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Un sacerdote reveló mis pecados confesados, ¿qué debo de hacer?



Antes que nada, quiero agradecerte por confiar en mí y compartir tus inquietudes. Entiendo que descubrir que un sacerdote haya revelado tus pecados confesados puede ser una experiencia muy dolorosa y desalentadora. Quiero que sepas que estoy aquí para acompañarte en este proceso y ofrecerte orientación basada en la enseñanza de la Iglesia Católica.

Primero que todo, quiero recordarte que la confesión es un sacramento sagrado y confidencial. La Revelación de los pecados confesados es una violación grave del deber de sigilo sacerdotal. La Iglesia Católica enseña claramente sobre el sigilo sacramental en el Catecismo de la Iglesia Católica, en el numeral 1467: "El secreto de la confesión no admite excepciones. En efecto, el sigilo sacramental es inviolable; por eso, el fiel está obligado a guardar secreto sobre los pecados confesados."

Si te encuentras en una situación en la que sientes que tus confesiones han sido reveladas, te recomendaría tomar algunos pasos específicos. En primer lugar, considera hablar directamente con el sacerdote involucrado. No como una confrontación hostil, sino como una conversación en la que puedas expresar tus preocupaciones y buscar una explicación. Es posible que haya habido malentendidos o malinterpretaciones, y ser transparente acerca de tus sentimientos puede ser el primer paso para resolver la situación.

Si, después de hablar con el sacerdote, no encuentras una resolución satisfactoria o si sientes que la violación del sigilo es grave, puedes considerar hablar con el superior jerárquico del sacerdote o con el obispo de la diócesis. El Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1468 destaca la responsabilidad del sacerdote al afirmar: "Todo confesor que oye confesiones está obligado a mantener un secreto absoluto respecto de los pecados conocidos por razón de esa confesión, no pudiendo dar de ellos indicio ni por palabras ni por cualquier otro medio."

En tu situación, la justicia y el respeto por el sacramento exigen que se tomen medidas adecuadas para corregir la situación y garantizar que el sacramento de la confesión se preserve en su integridad. La Iglesia tiene procedimientos establecidos para abordar estas cuestiones, y es importante seguir esos canales para buscar una resolución justa y apropiada.

Además de abordar la situación práctica, quiero animarte a que no pierdas la fe en el sacramento de la confesión ni en la Iglesia. La Iglesia, a pesar de las fallas de sus miembros individuales, sigue siendo la comunidad a la que Cristo nos llamó. A veces, los errores de las personas pueden nublar nuestra visión de la verdad y la belleza de la Iglesia, pero recuerda que la Iglesia es más que sus miembros individuales.

En momentos difíciles como este, es importante recordar la misericordia de Dios. La confesión es un regalo precioso que Dios nos ha dado para experimentar su perdón y reconciliación. No permitas que esta situación afecte tu relación con Dios ni tu búsqueda de santidad. Si bien la confianza en los hombres puede verse afectada, la confianza en Dios y en su misericordia siempre puede ser restaurada.

Me gustaría recordarte las palabras del Salmo 103,12: "Tan lejos de nosotros echó nuestras culpas como está el oriente del occidente." Dios es misericordioso y está listo para perdonarnos y restaurarnos cuando nos acercamos a Él con un corazón contrito.

En el Evangelio de Mateo 18,15, Jesús nos enseña sobre la reconciliación fraternal, diciendo: "Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos; si te escucha, has ganado a tu hermano." En este contexto, podrías considerar buscar un diálogo constructivo con el sacerdote en cuestión, recordándole de manera amorosa su responsabilidad y buscando la reconciliación.

Recuerda que la fe cristiana es una jornada, y en esa jornada, a veces nos encontramos con desafíos inesperados. En lugar de desanimarte, úsalos como oportunidades para crecer en tu relación con Dios. La misericordia divina es infinita, y Dios puede transformar incluso las situaciones más difíciles en ocasiones para el crecimiento espiritual y la renovación.

Finalmente, no dudes en buscar apoyo y orientación espiritual adicional. Habla con otros sacerdotes de confianza, amigos cercanos o consejeros espirituales que puedan ofrecerte apoyo y dirección en este momento desafiante. La comunidad espiritual está aquí para ayudarte a avanzar en tu fe y superar los obstáculos en el camino.

Que la paz y la gracia de nuestro Señor Jesucristo estén contigo mientras enfrentas esta situación. Estoy aquí para cualquier pregunta adicional o para ofrecerte más orientación. ¡Dios te bendiga, amigo!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Puedo confesarme más de una vez al día?


Primero que todo, ¡la respuesta corta es sí, puedes confesarte más de una vez al día! La Iglesia Católica anima a la confesión frecuente, ya que es una oportunidad para la reconciliación y el crecimiento espiritual.

Ahora, permíteme ahondar un poco más en esto. La confesión es un regalo precioso que nos ofrece la posibilidad de arrepentirnos, recibir el perdón de Dios y renovar nuestra relación con Él. En el Catecismo de la Iglesia Católica, se nos enseña que "el acto penitencial, que introduce en la celebración de la Eucaristía, incluye en sí mismo el juicio sobre los pecados y la disposición a la reconciliación" (CIC 1440). Así que, desde el principio, vemos cómo la confesión está integrada en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia.

En cuanto a la frecuencia de la confesión, no hay una regla estricta que diga cuántas veces puedes confesarte en un día. De hecho, la Iglesia nos anima a confesarnos regularmente, y muchos fieles encuentran beneficio en hacerlo mensualmente o incluso más a menudo. No hay límite impuesto porque, en última instancia, la confesión se trata de tu relación personal con Dios y de buscar constantemente la santidad.

La Biblia nos ofrece palabras hermosas sobre el perdón y la reconciliación. En el Evangelio de Juan, Jesús dice a sus discípulos: "A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos" (San Juan 20,23). Aquí, vemos cómo Jesús otorga a sus apóstoles la autoridad para perdonar pecados, lo cual se sigue practicando en el sacramento de la confesión.

Además, en el Padrenuestro, la oración que Jesús nos enseñó, pedimos a Dios que "perdone nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mateo 6, 12). Esto nos recuerda la importancia del perdón y la reconciliación en nuestra vida diaria.

En términos más prácticos, ¿por qué alguien podría querer confesarse más de una vez al día? Bueno, las razones pueden ser diversas. Quizás experimentas una tentación fuerte y caes en el mismo pecado durante el día. La confesión te ofrece una oportunidad inmediata para arrepentirte y recibir la gracia de Dios.

Otra razón podría ser que estás trabajando en un área particular de tu vida espiritual y te beneficias de una confesión más frecuente como un medio para mantenerte enfocado en tu crecimiento y superar los desafíos específicos.

Y si bien es un gran signo de tu interés por la vida de la gracia el querer confesarte más de una vez al día, te aconsejaría tener cuidado en no convertirte en una persona escrupulosa (obsesión excesiva con la rectitud, que espiritualmente hablando hace referencia a un temor de "estar sucio" ante Dios y experimentar una sensación de estarle fallando todo el tiempo). Cuando buscamos ser más cercanos a Dios, podemos volcarnos en exceso hacia la autocrítica y la preocupación constante por el pecado. Sin embargo, es crucial recordar que Dios es un Padre amoroso y misericordioso que desea nuestra reconciliación y crecimiento espiritual y que comprende nuestras caídas y nos ayuda a levantarnos.

Si bien la confesión es un sacramento valioso, no debemos permitir que el escrúpulo nos impida experimentar la paz y la alegría de la vida en Cristo. Si sientes que las preocupaciones excesivas sobre el pecado te están afectando, te animaría a hablar con tu párroco o con un guía espiritual. Ellos pueden ofrecerte orientación personalizada y ayudarte a navegar por estas aguas de forma saludable y equilibrada. ¡Recuerda que Dios siempre te recibe con amor y paciencia!

En última instancia, la confesión no es solo sobre el perdón de los pecados, sino también sobre el fortalecimiento de nuestra relación con Dios y la comunidad cristiana. En el Catecismo, leemos que la confesión reconcilia "con Dios y también con la Iglesia" (CIC 1424). Es un acto de humildad, sinceridad y amor que nos acerca más a Dios y a nuestra comunidad de fe.

En resumen, amigo mío, el sacramento de la confesión es un tesoro en nuestra vida espiritual. Puedes confesarte más de una vez al día (trata de que esto sea solo cuando realmente sea necesario), y la Iglesia incluso anima la confesión regular (sin caer en exageraciones escrupulosas). 

Si alguna vez tienes preguntas específicas sobre la confesión o si sientes la necesidad de confesarte más a menudo, te animaría a hablar con tu párroco. Ellos están ahí para guiarte y apoyarte en tu camino de fe. 

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Es exactamente igual de válido recibir la Comunión del Sacerdote que de un Ministro Extraordinario?


Para responder a esta pregunta, es necesario tener en cuenta la enseñanza de la Iglesia Católica y las Sagradas Escrituras.

En primer lugar, es importante recordar que la Eucaristía es el sacramento central de nuestra fe católica. En la Misa, el pan y el vino se convierten verdaderamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo a través de la consagración realizada por un sacerdote válidamente ordenado. Esta creencia en la presencia real de Cristo en la Eucaristía se basa en las palabras de Jesús durante la Última Cena, cuando dijo: "Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre" (Mateo 26, 26-28).

Dado que la Eucaristía es un sacramento tan importante, la Iglesia Católica ha establecido ciertos requisitos para asegurar su validez y dignidad. Uno de estos requisitos es que la consagración debe ser realizada por un sacerdote válidamente ordenado. La ordenación sacerdotal confiere al sacerdote el poder sacramental de consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En este sentido, recibir la Comunión del Sacerdote tiene una mayor solemnidad y significado sacramental que recibirla de un Ministro Extraordinario. Los Ministros Extraordinarios son aquellos fieles designados por el obispo para ayudar en la distribución de la Comunión cuando hay una gran cantidad de fieles o cuando hay una necesidad pastoral. Estos ministros pueden ser diáconos, religiosos o laicos debidamente autorizados.

Si bien los Ministros Extraordinarios distribuyen la Comunión de manera válida, es importante tener en cuenta que su función es complementaria y está destinada a ayudar al sacerdote en su labor pastoral. El sacerdote, como sucesor de los apóstoles, tiene la responsabilidad y el poder sacramental de consagrar el pan y el vino en la Eucaristía.

En cuanto a la validez de recibir la Comunión del Sacerdote en comparación con un Ministro Extraordinario, es exactamente igual de válido recibirla de uno o de otro. Si recibes la Comunión de manos del Sacerdote o del Ministro Extraordinario estarás recibiendo a nuestro Señor Jesucristo. Es importante destacar que la validez del sacramento no depende del ministro que lo administre, sino de la correcta realización de los ritos sacramentales y la intención adecuada.

En otras palabras, si el sacerdote realiza correctamente la consagración del pan y el vino y tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia, entonces la Eucaristía es válida, independientemente de quién distribuya la Comunión. 

Además, es importante tener en cuenta que la participación plena y activa en la Misa implica no solo recibir la Comunión, sino también escuchar y reflexionar sobre la Palabra de Dios, orar junto con la comunidad y participar en los ritos litúrgicos. La Comunión es el punto culminante de la Misa, pero no es el único aspecto importante de nuestra participación en la liturgia.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Pregúntale al sacerdote: "¿Me puede explicar el Sacramento de la Confirmación de manera sencilla?"


El sacramento de la confirmación es uno de los siete sacramentos de la Iglesia Católica, y se refiere al acto por el cual un cristiano recibe el Espíritu Santo y se fortalece en su fe. La confirmación se basa en las enseñanzas de la Biblia y en la tradición de la Iglesia, y es un momento importante en la vida de un católico que marca su entrada en la vida adulta de la fe.

El sacramento de la confirmación se administra mediante la imposición de manos del obispo o de un sacerdote delegado, quien unge al candidato con óleo sagrado. El rito simboliza la transmisión del Espíritu Santo al creyente, fortaleciéndolo en su fe y compromiso con la Iglesia.

El sacramento de la confirmación se basa en varios pasajes bíblicos que se refieren a la acción del Espíritu Santo en la vida de los creyentes. Uno de los más importantes es el relato de Pentecostés en el Libro de los Hechos de los Apóstoles. En Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos y les dio el poder de hablar en lenguas y de predicar el evangelio con valentía. Este evento marcó el comienzo de la Iglesia, y se considera una prefiguración del sacramento de la confirmación.

Otro pasaje bíblico que se relaciona con la confirmación es el relato del bautismo de Jesús en el río Jordán. En ese momento, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma de paloma, y se escuchó la voz del Padre diciendo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia" (Mateo 3:17). El bautismo de Jesús es un modelo para el bautismo de los creyentes, y la confirmación se considera una continuación de ese bautismo inicial, en la que el Espíritu Santo viene a fortalecer la fe del creyente.

El sacramento de la confirmación también se relaciona con la tradición de la Iglesia, que se remonta a los primeros siglos del cristianismo. En la Iglesia primitiva, el rito de la confirmación se realizaba inmediatamente después del bautismo, y se consideraba una parte integral de la iniciación cristiana. Con el tiempo, la confirmación se separó del bautismo y se convirtió en un sacramento independiente, pero su relación con el bautismo se mantiene hasta el día de hoy.

El sacramento de la confirmación tiene varios efectos importantes en la vida del creyente. En primer lugar, fortalece su fe y compromiso con la Iglesia. El Espíritu Santo le da al creyente la fuerza y el valor para vivir su fe en un mundo cada vez más secularizado y hostil a la religión. Además, la confirmación lo une más estrechamente a la comunidad de la Iglesia, y lo convierte en un miembro pleno de la comunidad de los fieles.

En conclusión, el sacramento de la confirmación es un momento importante en la vida de un católico, que marca su entrada en la vida adulta de la fe. Se basa en las enseñanzas de la Biblia y en la tradición de la Iglesia, y se considera una continuación del bautismo inicial. A través de la confirmación, el creyente recibe el Espíritu Santo y se fortalece en su fe, lo que le permite vivir su compromiso con la Iglesia y enfrentar los desafíos del mundo moderno.

Es importante destacar que el sacramento de la confirmación no es obligatorio para la salvación, pero se considera un paso importante en el camino hacia la madurez espiritual y el compromiso con la Iglesia. Por lo tanto, es importante que los católicos se preparen adecuadamente para recibir el sacramento, lo que implica una formación sólida en la fe y una actitud de apertura y disposición a recibir los dones del Espíritu Santo.

En resumen, el sacramento de la confirmación es un momento importante en la vida de un católico, que se basa en las enseñanzas de la Biblia y en la tradición de la Iglesia. A través de la imposición de manos y la unción con óleo sagrado, el creyente recibe el Espíritu Santo y se fortalece en su fe, lo que le permite vivir su compromiso con la Iglesia y enfrentar los desafíos del mundo moderno.

Autor: Pbro. Ignacio Andrade.

Confesarse por teléfono o por internet, ¿por qué no es válido?




¿Es posible confesarse por teléfono o internet? La experiencia de la pandemia de covid-19 nos ha llevado a una cuarentena que trastornó nuestra vida y tal parece que esa enfermedad se va a quedar activa entre nosotros durante mucho tiempo.

Qué impresionante ver las ciudades del mundo y las nuestras con sus plazas y calles vacías. Se cerraron todos los lugares de encuentro entre las personas, playas, estadios, centros nocturnos, restaurantes, jardines y parques.

También se cerraron las iglesias y no se celebraron los Sacramentos a no ser a través de los medios de comunicación y, de esa forma, tenemos la experiencia de las comunidades virtuales en tiempo real.  Muchos católicos participan aún de la Santa Misa a larga distancia y para ellos es un consuelo espiritual muy importante… pero no es lo mismo.

Nos quedamos con hambre de la Eucaristía, en ocasiones nos hemos quedado sin comulgar y tuvimos que conformarnos con nuestra comunión espiritual. Sufrimos un ayuno eucarístico y tenemos hambre de la Santa Comunión.

¿Se puede recibir la comunión de forma virtual?

Desde luego que NO. Se puede participar en la celebración de una Misa trasmitida en vivo por televisión o internet, pero el hecho de que no podamos recibir la santa Comunión en ella nos hace ver la necesidad de la presencia real tanto del ministro como la de los participantes en la celebración Eucarística.

Las Misas trasmitidas son un excelente consuelo para los ausentes, pero no se pueden celebrar los sacramentos a larga distancia. La celebración de cada uno exige la presencia física.

Lo mismo pasa con el Sacramento de la Reconciliación.

La confesión debe ser presencial

Aunque ustedes no lo crean todavía hay mucha, mucha, gente que acostumbra confesarse con frecuencia. Para ellos, el no tener sacerdotes disponibles debe ser  una experiencia dolorosa, sobre todo porque sienten muy cercano el peligro de la muerte.

Indudablemente, al reabrirse las iglesias los sacerdotes tendremos mucho trabajo confesando a los feligreses que también tienen hambre del perdón de los pecados por medio del Sacramento de la Reconciliación.

¿Es posible confesarse por teléfono?

Una pregunta frecuente que los fieles han hecho durante el aislamiento social por la pandemia de covid-19 es si se puede hacer una confesión por teléfono o por alguna plataforma en internet.

La respuesta también es NO, no es posible confesarse por teléfono, ni por internet. 

Y no se trata solamente de la inseguridad de las vías de comunicación que pondrían en peligro el secreto de la confesión, sino del hecho de que para la validez de los sacramentos se requiere la presencia física del ministro y de los que reciben los sacramentos. Así lo pide la Iglesia.

A mí me maravilla la previsión de la Iglesia y su oportunidad en cualquier tiempo de nuestra vida. El 20 de junio de 1602, la Iglesia, a través de un decreto del Santo Oficio, declaraba que no es válido confesarse ante un confesor ausente y recibir la absolución de él, por medio de una carta o de un mensajero.

En 2002 la Iglesia publicó el documento La Iglesia e Internet, en el que leemos (9): “La realidad virtual no sustituye la presencia real de Cristo en la Eucaristía, ni la realidad sacramental de los otros Sacramentos, ni tampoco el culto compartido en una comunidad humana de carne y hueso. No existen los Sacramentos en internet…”

Un obispo dijo…

Se supone que los obispos son los maestros de la comunidad, pero no falta por ahí algún obispo que enseña algo diferente a lo que enseñan los demás obispos, lo que no tendría importancia si fuera sobre algo circunstancial.

Lamentablemente alguno ha permitido a sus fieles confesarse por teléfono. Esperamos que la Iglesia lo invite a retractarse. Cabe la posibilidad de que haya sido mal interpretado y que lo que quiso decir es que es posible prepararse a la confesión por teléfono en espera del confesor.

¿Hay confesión espiritual?

Sí. Se llama “un acto de contrición”. La contrición es una respuesta del pecador a la gracia divina que lo lleva a detestar el pecado no por miedo al castigo, sino por el amor de Dios y a Dios. Implica el propósito de no volver a pecar, de satisfacer por los pecados cometidos y la promesa de confesarse lo antes posible.

La Iglesia Católica siempre ha enseñado que, por ejemplo, en peligro de muerte o ante la ausencia de confesores, un acto de contrición perfecta nos justifica delante de Dios en espera de recibir la reconciliación de la Iglesia.

El acto penitencial al principio de nuestras Misas puede llamarse una reconciliación espiritual y lo mismo pasa con otros actos de piedad.

En las escuelas de los jesuitas se enseñaba a los alumnos a hacer un examen de conciencia antes de ir a dormir y a pedir perdón de los pecados.

Los fieles piadosos acostumbran rezar el “Yo pecador” en ocasiones de peligro.

Es bueno ser conscientes de que somos pecadores, y es bueno pedir constantemente perdón a Dios y dar las gracias por su gracia.

“¡Yo me opongo!” Impedimentos para casarse por la Iglesia


Es clásico en las películas y telenovelas que cuando, él o la protagonista, van a celebrar su Matrimonio, a medio melodrama aparezca alguien que se opone a la boda por una razón oculta, y que ahí se pone en evidencia. ¿Qué tan cierto es esto? Esta inquietud da pie al siguiente artículo sobre impedimentos para casarse por la Iglesia.

Que hable o calle para siempre

Cuando pensamos en una boda por la Iglesia esta idea de que alguien puede llegar e impedirla es más fantasía que realidad.

Y es que, no existe dentro del rito del matrimonio un momento en que le sacerdote diga: “¿Alguien conoce algún impedimento para que se realice esta boda?” Ni, mucho menos, dice: “Hable ahora o calle para siempre”.

Por lo tanto, no hay una oportunidad para que alguien se levante y declare sobre algún impedimento, aunque, claro, no falta algún “aventado” que interrumpa la celebración por esto o por cualquier otro motivo.

Sin embargo, el hecho de que no exista esta posibilidad dentro de la celebración, no quiere decir que la Iglesia no se asegure de que existan impedimentos para la celebración del Matrimonio; en gran medida esto tiene que ver con los requisitos que se piden.

El Matrimonio es sagrado

No está por demás recordar que el Matrimonio es para la Iglesia un Sacramento, esto que quiere decir que no se constituye sólo por el amor de la pareja, sino por una llamada que hace Dios a los novios para que su alianza conyugal sea signo y presencia de su amor Creador y Redentor.

Para que esta altísima misión sea posible, Dios enriquece a los esposos con una gracia particular de manera que puedan cumplir con todos los compromisos que se desprenden del sagrado matrimonio.

Y cuando digo “sagrado matrimonio” no lo hago como una fórmula elegante o piadosa, el matrimonio es sagrado por lo que en el se fundamenta: la familia; y en la familia se sostiene la Iglesia y la sociedad.

La Iglesia salvaguarda el Matrimonio

Partiendo de la convicción de lo sagrado del Matrimonio sacramental, la Iglesia se asegura que quienes van a recibirlo lo hagan libres de cualquier atadura que les impida llevarlo a buen término.

Para ello se tienen que cumplir una serie de pasos que, como ya lo he apuntado, tienen como finalidad salvaguardar la sacralidad del matrimonio.

Es una realidad que mucha gente se casa por moda, por un motivo meramente social, por la seducción de la banalidad, por inercia, por una mera costumbre.

Con las catequesis que se dan previamente a la celebración del Sacramento se logra conducir su intención hacia aquello por lo cual el Señor nos dejó el sacramento del Matrimonio.

Sin embargo, en otros casos no se logra y hay personas que, con tal de salirse con la suya, son capaces de lo que sea con tal de casarse por la Iglesia.

Aunque la Iglesia no es el FBI ni ninguna institución de investigación especializada, tiene algunos elementos para asegurarse que los novios se presentan con recta intención y que no hay impedimento alguno para que puedan casarse ante Dios. Estos elementos son:

Filtro 1. Libro de Bautismo

En el libro de Bautismos se encuentra todo el historial religioso de una persona.

Cuando se es bautizado, el acto se asienta en un libro llamado “libro de Bautismos”, donde por cada acta hay un espacio para “notas marginales”, y allí se anotan los sacramentos que recibe la persona.

Por ejemplo, cuando recibes la Confirmación, si fue en la misma parroquia de tu Bautismo, allí mismo se anota, tanto en el libro de Confirmaciones como en las notas marginales del libro de Bautismos.

Y si te Confirmaste en otra parroquia, el párroco de ese lugar debe de notificar a la parroquia donde te bautizaste que fuiste confirmado, para que lo asiente en las notas marginales.

Lo mismo sucede con el Matrimonio, cuando te casas por la Iglesia, además de asentarse el acto en el libro de Matrimonios, también se asienta en el libro de Bautismos.

Por eso, cuando te vas a casar, se te pide una “fe de Bautismo actualizada”, pues el notario parroquial irá al libro de Bautismos y verá si hay algo anotado en las notas marginales. Y si no hay nada, cuando te entregan la fe de bautismo actualizada dice “sin notas marginales”.

Con ello consta que no te has casado previamente con nadie o que hayas recibido el sacramento del Orden o hayas hechos votos religiosos, por lo cual no podría celebrarse el Matrimonio.

Filtro 2. Entrevista matrimonial

Otra manera es a través de la entrevista matrimonial. El sacerdote se encuentra con el novio y la novia por separado y con dos testigos por cada uno.

Allí se les interroga sobre sus intenciones al casarse, también sobre algunos aspectos de su vida que eventualmente podrían impedir el Matrimonio y, sobre la conciencia de aquello que están pidiendo a la Iglesia.

La entrevista con los testigos ayuda a asegurar lo dicho por los novios.

El sacerdote levanta un acta de esas entrevistas y anota la impresión que le ha dejado escuchar a todas las personas.

Esto ayuda mucho en el futuro cuando, por desgracia, se pueda dar un proceso de nulidad matrimonial, aquí se podrán encontrar indicios de las condiciones previas al Matrimonio.

Filtro 3. Las amonestaciones

Las “amonestaciones” son unos documentos que se exhiben mínimo por 3 semanas en las iglesias donde se publica la pretensión de los novios de casarse.

Y aquí sí, se ruega a la feligresía en general a que digan si conocen algún impedimento para que celebre la boda.

Si alguien tiene algo que denunciar, no va a interrumpir la celebración, va a ir al párroco y a decirle lo que le consta para que, simple y sencillamente si la acusación se demuestra, no se proceda al Matrimonio.

Quiere decir todo esto que, si se llega a celebrar un sacramento del Matrimonio, se han llevado a cabo estos pasos previos y, por lo tanto, se procede a la celebración constando que no hay impedimento alguno.

Pero, ¿qué se entiende por impedimento? Se entiende por impedimento aquellos elementos que, de existir, no permiten que se realice el sacramento del Matrimonio, y si se realiza lo hacen nulo, es decir, que no tiene validez.

¿Qué impedimentos pueden existir?


Hay varios tipos de impedimentos, y aquí los iré enunciando:

1. Impedimentos que nacen de circunstancias personales, es decir, de la condición en la que se encuentra cada persona, por ejemplo:

– Impedimento de edad, es decir, si se es menor de edad. Según el canon 1083 las edades mínimas para contraer matrimonio son de 16 años para el varón y 14 para la mujer.

– Impedimento de impotencia antecedente y perpetua, es decir, una persona que no pueda procrear y que esto se sepa antes del Matrimonio y que no tenga cura.

2. Impedimentos que nacen de causas jurídicas, es decir, que se opongan a normas establecidas o que la persona esté vinculada a otro compromiso o que haya hecho algo que le impida casarse:

– Impedimento de vínculo o ligamen, es decir, que esté casado con otra persona.

– Impedimento de disparidad de cultos es cuando uno de los dos no es católico. Este impedimento puede quitarse con el permiso del Obispo de la Diócesis.

– Impedimento de orden sagrado, es decir, que el varón sea sacerdote o diácono que haya hecho promesa de celibato.

Este impedimento también puede quitarse cuando el sacerdote o el diácono pide al Papa la separación del ejercicio de ministerio y la dispensa de la promesa celibataria.

–Impedimento de voto público y perpetuo de castidad en un instituto religioso, este caso es semejante al anterior, pero se refiere a los votos que hacen los religiosos.

3. Impedimentos que nacen de delitos, es decir, cuando uno de los novios sea por sí mismo o sea a través de otra persona, comete una falta como las siguientes:

– Impedimento de rapto: naturalmente se refiere a que uno de los novios rapta a la otra parte para obligarle a casarse.

– Impedimento de crimen: que puede ser cuando se violenta la libertad de una persona amenazándola de muerte para casarse, o cuando se amenaza a un familiar.

O pero aún, cuando por casarse con otra persona, cuando ya se está casado, se asesina al cónyuge para “quedar libre” (la realidad supera a la imaginación, decía mucho mi profesor de Derecho Canónico).

4. Impedimentos de parentesco, es decir, hay relaciones interpersonales por:

– Impedimento de consanguinidad: no se puede celebrar un Matrimonio entre parientes en línea recta en todos los grados, y en línea colateral hasta el cuarto grado inclusive.

5. Impedimento de afinidad es aquel que surge por el parentesco en una persona y los parientes de alguno de los cónyuges, son aquellos que llamamos “familia política”.

6. Impedimento de pública honestidad es cuando un matrimonio declarado nulo no permite que uno de los cónyuges se case con alguno de los familiares de su “expareja”.

7. Impedimento de parentesco legal es el que no permite el matrimonio de un padre adoptivo con su hija adoptiva y viceversa, o con los descendientes del hijo o de la hija adoptiva.

Conclusión

Aquí podría correr la tinta, pero lo importante es lo primero que dijimos: el Matrimonio es un Sacramento que todos debemos de cuidar, pues así como queremos sacerdotes santos y entregados a su vocación, también queremos matrimonios santos y entregados a su vocación.

Por ello, la Iglesia siempre cuidará, con los medios que tiene a su alcance, que aquellos novios que pretendan casarse, lo hagan con recta intención y conscientes del don maravilloso que van a recibir de Dios a través del ministerio de la Iglesia.

Cuidando al Matrimonio, garantizamos familias fuertes, una sociedad sana y una Iglesia santa.

Santa María Micaela del Santísimo Sacramento Fundadora


SANTA MARÍA MICAELA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
FUNDADORA
Año 1865
15 junio

Santa Micaela: tú que aprovechaste tu temperamento tan fuerte,
para dedicar todas tus energías a salvar las almas,
haz que también nosotros aprovechemos las cualidades que Dios nos dio,
para lograr llevar muchas almas al cielo, y la nuestra también. Amen.

Micaela significa: Dios es mi fuerza.

Esta mujer heroica que nació en Madrid España en 1809, tuvo que pasar por situaciones verdaderamente amargas, antes de llegar a la santidad. Era todavía muy joven cuando murió su madre. Su padre murió también inesperadamente. Su hermano Luis pereció en un accidente al caerse de un caballo, y su hermanita Engracia fue llevada imprudentemente por una niñera a ver la escena del ahorcamiento de un criminal y la jovencita al ver esta escena se enloqueció. Le quedaba una hermana, Manuela, pero esta tuvo que salir al destierro porque los enemigos políticos de su esposo se apoderaron del gobierno.

Recibió una educación muy seria. Empieza un noviazgo, y después de tres años de amistad muy armoniosa, y muy santa con su novio, este de un momento a otro se aleja, porque sus familiares se lo han ordenado así. Entonces las lenguas maledicientes se dedican a hablar mal de Micaela. Ella en su autobiografía añade: "En vez de hablar de esto con mis amistades, lo que hacíamos era llevar cuenta de los rezos que hacíamos, y ver quién había rezado más".

Su hermano fue nombrado embajador en París, y después en Bruselas (Micaela era de familia de alta clase social española). Ella tuvo que acompañarlo y entonces empezó una vida muy especial: madrugar muchísimo para alcanzar a hacer sus prácticas de piedad, ir a la Santa Misa, comulgar y aprovechar la mañana para hacer sus obras de caridad. De mediodía en adelante asistir a banquetes diplomáticos, bailes, funciones de teatro, salir de paseo a caballo, rodeada de gente de la aristocracia y mostrarse siempre alegre y sonriente a pesar de los dolores continuos de estómago a causa de una especie de cáncer que parecía devorarle el vientre.

Ante tantísimos peligros para su virtud, lo que conservaba en gracia de Dios a la joven y elegante Micaela era su comunión diaria, las mortificaciones que hacía y el haber encontrado un santo director espiritual, el Padre Carasa. Una de sus mortificaciones consistía en que cuando iba a funciones de teatro (donde la gente se presenta muy deshonestamente vestida) ella se colocaba unos anteojos que por más que esforzara la vista no le dejaban ver lo que pasaba en el escenario.

Mientras por las tardes y noches tenía que estar en las labores mundanas de la diplomacia, por las mañanas estaba visitando pobres, enfermos e iglesias muy necesitadas y dejando en todas partes copiosas limosnas (su familia era muy adinerada). Nadie podía imaginar al verla tan elegante en las fiestas sociales, que esa mañana la había pasado visitando casuchas y ayudando a gentes abandonadas.

Al volver a España la invitaron en Burdeos a una reunión en la casa del Cónsul. Allí la esperaba el Sr. Arzobispo para pedirle que hiciera de mediadora frente a unas monjitas que engañadas por un jansenista (los jansenistas son herejes que dicen que quien no es santo no puede recibir ningún sacramento) se habían rebelado contra el arzobispo. Micaela, aprovechando su admirable simpatía que le hacía ganarse a las gentes, se fue al convento y obtuvo que las religiosas hicieran unos días de Ejercicios Espirituales, y al final de esos Retiros, las monjitas, presididas por nuestra santa, hicieron la paz con el Sr. Arzobispo.

El Padre Carasa le recomendó que al volver a Madrid se entrevistara con una dama muy santa llamada María Ignacia Rico. Así lo hizo y entonces aquella caritativa mujer la llevó al hospital San Juan de Dios, donde estaban las mujeres de mala vida que caían enfermas. La santa afirma que "allí sufren el olfato, la vista, el tacto, los oídos" y que "todos los sentimientos tienen allí ocasión para padecer". Micaela ni siquiera sabía que existía esa clase de mujeres y nunca se había imaginado que los hombres dieran un trato tan injusto y cruel a esas pobres criaturas, después de haberlas corrompido.

Aquel espectáculo del hospital fue para Micaela como una revelación del cielo. Y cuando supo no sólo la situación horrorosa de esas pobres muchachas enfermas en el hospital, sino la espantosa vida que les esperaba cuando salieran de allí, pensó que era absolutamente necesario hacer algo concreto para ayudarlas. Y con su amiga María Ignacia consiguieron una casita para llevar allí las muchachas en peligro para preservarlas, y a las que ya habían sido víctimas, para redimirlas y salvarlas.

Y sucedió entonces que alrededor de Micaela hubo una verdadera tormenta de incomprensiones y abandonos aun de sus mejores amistades. Ahora se cumplía la antigua frase de San Ignacio: "El mundo no tiene oídos para poder escuchar tan grande estruendo". ¿A quién se le iba a ocurrir que una mujer de la más alta clase social, emparentada con las familias más ricas y famosas de la capital, se fuera a dedicar a cuidar prostitutas o mujeres de mala vida? Todas sus antiguas amistades se negaron a ayudarle, y ya ni la reconocían como amiga.

Y luego sucedió lo que ninguno había esperado: Micaela dejó su casa elegante en un barrio rico y se fue a vivir con unas pobres mujeres de mala vida en una casucha miserable, para poder transformarlas en personas honradas y santas.

Al Sr. Arzobispo le llevan cuentos y calumnias y entonces él envía a un sacerdote para que saque de la Casa de Micaela el Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote llega, la santa se dedica a orar por él, y éste, después de rezar unos minutos de rodillas, cambia de parecer y se va sin llevarse el Santísimo Sacramento.

Le llega un director espiritual demasiado rígido que el prohíbe hacer caso a los mensajes interiores que Dios le da. Una voz le dice: "Micaela, se va a incendiar la sacristía", pero ella no puede hacer caso a esto, y tiene que dejar que suceda. Otra voz le dice: "Le echaron veneno a la comida", pero como el director le prohibió hacer caso a esas voces empieza a comer. Sólo que al sentir el sabor tan desagradable de aquel alimento, se dice: "Aunque fuera sin voces, yo no me comería esto por lo asqueroso", y se detiene. Pero alcanza a enfermarse bastante. Afortunadamente, en vez de ese equivocado director le llega un santo de primera clase, a dirigirla, es San Antonio María Claret, y bajo su dirección sí puede progresar grandemente en santidad.

Son las diez de la mañana y no hay con qué hacer desayuno para tantas jóvenes. Llega un misionero de Filipinas y la santa le cuenta su terrible situación. El misionero le entrega una moneda de oro que le han regalado. Corren a comprar alimentos, y las muchachas exclaman: - ¡La superiora nos estaba haciendo una broma diciendo que no había comida! ¡Miren qué abundante comida nos tenía por ahí guardada!.

Cuenta Micaela en su autobiografía: "N.N. es una muchacha que me ha hecho muchos robos y me ha inventado cuentos horrendos. Pero yo la sigo tratando con gran cariño, como si fuera mi mejor amiga". Más adelante añade: "Las gentes me viven inventando mil cosas malas que nunca he hecho y ni siquiera he pensado… pero bendito sea Dios que de lo malo que sí he hecho no saben nada!".

Un día va a una casa de citas a rescatar a una muchacha a la cual tiene allá obligada. La insultan, le lanzan piedras, le dicen todas las vulgaridades que nunca había escuchado, pero ella sigue sonriendo como si estuviera recibiendo honores, sale por entre esa multitud infernal, llevándose a la muchacha y salvándola para siempre.

La reina de España que la aprecia mucho la invita al palacio para pedirle unos consejos. Entonces Micaela que en otros tiempos era una de las mujeres más elegantemente vestidas de la capital, se va allá con vestidos viejos y desteñidos. Las damas de la corte se burlan de ella y ni siquiera le contestan el saludo, pero ella sale de aquel palacio muy contenta, porque pudo practicar la virtud de la humildad.

Una mujer mala le inventa tremendas calumnias. El obispo llama a nuestra santa y le lanza el regaño más espantoso. El Padre Director Espiritual, P. Carasa, le niega hasta el saludo. Micaela no se defiende. Ella recuerda lo que decía San Francisco de Sales: "Dios sabe qué tanta cantidad de buena fama necesito, y El me concederá la suficiente buena fama para que pueda seguir trabajando por las almas". Después saben que todo lo que habían dicho eran calumnias, y le piden excusas. Ella mientras tanto no había perdido la alegría ni la paz.

El 6 de enero de 1859, con siete compañeras funda la Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, dedicadas a adorar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar por preservar a las muchachas en peligro, y a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y en la impureza.

Su comunidad se extendió por Barcelona, Valencia y Burgos y ahora tiene 1,750 religiosas en el mundo en 178 casas.

Ella escribiendo a sus religiosas les decía: "Difícil encontrar otra fundadora de comunidad que haya sido más acusada, más calumniada y más regañada que yo. Mis acciones las juzgan de la peor manera posible". Pero también podía repetir las palabras de San Pablo: "Poco me interesa lo que las gentes están diciendo de mí. Mi juez es Dios".

En sus casas mandaba colocar esta bella frase, un mensaje de Dios a sus religiosas para que no se desanimaran en la pobreza y en las dificultades: "MI PROVIDENCIA Y TU FE, MANTENDRAN LA CASA EN PIE".

La Madre Micaela había estado socorriendo a los enfermos en la peste de tifo negro en los años 1834, 1855 y 1856, y había logrado no contagiarse. Pero en el año 1856 al saber que en Valencia había estallado la terrible peste del tifo, se fue allí a socorrer a los apestados. Y se contagió de la mortal enfermedad.

Al padre confesor le dijo: "Padre, esta es mi última enfermedad". Y en verdad que fue la última y la más dolorosa. Calambres casi continuos. Dolores agudísimos. El médico declaró: "Nunca había visto a una persona sufrir tanto y con tan grande paciencia y heroísmo".

El 24 de agosto de 1856, a las 12, abrió los ojos, los elevó hacia el cielo y murió. La enterraron sin ninguna solemnidad en una fosa ordinaria en el cementerio.

Pero Dios la glorificó haciendo milagros por su intercesión y hoy sus religiosas siguen salvando del pecado y de la perdición a miles de jóvenes en todo el mundo.

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El sacramento incomprendido


EL SACRAMENTO INCOMPRENDIDO

El día de su resurrección, Jesús apareció en el cenáculo donde estaban los apóstoles escondidos por miedo a la persecución judía. Los saludó y les dijo: “<<La paz esté con ustedes>>. Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también. Dicho esto, sopló sobre ellos diciendo: <<Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos”. (Jn 20, 21-23). En ese momento, se instituyó el sacramento de la confesión.


Sólo Dios perdona nuestros pecados. Pero, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres para que lo ejerzan en Su nombre. Es así que, por sucesión apostólica, fueron los apóstoles quienes confirieron de esa misión a los sacerdotes que hasta hoy la ejercen.

El catecismo de la Iglesia Católica considera a la confesión como la llamada de Jesús a la conversión, la vuelta al Padre, del que el hombre se había alejado por el pecado (CIC 1424). Muchas veces se teme a este momento de fe porque requiere de un gran esfuerzo por reconocer nuestras faltas. Pero, quizá, no lo hemos comprendido bien.

Este Sacramento es un regalo de Dios en el que, además de liberarnos de nuestras cargas, Él mismo manifiesta su misericordia infinita y su máximo amor hacia nosotros, por medio del perdón.

Si bien es cierto que el bautismo, como don del Espíritu Santo y sacramento, nos ha hecho santos e inmaculados ante Él, este no suprime nuestra fragilidad humana por naturaleza. Por tanto, nuestras constantes fallas son prueba misma del combate mundano en el que, ayudados por la gracia de Dios, buscamos triunfar para alcanzar la Santidad y la vida eterna a la que Él no cesa de llamarnos (CIC 1426).

La confesión de los pecados, incluso desde un punto de vista humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de los que se siente culpable, asume responsabilidad por ellos, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.

Los efectos del sacramento son muchos. Entre ellos podemos reconocer que:

Es una lección de humildad.


El sentirnos imperfectos nos hace reconocer la perfección de Dios. Es bien sabido que dar el paso a la confesión es una gracia y requiere humildad. Quien se confiesa ha tenido el valor de reconocer su pecado y humillarse. Eso es admirable.

Nos permite acercarnos a Dios.


¿Recuerdas la Parábola del Hijo pródigo? El Padre recibiendo con gran amor al hijo, aun cuando este se había perdido en las múltiples riquezas que su mismo padre le había dado. El hijo, vuelve con un arrepentimiento profundo y el padre lo espera, con los brazos abiertos y una gran fiesta. Así es como me imagino a Dios siempre que volvemos a Él.

Refuerza nuestra fe.


Nuestra fe se pone a prueba en cada confesión. A los sacerdotes se les ha delegado la misión de ayudar a la santificación de los pueblos. No es una tarea fácil.
Por tanto, debemos tener fe en que el Sacerdote que está sentado en el confesionario es el eslabón que nos une a Cristo; porque justamente es así. A través de él, es Cristo mismo quien nos está perdonando.

La satisfacción de volver.


La confesión es un acto de liberación. Los pecados confesados en pleno razonamiento son olvidados. Borrón y cuenta nueva.


Nos ayuda a ser santos.

Por medio de la confesión, Dios nos da la gracia para luchar por las cosas en que nos confesamos: Dios no sólo nos perdona, sino que se compromete a ayudarnos a superar las dificultades en nuestra vida. Así, la confesión frecuente se convierte en un “arma” indispensable en el camino de la santidad. Además, recibir la misericordia de Dios, también nos impulsa a ser misericordiosos con los demás.

Esto es importante…


El propósito de enmienda es una condicionante fuerte para el sacramento de la confesión. Consiste en tener una firme decisión de no volver a pecar y de evitar todas las ocasiones de pecado. En nuestra búsqueda de la Santidad, debemos evitar ponernos en situaciones que nos hagan sentirnos tentados a pecar.

Definitivamente, mientras no estemos decididos a abandonar nuestras posiciones de pecado, no debemos confesarnos. No es un juego. El propósito de enmienda no es un mandato por no volver a pecar, se nos exige un deseo verdadero de ser fieles al camino de Dios y ser sinceros en nuestro rechazo al pecado. Si nuestro arrepentimiento es sincero, entonces el deseo de cambiar también lo será.

Recuerda que…


Es por medio de este sacramento que Dios derrama su misericordia en los corazones arrepentidos. Este es, sin duda, el remedio más profundo, más completo y purificador para todo ser humano.

San Juan María Vianney decía que “no es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”. Es un abrazo de bienvenida a Su Casa.

La necesidad de sentirse en paz con Dios, con uno mismo y con los demás, es innata. Aprovecha cuanta oportunidad tengas para confesarte. Un corazón puro será plenamente bienvenido en el Reino de Dios, fin último de nuestro destino.

Para realizar un buen examen de conciencia, te recomiendo la siguiente liga:

Un buen examen de conciencia para la cuaresma: https://www.aciprensa.com/noticias/el-vaticano-ofrece-un-examen-de-conciencia-actual-para-una-buena-confesion-en-cuaresma-20293

Oro por ti...

Myriam Ponce Flores


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