, más un quinto. Se la devolverá a aquel de quien es deudor.
Y si el hombre no tiene pariente a quien se pueda restituir, la suma que en tal caso se ha de restituir a Yahveh, será para el sacerdote; aparte del carnero expiatorio con que el sacerdote expiará por él.


II Samuel 12,13
David dijo a Natán: «He pecado contra Yahveh.» Respondió Natán a David: «También Yahveh perdona tu pecado; no morirás.

Proverbios 28,13
Al que encubre sus faltas, no le saldrá bien; el que las confiesa y abandona, obtendrá piedad.

Eclesiástico 4:26
No te avergüences de confesar tus pecados, no te opongas a la corriente del río.


LA CONFESIÓN DE PECADOS CONTINUÓ AL SER ANUNCIADA LA LLEGADA DEL MESÍAS

Mateo 3,5-6
Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.


LOS FARISEOS, IGUAL QUE LOS PROTESTANTES PIENSAN QUE ES UNA BLASFEMIA QUE UN HOMBRE PUEDA PERDONAR PECADOS

Mateo 9,2-3
En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡ Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados.»
Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Este está blasfemando.»


JESUCRISTO NO PERDONÓ AL PARALÍTICO COMO DIOS, LO PERDONÓ COMO HOMBRE

LA BIBLIA DICE QUE DIOS OTORGÓ A LOS HOMBRES EL PODER DE PERDONAR LOS PECADOS

Mateo 9,6-8
Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice entonces al paralítico -: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".»
El se levantó y se fue a su casa.
Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

Juan 20,21-23
Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»


LA CONFESIÓN DE PECADOS SIGUIÓ SIENDO PRACTICADA POR LOS APÓSTOLES

Santiago 5,16
Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder.

Hechos 19,18
Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar sus prácticas.


¿Y si hoy hemos entendido mal estos pasajes de la Escritura? ¿Cómo podemos saber si hemos comprendido correctamente el tema de la confesión? La respuesta a éstas interrogantes es muy sencilla: ¿Creían los primeros cristianos en la confesión de pecados? Si la respuesta a esta pregunta es NO, entonces siempre hemos estado en el error. Pero si la respuesta es SÍ, los equivocados son las sectas. Veamos.

LOS PRIMEROS CRISTIANOS, LOS SUCESORES DE LOS APÓSTOLES, CONOCIDOS COMO PADRES APOSTÓLICOS ENSEÑAN SOBRE LA CONFESIÓN

Didajé (40 - 90 d.C.)

En la iglesia (asamblea) confiesa tus pecados: y no te acerques a tu oración con mala conciencia. Tal es el camino de la vida. 4,14

Orígenes (185 - 254 d.C.)

“Además de esas tres hay también una séptima (razón)
aunque dura y laboriosa: la remisión de pecados por
medio de la penitencia, cuando el pecador lava su
almohada con lágrimas, cuando sus lágrimas son su
sustento día y noche, cuando no se retiene de declarar su pecado al sacerdote del Señor ni de buscar la medicina, a la manera del que dice «Ante el Señor me acusaré a mí mismo de mis iniquidades, y tú
perdonarás la deslealtad de mi corazón»”

“Observa con cuidado a quién confiesas tus pecados; pon a prueba al médico para saber si es débil con los débiles y si llora con los que lloran. Si él
creyera necesario que tu mal sea conocido y curado en presencia de la asamblea reunida, sigue el consejo del médico experto” Homilías sobre los Salmos 37, 2.5

Tertuliano (160 - 220 d.C.)

"rehúyen este deber como una revelación pública de sus personas, o que lo difieren de un día para otro... ¿Es acaso mejor ser condenado en secreto que perdonado en público?" De Paenitencia

Cipriano de Cartago (200 – 258 d.C.)
“Os exhorto, hermanos carísimos, a que cada uno confiese su pecado,
mientras el que ha pecado vive todavía en este mundo, o sea, mientras su confesión puede ser aceptada, mientras la satisfacción y el perdón otorgado por los sacerdotes son aún agradables a Dios” De Lapsi 28; Epístola 16, 2.

Hipólito Mártir (? - 235 d.C.)

“Padre que conoces los corazones, concede a este tu
siervo que has elegido para el episcopado... que en virtud del Espíritu del sacerdocio soberano tenga el poder de «perdonar los pecados» (facultatem remittendi peccata) según tu
mandamiento; que «distribuya las partes» según tu precepto, y que «desate toda atadura» (solvendi omne vinculum iniquitatis), según la autoridad que diste a los Apóstoles” La Tradición Apostólica 3

La confesión de pecados fue enseñada por Moisés en el Antiguo Testamento. Jesucristo dio a los hombres el poder de perdonar los pecados. Los Apóstoles la aconsejan y los primeros Cristianos católicos la han practicado desde el siglo primero. ¿Quiénes son entonces los que están equivocados?

LA CONFESIÓN, SÍ ES BÍBLICA

PAX ET BONUM

Haces lo que te da la gana y crees que por eso eres libre. No lo eres, sólo eres esclavo de tus muchos pecados



HACES LO QUE TE DA LA GANA Y CREES QUE POR ESO ERES LIBRE. NO LO ERES. SOLO ERES ESCLAVO DE TUS MUCHOS PECADOS.
Por Álvaro Molina 

En la antigüedad, cuando un hombre era esclavo de otro hombre, el esclavo hacía la voluntad de su amo. No tenía libertad de hacer nada que fuera distinto a lo que su amo le mandaba. Obviamente el esclavo tenía sus ratos libres, donde podía hacer lo que quería, pero la mayor parte de su vida estaba dedicada a cumplir con la voluntad de su amo. 

En nuestros días, muchos se declaran hombres libres, dueños de sus vidas, que pueden hacer lo que les de la gana. Rechazan todo lo que la Iglesia Católica enseña y con solo escuchar la palabra pecado, señalan a la Iglesia de ser opresiva, de restarle libertades a la humanidad, de oscurantista y muchos otros adjetivos más. 

Y así viven sus vidas, practicando toda clase de pecados de forma habitual, ya sea la fornicación, el adulterio, la pornografía, los actos homosexuales, el robo, la mentira, la calumnia, el asesinato, etc. 

El que mira pornografía habitualmente no es un hombre libre. Es un esclavo del pecado de la pornografía. Esa pobre persona, sea hombre o mujer, no acepta que su comportamiento es un pecado, y piensa que al rechazar el concepto de pecado, está actuando en plena libertad, haciendo lo que le de la gana, sin que nadie le ponga restricciones. 

El esclavo hacía solo lo que el amo le ordenaba. El pecado de la pornografía, o sea el amo, ordena a su esclavo que vea pornografía. Y el esclavo obedece, tontamente convencido de estar actuando en plena libertad. Lo mismo ocurre con quienes son esclavos del pecado del adulterio, de la fornicación, de los actos homosexuales, del robo, de la mentira, del asesinato. Todos ellos creen que son libres, que están actuando por su libre y espontánea voluntad, cuando en realidad solo están obedeciendo las órdenes de su amo, el pecado. Todo comenzó cuando obedecieron la primera orden de su amo, que fue la de creer que lo que están haciendo no es pecado alguno. 

El pecado, como amo celoso, le instruye a sus esclavos que no acepten las "opresivas" reglas de la Iglesia, ya que son solo "imposiciones" que no los dejará ser ellos mismos. Los esclavos por su parte, aceptan. Se dejan llevar por esas voces que hablan de "derechos", que les dicen que "si se siente bien, no está mal hacerlo". Son las voces de otros esclavos, repitiendo lo que sus respectivos amos les dicen, para asegurarse de que todos se mantengan esclavizados, sin intención alguna de librarse de las cadenas de sus pecados. 

Solo Cristo, por medio de su Iglesia, puede darnos plena libertad. El que escucha la voz de los obispos y presbíteros, escucha a Cristo y también escucha al que envió a Cristo, Dios Padre. Las normas que la Iglesia propone no son cadenas opresivas, ni imposiciones despersonalizantes. Se trata de muy necesarias barreras, para mantenernos alejados de esas zonas de peligro, donde el pecado gobierna a quienes se han aventurado en ellas. No mentir, no matar, no cometer inmoralidades sexuales, obedecer a Dios, todas esas normas son normas de vida, para ser plenamente libres, para no tener al pecado como amo, sino que a Dios como el Señor de nuestras vidas. 

Encuentra el dolor por tus pecados, luego ve al templo de tu parroquia. Confiésate, comulga, cumple tu penitencia, y mantente en oración para evitar el pecado.


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Y tú, ¿Te examinas y confiesas los pecados de omisión?



Y TÚ, ¿TE EXAMINAS Y CONFIESAS LOS PECADOS DE OMISIÓN?

Las convicciones que ocultamos por el miedo a que nos tachen de anticuados... 

La blasfemia o el chiste irrespetuoso que complacientemente escuchamos, temerosos del qué dirán si protestamos... 

Los silencios cómplices al no manifestar y defender la Verdad y el Bien, por el miedo a la opinión de terceros... 


Las herejías que toleramos al cura modernista para no incomodarnos por el qué dirán los demás fieles o el propio cura... 

Las preces omitidas que incidieron en almas que no cambiaron de vida y se condenaron porque no hubo quien orase por ellas, haciendo caso omiso a lo que pidió y advirtió la Virgen en Fátima... 

Las misas que no mandamos decir y las oraciones que no hicimos por nuestros parientes y por las almas del purgatorio, en general, para que alcanzaran pronto la bienaventuranza eterna... 

Las tolerancias al mal comportamiento de nuestros hijos para evitarnos problemas... 

Las correcciones que debimos hacer y que por comodidad callamos... 

Las almas que, pudiendo, no engendramos para Dios, pero que nuestro egoísmo disfrazó de "paternidad responsable", acallando nuestro deber de fecundidad... 

La lágrima que vimos rodar en el rostro de quien camina a nuestro lado y por no querernos involucrar, no la enjugamos... 

El suéter que no quisimos quitarnos para darlo aquel mendigo que tiritaba de frío, pues nos costó mucho dinero... 

El pedazo de pan que no compartimos, porque nadie nos lo regaló, y que justificamos diciendo que por nuestro propio esfuerzo lo obtuvimos... 

La riña que no quisimos evitar, para no meternos en problemas que no son nuestros... 

La herida que no quisimos curar, porque no fuimos nosotros quien la hicimos... 

La palabra de aliento o el buen consejo que nunca regalamos a quien encontramos afligido o necesitado, porque "no tenemos tiempo" para ello... 

La paciencia que no mostramos ante los defectos del prójimo... 

El tiempo que negamos para escuchar a alguien que necesitaba hablar, diciéndonos que no podíamos perderlo... 

Los conocimientos que pudimos compartir y que egoístamente nos reservamos... 

La limosna que no ofrecimos, porque -sin tener verdadero fundamento- pretextamos que no queremos contribuir a la mendicidad y ociosidad... 

La sonrisa que no regalamos a aquel que encontramos en el camino, porque no tiene nada que ver conmigo... 

El perdón que no ofrecimos por coraje... 

La disculpa que nuestro orgullo silenció... 

La carta que alguien esperó y nunca escribimos... 

La visita que no hacíamos a nuestros padres o parientes solos o ancianos... 

La formación religiosa deficiente para nuestros hijos (o apenas para la Primera Comunión) y los sacramentos diferidos (deben ser: Bautismo, en peligro de muerte o antes del mes de nacido; Confesión -primero- y Primera Comunión -después-, al llegar al uso de razón, etc.)... 

El adoctrinamiento religioso que no impartimos a nuestros sirvientes... 

El aborto que se cometió y que tal vez nuestro consejo hubiera evitado... 

La visita a ese enfermo o a ese preso que quedó solo en el olvido... 

La medicina que pudimos regalar al enfermo grave y necesitado, pero como alcanzaba a afectar nuestra economía nunca adquirimos... 

La confesión y comunión omitidas que anualmente, al menos, nos obligan los mandamientos de la Iglesia... 

Los días de ayuno y abstinencia de carne rotos en días obligatorios... 

Las misas dominicales a las que no asistimos sin razón suficiente... 

Las oraciones de agradecimiento a Dios que omitimos (¡para pedirle no lo olvidamos!), las visitas de amor al Santísimo sacramento que nunca hicimos, el estudio de nuestra fe que siempre pospusimos, la lectura espiritual que no realizamos nunca.... todo con la excusa de que no disponemos de tiempo o estamos muy, muy, pero muy agotados... 

En fin...TODO AQUELLO QUE PUDIENDO Y DEBIENDO HACER NO REALIZAMOS POR PEREZA O EGOÍSMO.


Obrar bien no solo consiste en evitar el mal, pues las omisiones culpables también son pecados. 


Debemos, pues obrar el bien y no solo evitar el mal. 

Qué pena y dolor por todo aquello que hemos omitido durante nuestra vida. Habrá algunas omisiones reparables... Otras ya no tienen remedio. 

Pidamos perdón a Dios por todas y acusemos al Confesor las que hayan sido materia grave y corrijamos todo aquello que todavía sea reparable. 

El creyente realmente debe, positivamente, amar a Dios sobre todas las cosas, y a su prójimo en la misma medida que a sí mismo se ama. No olvides, pues, examinar frecuentemente también los pecados de omisión (y especialmente al realizar el examen de conciencia, pues no basta analizar los mandamientos de Dios, de la Iglesia y los pecados capitales). Aquí solo hemos enumerado algunos. Analiza tus particulares obligaciones sobre tu estado de vida, y cuáles se desprenden de esto.

Santiago 4,17
AQUEL, PUES, QUE SABE HACER EL BIEN Y NO LO HACE, COMETE PECADO.

Fuente Catolicidad

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